lunes, 23 de mayo de 2016

Diario de mi cáncer: Superé el cáncer, ¡soy un milagro!

Por:Trina Cabrera Peñaloza



Necesitaba escaparme del mundo. El domingo 14 de mayo decidí hacer un retiro, al menos virtual, de todo y concentrarme en mí, en todos esos aspectos de mi personalidad y mi ser que habían quedado rezagados. Hice una introspección profunda, revisé cada rincón de mi cuerpo y el alma, analicé cada célula, cada átomo, partícula ¿la razón? el miércoles 18 de mayo me practicarían el segundo PET, el examen que determinaría cómo había avanzado el tratamiento o si estaba haciendo efecto.

No lo niego, estaba muerta del susto. Era como cuando tenía el parcial final más importante de la universidad, sólo que esto no se trataba de la academia, lo que se jugaba era mi vida. Adriana, mi hematóloga, me había dicho la semana anterior:

-Ale, puede que todo vaya bárbaro y que hayamos erradicado buena parte de las células malignas, como puede que la quimio no haya hecho efecto y la enfermedad haya avanzado.

Me había esforzado mucho para esta prueba, había meditado, reflexionado, llorado, sobre cada evento de mi vida, me había "dado latigazos" (no literalmente) por mis culpas y había también reconocido mis fortalezas, incluso llegué a pedir perdón públicamente ¿Qué podía salir mal? Además, físicamente me sentía muy bien y, según me habían dicho mis amigos más cercanos, me veía increíble, no parecía que tuviera esa enfermedad que a muchos los deja de cama y sin ganas ni de vestirse.

Un largo y bendito proceso

Los días posteriores a las quimio pensaba mucho, analizaba con detenimiento las situaciones que había vivido en cada década, algunos días sentía mucha tristeza por palabras o actos que no debí cometer, en otras ocasiones me sentía feliz por los logros que había alcanzado, por la buena vida que me habían dado mis padres así como por el amor incondicional de mi familia (aunque a veces me resulte un poco asfixiante).

Durante la enfermedad, nunca dejé de trabajar, de escribir, de ir a la facultad a cursar mi maestría de periodismo (que me tiene leyendo como loca y a modo error- prueba con la tesis), de hacer los quehaceres de la casa, de compartir con mis amigas y amigos, de hecho, me di cuenta de quiénes eran las personas que en realidad me querían y que jamás pensé que en un momento como el que pasé me hicieran sentir tan fortalecida. Fue como si hubieran bajado ángeles del cielo a acompañarme, aconsejarme y a aguantarme el modo en que le daba vueltas y vueltas al mismo tema hasta que por fin lo soltaba y dejaba de sentir culpa o felicidad por haberlo enfrentado como lo hice.

También comprobé que tengo un organismo privilegiado y muy resistente. Había escuchado historias espantosas de los días posteriores a la quimio, sin embargo, para mí no fue más que hipersensibilidad a los olores, la susceptibilidad (veía una persona en la calle, lloraba como Magdalena y pretendía llevármela a mi casa) y un cansancio crónico tres o cuatro días después del tratamiento (parecía que hubiera corrido una maratón); eso fue lo que me pesó.

Eso sí, psicológicamente esta cabecita no paraba. Lo bueno fue que pude hacer las paces con mucha gente, reencontrarme con grandes personas que se habían quedado en el pasado y, lo mejor de todo, pude llegar a una tregua conmigo misma.

Hubo relaciones que cerré, que reparé y otras que simplemente no, ya sea por la otra parte o porque tal vez aún no es el momento, siempre tuve la buena voluntad de acercarme, pero bueno, ¿qué hacemos? hay situaciones y personas que necesitan más tiempo, entonces no hay más que hacer que aceptar al otro tal cual es, amarlo, enviarle luz, amor y soltarlo. Será el tiempo y el destino quiénes decidan cómo y cuándo llegará la armonía y la reconciliación.

Aprendí que hay circunstancias que se nos salen de las manos y por más que insistas no vas a poder solucionarlas. Es como cuando tu celular está tan viejito que ya no resiste una actualización más y no puedes seguir pidiéndole que se renueve; está roto o antiguo y así se quedó, sólo puedes agradecerle por la función que cumplió en tu vida y despedirte con gratitud.

