Alex Garant's- Yuxtapoz |
El lunes 18 entré a trabajar, me sentía torpe, lenta mareada, con letargo, tal vez son los 30 y tantos grados que hacen en Buenos Aires, me decía, sin embargo, no sólo el calor influía, mi cuerpo de a poco empezó a reflejar los síntomas. Calor extremo, luego frío paralizador seguido de una sensación de decaimiento, como cuando uno está insolado, a veces aparece la tos, mucho cansancio, mucho sueño, mucho tiempo para pensar y recapacitar.
Sí, he pensado mucho, he sentido mucho, he reconocido diferentes patrones de actuación. Es como si estuviera ordenando mi closet, un espacio viejo y olvidado en el que guardé recuerdos, experiencias, amores, desamores, felicidades, tristezas, dolores, alegrías, palabras, promesas, juguetes, cartas, libros, canciones, olores, y esas inolvidables esquelas de los 90 en las que uno escribía.
Al abrir este clóset lo primero que salió fue olor a guardado. Guau, cuánto tiempo ha pasado sin abrirte, le dije parada frente a él. Y empezó la faena, no sabía en realidad si estaba buscando algo o si quería sólo ver qué encontraba, simplemente me puse en la tarea de explorar, sin guantes, todo a mano limpia, estaba dispuesta a ensuciarme a penetrar ese profundidad de ese ser.
En medio del desorden, muy muy en el fondo encontré un frasco, era hermoso, estaba decorado con flores y lazos de colores lavanda, rosa, amarillo claro y verde menta, tenía unos pequeños adornos de estrellas y corazones que estaban a tono con el resto de los elementos. Decía: Esencia. Estaba lleno y como toda esencia era aceitosa, ni líquida ni espesa, era azul su color. Mientras lo sostuve entre mis manos lo sentía caliente (dicen que cuando sientes calientes las cosas que tienes entre tus manos es porque son especiales para ti, te brindan una especie de protección). Lo abrí y despidió un aroma increíble que me llevó a diferentes situaciones de mi vida.
La primera fue cuando tenía un año, era la noche del año nuevo, 31 de diciembre de 1984. Isa estaba en su cochecito, toda vestida de blanco, lista para ir donde mis abuelas a celebrar. A mí también me había puesto un vestido blanco con una cinta rosa. Toqué la cinta de mi vestido, se sentía suave, sonreí. Luego me asomé a ver dentro del cochecito, ahí estaba Isa, tan chiquita, tan pelada, tan indefensa. Me acerqué y quise tocar uno de sus regordetes dedos gordos del pie. De repente se escucha una voz a lo lejos: Coco, coco, cocodrilo. Era mi mamá quien me advertía desde la habitación de no hacerle daño.
Olí más profundamente y esa segunda aspiración me llevó unos años más adelante a un enero de 1989 en Salazar de las Palmas. Estábamos alojados en un hotel frente al río con mi familia: Trina, Julián, Isa y yo. Ese día había hecho mucho calor, el sol nos había tostado la piel mientras estábamos sobre esas enormes piedras grises del río. Eran casi las 9 de la noche, acabábamos de cenar, Isa y mi mamá fueron a la habitación y yo me quedé con mi papá. De repente se fue la luz en todo el hotel. Quedamos iluminados por el destello de la luna. Estaba llena, cubierta por nubes leves, casi transparentes, era la típica luna de cuando aparece el hombre lobo. Pero el que apareció no fue el hombre lobo, sino uno más especial. Ni bien se fue la luz mi papá tomó mi mano y me dijo: te regalo la luna, me sonrojé y nos quedamos contemplándola no sé cuánto tiempo, fue tan perfecto que no importa. Esa fue la noche más romántica y hermosa de mi vida.
Con el poco aliento que me quedaba volví a aspirar, esta vez muy profundo. De pronto, estaba en la cama actual de mi papá y mi mamá, la de Cúcuta. Era de mañana, no hacía calor, el clima era agradable, dos de los cuatro gatos que tienen estaban sobre la cama. La radio despertador de mi mamá sonaba y ella iba y venía por la habitación vistiéndose y mientras pensaba en voz alta: Hoy tengo que pagar los sueldos de las viejas, mandar a consignar lo de Seguros del Estado, pedirle a Anita (la mensajera) que me busque los zapatos que me mandó a arreglar, ir a misa ¿me vas a acompañar a ir a misa? sonrío. De pronto grita, ¡Cámen! ( la empleada, qué digo empleada, la señora que cuida nuestro hogar desde hace más de 20 años) ¿qué hacemos para el almuerzo? .Después me mira y canta "Cierra la puerta ven y siéntate cerca que tus ojos me cuentan que te han visto llorar..." Yo, desde la cama sólo la miro, la miro y percibo su aroma, la miro y río, la miro y me sorprende cómo puede estar en todo, la miro y la amo.
Suspiro. Suelto todo el aliento, suelto todo. Recuerdo quién soy, de dónde vengo, recuerdo mi esencia. Yo no soy esa persona intolerante y resentida, yo comprendo el dolor ajeno; no soy competidora, yo comprendo las diferencias y disfruto del juego; yo no me preocupo por acumular objetos, yo estoy enamorada de la vida y de lo poco o mucho que traiga; yo, como hicieron conmigo, le puedo bajar la luna a una persona especial para que nos vayamos a recorrer el mundo juntos; yo estoy en todo, yo puedo todo, yo amo todo, yo comprendo todo, yo afronto todo con entereza, con paz, con sabiduría, con alegría, con confianza, con fe. Yo creo que el amor todo lo puede, que no se te olvide, que no se te olvide, Alejandra. Y cerré el clóset.