jueves, 29 de mayo de 2014

A ellos

Richard Tuschman “Hopper Meditations”. Yuxtapoz Magazine

Ellos, desconocieron una realidad que se desarrollaba en un espacio inaccesible.
Ellos, fueron cómplices inadvertidos de una aventura incierta, profética.
Ellos, hacían parte silenciosa de un juego vaticinado por el destino.
Ellos, permanecieron anestesiados por las palabras.
Ellos, fueron engañados por una rutina fingida.
Ellos, aparentaron que nada pasaba.
Ellos, pensaron que la situación era sólo un pequeña piedra en el camino.
Ellos, confiaron en que el futuro estaba en sus manos, en que lo suyo era invencible, intocable.
A ellos un día el viento les susurró al oído que su camino era otro, que la felicidad la hallarían lejos.
Quedaron perplejos.
Hicieron caso omiso.
Lucharon contra esa idea, la rechazaron, la vomitaron, la odiaron, la lloraron, la fueron aceptando entre sollozos.
Se distanciaron.
Vivieron, experimentaron, rieron viendo otros ojos.
Extrañaron.
Las imágenes del pasado volvieron.
De pronto, se encontraron presas de un devenir de pensamientos, de una vorágine de sentimientos.
Reminiscencias imposibles de arrancar de raíz.
Volvía la tristeza.
Transitaban las calles con el alma desgarrada.
Sus cuerpos nauseabundos de angustia se sostenían por ósmosis.
Los pensaron tanto que lograron entrar en sus sueños.
Entre la bruma del espejismo pidieron no quedar en el olvido.
La quimera fue un alivio transitorio que sellaron en la realidad con unas líneas y la luz de una vela.
Sacudieron el mundo del otro, pero no fue más que eso, un temblor.
Despertaron. Cayeron en cuenta que era una alucinación.
Un buen día trajo nuevas caras. Otros ojos los seducían.
Regresa el alivio, se esboza nuevamente una sonrisa en su rostro aún demacrado.
Se renueva la esperanza.
Pero, quedan vestigios en aquellas ruinas.
Son débiles, todavía no pueden quitarse las cadenas.
A ellos, el perdón, el respeto, el recuerdo, el olvido y la libertad.



Recuerdos de aquellas tardes

Cada tarde era igual, teníamos una rutina. Mi papá nos llevaba a Isa y a mí a su casa a las 2, veíamos un rato la novela y después empezaba la pelea, niñas, las tareas. Ya vamos, ya vamos, quiero ver cómo empieza Supercrópolis. No, no, no, siempre bailan igual, si ven eso no ven el Chavo y no les doy posicle. Se nos toteaban los ojos, de vainilla? Sí. Pegábamos el brinco hasta el comedor.

Los deberes se hacían al son del sonido de la máquina de coser y del repetitivo repertorio de música romántica de Amor Estéreo. A ella le encantaba escuchar a Rocío Durcal. Yo la odiaba porque siempre pasaban una canción sobre la muerte. Siempre tenía unos calzones o vestido qué hacer o para los niños del Asilo Andressen, y por supuesto, para María, ella era su diseñadora oficial.

Al terminar las tareas la volvíamos loca metiéndonos debajo de la máquina, desenrollando los hilos o disfrazándonos de momias con los retazos.Estos zurrones! Vamos a comprar el pan y después nos sentamos en la puerta. ehhhhh! Salíamos felices. Eso sí, no sin antes pasar por la sección del maquillaje, en la que ella era mi modelo. Señora, necesita más crema, su piel se está convirtiendo en papel.

Nadie sabía esto, pero la panadería de la 17 fue la única adicción que tuvo. Siempre le hacía trampa a la diabetes y comíamos pastel gloria, merengues, pan de coco, los remojábamos con agua de panela. Era su mayor placer. No les digan a sus tías porque me regañan, nos advertía.

Ya sentadas en la puerta el plan era ver pasar los carros y desfilar por el andén a Inecita, la que vivía con un montón de gatos, Aurita, Doña Berta, Merceditas y Martha, la vecina, que no capaba tarde en la vereda.

Llegaban las 6 de la tarde y arrastraba la mecedora, la bonita, la de sacar a la calle, hasta el patio central de la casa, la acomodaba justo frente a la gruta con la virgen María Auxiliadora. Prendía el velón que había adquirido en la tarde, con las compras del día, las de la comida. Llamaba a María y ordenaba a alguna de las tantas ahijadas que vivieron en la casa que apagara el televisor y la radio. Luego nos llamaba a mi hermana y a mí, que salíamos apuradas del clóset para que no se diera cuenta que estábamos hurgando en sus tesoros.

Para qué rezamos tanto? No basta con ir a misa los domingos? Decía yo. Porque hay que pedirle a la virgen por este mundo, hay mucho pecado. Hay qué exageración! le replicaba. Ustedes están muy chiquitas, pero después, cuando vayan a trabajar, van a comprender lo que les digo. La gente se mata por intolerancia, las parejas se separan por ego, nadie es paciente, es como si no tuvieran corazón. Hay que orar mucho, porque Dios está triste con nosotros. Ambas suspirábamos.

Dios? Pregunta Isa, cómo sabes que existe Dios si no lo has visto nunca? Ave María purísima, cómo dice eso, Isabelita? Hay que tener fe. Señor, te pido porque estas niñas dejen de ser soberbias. Nos reíamos.

Hoy, ventitrés años después no me río, me da pena por mí por no haberle hecho caso, por no haber abierto los ojos antes, por haber cultivado por tantos años el ego, la soberbia y no el espíritu, por no buscar la humildad sino rendirme los placeres pasajeros. Ahora busco mi propia redención, lejos, en vida.

Dicen que existe un mar de almas y que el momento en que una despierta es por influencia divina. En una centésima de segundo la gran voluntad y el universo entero confluye para que este ser sutil cobre vida y venga a la tierra a cumplir un objetivo. El de ella, mi abuela, mi Pachi, parecía simple, ser una mujer, una madre, una esposa, un ama de casa, una abuela y una persona buena. Ella siempre lo tuvo claro, logró ser todo.

En mí sus enseñanzas se hicieron eternas el 16 de mayo, el día que cumplía años, el mismo día que hubo una gran fiesta en el cielo porque un ángel regresó a casa.