También comprendí que de la rabia, la ira, el odio no queda más que el resentimiento, heridas abiertas, lo cual te condiciona a estar atado al pasado. A pesar de lo negra que parezca la noche, por muy fuerte que sea la tormenta, la ofensa, por mucho escarnio que hayan hecho de ti o por insolente e incomprensivo que te parezca el otro, las cosas debían ser de como ocurrieron y no había mejor otra forma posible de que pasaran, entonces, la mejor solución para el alma es perdonar, absolver y dejar ir en paz los sentimientos, sólo de este modo te encontrarás viviendo cada día libre y con una sonrisa.

Otra cosa más, amar lo que eres y haces, por duro que sea tu trabajo, por poco que tengas o pesada que sea tu carga, ámala, acéptala y agradece por lo que tienes, por levantarte todos los días y estar en una cama cómoda, por tener un techo, salud, alguien con quien compartir un café con galletitas, contar con comida, una labor digna, un sueldo y compañía es oro y poesía en esta existencia.

¿Completamente sana?

El miércoles 18 de mayo volví a embarcar esa enorme máquina que escanearía hasta el más mínimo corpúsculo de mi organismo. Esta vez entraba ahí a rendir lo que sería la prueba más importante de mi vida. Me acosté y me quedé profunda, estaba tan relajada y a la vez tan cansada de todo lo que había hecho (onda, incluso me fui para la ciudad de Rosario a ver al padre Ignacio, un cura Pakistaní que tiene mucha fama de ser sanador, para finalmente enterarme el cómo había adquirido esta enfermedad, lo supe y qué liberador fue).

Ya no podía hacer nada más que relajarme y disfrutar, aunque la segunda aplicación de la glucosa radiactiva (que pinta las células del cáncer) me iba haciendo doler hasta el pelo. Me introdujeron dentro de mi cohete y volé tan lejos, tan rápido y tan liviano que salí feliz, confiada y relativamente despreocupada, al fin y al cabo influir en el resultado, no podía.

El miércoles en la noche me fui a misa y luego a preparar la segunda entrega de mi tesis, terminé de escribir a la madrugada, estaba rendida. Al otro día no eran las nueve de la mañana y ya me estaban llamando de la obra social (seguro de salud) para decirme que debía ver a mi médica por unos trámites administrativos que no tenía justificación, a pesar de que me taladraron la cabeza toda la mañana, pensé que era una buena señal, pues no querían aprobarme la próxima quimio hasta que no viera a Adriana.

La tarde del jueves fue larga en el trabajo, me concentré en todas mis labores y cuando me quedaba un tiempo en blanco me ponía a dibujar (ese fue uno de los dones que descubrí gracias a Saralía y a esta Bendita enfermedad) para no pensar en que a las 18 horas debía ir por el examen. Todas en mi oficina preguntaban:

-¿A qué horas vas por el estudio?

Y yo con el corazón en la mano repetía como máquina:

- A las 18, chicaaaaasss. Paren, por fa.

Llegó la hora y me fui hacia Imaxe (el centro de imágenes) debía cruzar dos plazas (parques, el de la calle Roque Saenz Peña y Paraguay, y la de la Facultad de Medicina y Economía de la universidad de Buenos Aires), así que puse el Ipod a toda y me fui bailando. Al llegar a Imaxen recibí el dichoso resultado: De todos los ganglios del cuello y el pecho que tenía afectados para enero de este año para ese día, 19 de mayo, sólo estaba uno inflamado y con la posibilidad de que el hipermetabolismo de células no correspondieran a Linfomas, es decir, al tipo de cáncer que padecí.

Así que me devolví a mi trabajo feliz, tan feliz que sentía que volaba, qué digo sentía, volaba y ya. Lo hice, lo hice, lo hice y lo hice yo sola en cuatro meses, en un país extranjero, sin mi familia al lado, con cien cosas por resolver, estudiando y trabajando paralelamente a las quimioterapias y escribiendo este, que será el primer libro que escribiré en mi muy larga y feliz vida.

¿Y de qué otra forma podría ser? si vengo de una familia de mujeres guerreras: mis bisabuelas, mis abuelas, mis tías, mi mamá, mi hermana y mis primas, ¡no joda, todas fuimos y somos unas berracas nortesantandereanas amorosas y con temple! por algo seré descendiente de Antonia Santos Plata, heroína de la independencia colombiana. ¡Vamos pa' lante y con toda que esta vida es muy larga y muy bella como pa´ desperdiciarla!

Todavía me quedan seis quimio para terminar de erradicar todo rastro del linfoma, pero sabiendo que ya estoy sana, la historia será otra. Ahora sí la vida es color de rosa y Dios es y será el jardinero tierno, justo y misericordioso de este rosal que habito.


lunes, 16 de mayo de 2016

Diario de mi cáncer: Morir en vida



Lunes 16 de mayo. Hoy hace dos años se murió mi abuela Graciela, mejor conocida como Pachi. Ella partió un viernes, el mismo día de su cumpleaños. Cuando me enteré habían transcurrido casi 10 horas de su muerte y yo recién llegaba a Mar del Plata (una ciudad costera a cuatro horas de Buenos Aires). Eran casi las 12 de la noche cuando mi mamá me contó que se había ido. No podía hacer nada para ir a Colombia, tuve que pasar ese segundo duelo familiar de nuevo a distancia.

Ahí, sentada en una cama de hotel con el Ipad en la mano me sentía impotente por no poder darle un abrazo a mi mamá y a mis tías, sentía también enojo conmigo misma porque justo ese día estuve desconectada de todo; lo había hecho porque desde la noche anterior me sentía triste, había estado llorando sin motivo consciente, sólo sentía mucho dolor y no quería que nadie supiera.

A dos años después de su partida la recuerdo entre sollozos pero con la plena seguridad de que está festejando su encuentro con la felicidad máxima y suprema que es Dios. Cómo olvidar verla preparando ponche batido en un plato de porcelana, vistiéndose a las apuradas para salir a pasear en el auto de Margarita, maquillándose para ir a comprar el pan en el asilo, sentada en la máquina de coser escuchando a Julio Iglesias en la radio, meciéndose en la puerta de la casa viendo pasar la gente, soñando con conocer París, apurando a María para que le tuviera temprano el almuerzo a las "niñas", rezando con tanta devoción el Rosario y recordando a mi abuelo en cada cuenta, cada avemaría la recitaba con tanto amor, con ese amor puro, desprendido y consciente para que el alma de su esposo encontrara descanso.

Pocas veces oraba por ella, siempre pedía por las necesidades de los demás, porque algún problema se solucionara en la familia, porque todos tuvieran trabajo, porque sus hijas encontraran un buen compañero de vida, para que cesaran las discusiones, por el alma de algún familiar lejano.  

Pocas veces hacía cosas por ella, siempre estaba en función de los demás, de sus hijas, de sus nietos, de sus sobrinas, de sus amigas, de su casa, de algún huérfano que llegaba sin nada a su hogar y ella lo acogía desinteresadamente. Su vida fue de servicio y oración, de espera paciente, de comprensión, de sencillez, de entrega, de amor.

Yo nunca le escuché hablando mal nadie, sólo decía:"No, ese no me gusta", tampoco envidiaba, maldecía o humillaba. Era correcta sin esforzarse, esa era su esencia. 

Entendió que esta vida era para vivirla con humildad y consciencia para ganar el cielo en lugar de acumular riquezas entre concreto. Sabía que el amor era libre, era dejar ser al otro, aceptarlo y entenderlo incluso en sus errores. Fue muy sencilla y sabia, conocía bien que la existencia se trataba  de disfrutar los pequeños detalles, por este motivo vivió tranquila, sin prisa, sin apuro, sin afán, sin ansiedad ni amargura.

La última vez

Viví su muerte de lejos. La última vez que la vi fue en marzo de 2013 en Cúcuta, sabía que la posibilidad de volvernos a encontrar en su casa era casi un milagro. Ese sábado en la noche cuando me despedí de ella antes de regresar a Buenos Aires le dije:

-¿Vas a esperarme?

-¿Cuándo vuelve?

-No sé.

- Yo la espero, mijita, pero no aquí.

Y así fue, no fue en esa cama postrada donde la volví a ver,  fue en un sueño.

Entré a un apartamento grande, todo blanco, resplandeciente y ahí estaba ella en una cocina. Se veía feliz, llena de luz y alegría, preparando algo de comida para el regreso de mi abuelo.

-Entonces todo es verdad, el cielo existe, por esto rezabas tanto.

Me miró y me sonrió.

-Y él está conmigo, valió la pena esperarlo.

-¿Y Dios, existe?

- Eso no se duda.

Vivimos para ganar la eternidad

A este mundo venimos con una misión que es amar y servir a los demás al punto de olvidarnos de nosotros mismos, desafortunadamente vivimos en un lugar que no es más que un reflejo, una farsa, un gran montaje de teatro que nos vende una trampa que es el egoísmo, el vivir por y para uno mismo, como un ciego atado a nimiedades "útiles" como el dinero, un auto, una casa, el trabajo, un carrera, el éxito, la fama y el derroche que trae consigo los vicios.

Estamos tan distraídos por conseguir la platica para el viaje, para cambiar el carro, para tener una casa más grande que se nos olvida lo más básico que es el amar. Amar el hecho de poder despertarnos y respirar, de poder caminar, de tener nuestro cuerpo entero, de no estar solos, de tener un corazón para dar.

Dar y compartir sin esperar nada a cambio es el regalo más grande de la vida, es lo que nos hace humanos de carne y hueso. Dar y compartir es pasar de ese estado de piedra (de odio, de ansiedad, de angustia que nos produce el mundo) a un estado de consciencia en el que se comprende que sentir y servir pacientemente al otro es la felicidad más grande.

Dar y compartir es pasar la cuenta del Rosario o de la Japa Mala para transmitirle al otro paz y tranquilidad, es hacerlo por el otro, es quitarse el molde de los zapatos para ponerse en los de los demás y entender su dolor, su felicidad, sus por qués, sólo así se encuentra la propia tranquilidad, sólo así se llega al cielo para experimentar lo que es en realidad la plenitud eterna. 

Soy de las pocas personas que tiene la fortuna de ver morir tan joven y en vida ese ser egoísta y engañoso que durante 32 años alimentó el mundo. Desde lejos, y no por capricho sino por una causualidad consciente, los días pasan lentamente y me voy sanando, voy comprendiendo poco a poco el por qué y para qué de esta enfermedad, el por qué y para qué de la distancia, el por qué y para qué de mi existencia, el por qué y para qué de mi vida y del amor.

De nada me sirvió tener tres posgrados, de nada me sirvió trabajar en los dos diarios más grandes de Colombia, de nada me sirvió viajar tanto, tener una vida privilegiada, lo que me sirve ahora es haber aprendido a escribir (bueno, eso creo que sé), es dejarme llevar por Él, es haber tenido este cáncer para transmitirles con convencimiento pleno que la vida ni los objetos que poseen son suyos, todo es prestado. Lo único real, lo único que te mueve las entrañas y te estremece el alma es el amor, negarse y rebelarse a él no hace más que postergar el dolor y traer enfermedad. El destino está escrito, sólo hay que dejarlo fluir para la dirección correcta. 

domingo, 8 de mayo de 2016

Diario de mi cáncer: Tac tac tac taquicardia




Viernes 29 de abril, desperté y me sentía cansada, de hecho, toda la semana anterior estuve así. A pesar de ser mi "semana buena", es decir,  la que viene después de la quimio, me sentía exhausta, angustiada, con taquicardia sin ganas de nada, me costaba despertarme temprano. Ese viernes no tuve clase, así que decidí recuperar todas las fuerzas perdidas o que había postergado por estar haciendo mi metamorfosis fuera del cascarón y dormí, dormí y dormí.

Me despegué del colchón a mediodía, comí algo a la corridas y salí a pagar la factura del Internet y el teléfono de ese mes que nunca llegó pero los de telefónica sí me quemaron la cabeza toda la semana con que la tenía que pagar en horas. Aboné la deuda, compré frutas y algunas cosas que necesitaba para casa en el supermercado chino y pasé por la librería. Aprovechando la protesta de la Universidad por falta de recursos de parte del gobierno, iba a hacer mi propia objeción desde mi casa, objetaría no por plata sino por falta de idoneidad en la educación a nivel mundial; en ningún colegio, escuela, universidad o institución educativa te enseñan cómo ser un guerrero, una persona íntegra en medio de la tormenta, cómo reconocer las propias faltas, enfrentar los miedos o situaciones adversas, vivir en medio del stress.

Y como eso nunca me lo enseñaron ni tampoco me tocó aprenderlo en casa porque tuve la fortuna de vivir siempre como una princesa en una burbuja, decidí hacer una plano de mi vida para detectar todos aquellos defectos y virtudes, así que compré cuatro carteleras blancas y un marcador negro. Las pegué en una pared blanca donde solía haber un par de cuadros que representaban el cáncer, los cuales saqué a las pocas semanas de haberme enterado de mi diagnóstico. Ponerlas en ese muro blanco era un acto simbólico de valor, era enfrentar a la enfermedad y decirle sé porqué te tengo y ahora lo voy a reconocer para que salgas de mí para siempre.

Lo primero que hice fue pintarme a mí misma pelada, sin un pelo en la cabeza, con las calzas (leggins) negras que tenía puestas y una camisa amarilla. No me pinté de modo real porque creo que no sé pintar bien, pero hice mi mejor esfuerzo y me salió una Alejandra bastante proporcional para lo que esperaba.

Al costado izquierdo del dibujo escribí Pasado, seguido de un subtítulo que versaba: ¿quién eras? Marqué tres etapas de mi vida: la niñez, la adolescencia y los 20 hasta los 32 años, edad que tengo ahora. No fue difícil detectar mis características, al menos no ese día, escribí frenéticamente cientos de palabras seguidas por guiones. Entre ellas aparecían reiterativamente la ansiedad, la impaciencia, la incapacidad de disfrutar el momento, el estar pensando siempre en ¿Qué va a pasar después? ¿Cómo voy a solucionar esto? Era incapaz de disfrutar el aquí y el ahora. ¡Qué pérdida de tiempo!

Para mí, ese defecto fue el peor porque me hacía sentir como enjaulada, psicológicamente presa. Ese sentimiento lo conocía al la perfección, incluso, de niña mi papá me regañaba por eso. Estábamos en la piscina un domingo comiendo un helado y le preguntaba:

-¿Y después qué vamos a hacer, papi?

A lo que siempre me respondía.

-Mi amor, por qué no disfrutas lo que te estás haciendo y te dejas de preocupar por lo que vaya a pasar.

Qué ansiedad por saber qué iba a ocurrir, por controlarlo todo, por organizar las horas de modo tan meticuloso como si los momentos se trataran de cajas que iba acomodando dentro de una gran casa que se llamaba vida, la cual nunca iba a disfrutar porque sólo me estaba preocupando por coleccionar y no por degustar el dulce, el amargo, lo poco, lo mucho, lo feo, lo rico, lo quemado, lo crudo que había dentro de ellas. Era incapaz de descubrir las texturas, de sentirlas, de localizar los olores, de detenerme para darme cuenta de lo afortunada que era por el simple hecho de existir, bueno o malo, ahí estaba y esa era mi vida y se me pasó por estar pensando y ¿ahora qué va a pasar?

Entre mis dedos


Entre mis dedos se perdieron recuerdos de tardes que tal vez debí haber morado más tiempo para aprender, para darme cuenta de lo maravilloso que es el mundo, la gente, mis manos, mis pies, mi pelo, ese milagro que es el cuerpo humano.

Entre mis dedos se fueron conversaciones, palabras y consejos que tal vez me hubieran ayudado a superar esta etapa lenta, dolorosa y parsimoniosa. Entre mis dedos se fueron decisiones mal tomadas que tal vez tuve que haber pensando dos veces.

Entre mis dedos se fueron miradas claves y gestos que me harían entender que el futuro se escribe aquí y ahora, que se desea mientras se va tejiendo con los dedos firmes y la mente y el corazón concentrados en ese camino que se llama vida, que soñar no cuesta nada pero es mejor despertar pronto y comenzar a cimentar conscientemente, ladrillo a ladrillo, las bases de lo que será el futuro.

Entre mis dedos ahora está mi corazón latiendo a mil, lo miro y me siento impotente por no poder pararlo, me duele el pecho, aprieto los dientes, me duele la cabeza, siento que falta el aire. Lo estrecho entre mis manos, cierro los ojos y tomo una gran bocanada de aire, siento cómo se inflaman mis pulmones, cómo se oxigena el cerebro, cómo entra el aire por la espalda y disipa el dolor, lo pesado de esta cruz, cómo se ensancha el estómago y se siente lleno; vuelvo y tomo aire y no escucho nada más que el murmullo del silencio, siento cómo mis dedos se deslizan por las teclas de la compu calientes. Roxy, mi gata más vieja, salta de la cama al escritorio y se sienta en mi regazo, ronronea, me pasa la lengua rasposa por la muñeca, siento su pelaje suave, su pancita tibia sobre mis piernas. Me siento feliz, por fin logro detenerme, parar mi corazón, vivo el aquí y el ahora. Lo que ame, viva y sienta es el momento hoy, mañana seré lo que experimenté este momento.