lunes, 16 de mayo de 2016

Diario de mi cáncer: Morir en vida



Lunes 16 de mayo. Hoy hace dos años se murió mi abuela Graciela, mejor conocida como Pachi. Ella partió un viernes, el mismo día de su cumpleaños. Cuando me enteré habían transcurrido casi 10 horas de su muerte y yo recién llegaba a Mar del Plata (una ciudad costera a cuatro horas de Buenos Aires). Eran casi las 12 de la noche cuando mi mamá me contó que se había ido. No podía hacer nada para ir a Colombia, tuve que pasar ese segundo duelo familiar de nuevo a distancia.

Ahí, sentada en una cama de hotel con el Ipad en la mano me sentía impotente por no poder darle un abrazo a mi mamá y a mis tías, sentía también enojo conmigo misma porque justo ese día estuve desconectada de todo; lo había hecho porque desde la noche anterior me sentía triste, había estado llorando sin motivo consciente, sólo sentía mucho dolor y no quería que nadie supiera.

A dos años después de su partida la recuerdo entre sollozos pero con la plena seguridad de que está festejando su encuentro con la felicidad máxima y suprema que es Dios. Cómo olvidar verla preparando ponche batido en un plato de porcelana, vistiéndose a las apuradas para salir a pasear en el auto de Margarita, maquillándose para ir a comprar el pan en el asilo, sentada en la máquina de coser escuchando a Julio Iglesias en la radio, meciéndose en la puerta de la casa viendo pasar la gente, soñando con conocer París, apurando a María para que le tuviera temprano el almuerzo a las "niñas", rezando con tanta devoción el Rosario y recordando a mi abuelo en cada cuenta, cada avemaría la recitaba con tanto amor, con ese amor puro, desprendido y consciente para que el alma de su esposo encontrara descanso.

Pocas veces oraba por ella, siempre pedía por las necesidades de los demás, porque algún problema se solucionara en la familia, porque todos tuvieran trabajo, porque sus hijas encontraran un buen compañero de vida, para que cesaran las discusiones, por el alma de algún familiar lejano.  

Pocas veces hacía cosas por ella, siempre estaba en función de los demás, de sus hijas, de sus nietos, de sus sobrinas, de sus amigas, de su casa, de algún huérfano que llegaba sin nada a su hogar y ella lo acogía desinteresadamente. Su vida fue de servicio y oración, de espera paciente, de comprensión, de sencillez, de entrega, de amor.

Yo nunca le escuché hablando mal nadie, sólo decía:"No, ese no me gusta", tampoco envidiaba, maldecía o humillaba. Era correcta sin esforzarse, esa era su esencia. 

Entendió que esta vida era para vivirla con humildad y consciencia para ganar el cielo en lugar de acumular riquezas entre concreto. Sabía que el amor era libre, era dejar ser al otro, aceptarlo y entenderlo incluso en sus errores. Fue muy sencilla y sabia, conocía bien que la existencia se trataba  de disfrutar los pequeños detalles, por este motivo vivió tranquila, sin prisa, sin apuro, sin afán, sin ansiedad ni amargura.

La última vez

Viví su muerte de lejos. La última vez que la vi fue en marzo de 2013 en Cúcuta, sabía que la posibilidad de volvernos a encontrar en su casa era casi un milagro. Ese sábado en la noche cuando me despedí de ella antes de regresar a Buenos Aires le dije:

-¿Vas a esperarme?

-¿Cuándo vuelve?

-No sé.

- Yo la espero, mijita, pero no aquí.

Y así fue, no fue en esa cama postrada donde la volví a ver,  fue en un sueño.

Entré a un apartamento grande, todo blanco, resplandeciente y ahí estaba ella en una cocina. Se veía feliz, llena de luz y alegría, preparando algo de comida para el regreso de mi abuelo.

-Entonces todo es verdad, el cielo existe, por esto rezabas tanto.

Me miró y me sonrió.

-Y él está conmigo, valió la pena esperarlo.

-¿Y Dios, existe?

- Eso no se duda.

Vivimos para ganar la eternidad

A este mundo venimos con una misión que es amar y servir a los demás al punto de olvidarnos de nosotros mismos, desafortunadamente vivimos en un lugar que no es más que un reflejo, una farsa, un gran montaje de teatro que nos vende una trampa que es el egoísmo, el vivir por y para uno mismo, como un ciego atado a nimiedades "útiles" como el dinero, un auto, una casa, el trabajo, un carrera, el éxito, la fama y el derroche que trae consigo los vicios.

Estamos tan distraídos por conseguir la platica para el viaje, para cambiar el carro, para tener una casa más grande que se nos olvida lo más básico que es el amar. Amar el hecho de poder despertarnos y respirar, de poder caminar, de tener nuestro cuerpo entero, de no estar solos, de tener un corazón para dar.

Dar y compartir sin esperar nada a cambio es el regalo más grande de la vida, es lo que nos hace humanos de carne y hueso. Dar y compartir es pasar de ese estado de piedra (de odio, de ansiedad, de angustia que nos produce el mundo) a un estado de consciencia en el que se comprende que sentir y servir pacientemente al otro es la felicidad más grande.

Dar y compartir es pasar la cuenta del Rosario o de la Japa Mala para transmitirle al otro paz y tranquilidad, es hacerlo por el otro, es quitarse el molde de los zapatos para ponerse en los de los demás y entender su dolor, su felicidad, sus por qués, sólo así se encuentra la propia tranquilidad, sólo así se llega al cielo para experimentar lo que es en realidad la plenitud eterna. 

Soy de las pocas personas que tiene la fortuna de ver morir tan joven y en vida ese ser egoísta y engañoso que durante 32 años alimentó el mundo. Desde lejos, y no por capricho sino por una causualidad consciente, los días pasan lentamente y me voy sanando, voy comprendiendo poco a poco el por qué y para qué de esta enfermedad, el por qué y para qué de la distancia, el por qué y para qué de mi existencia, el por qué y para qué de mi vida y del amor.

De nada me sirvió tener tres posgrados, de nada me sirvió trabajar en los dos diarios más grandes de Colombia, de nada me sirvió viajar tanto, tener una vida privilegiada, lo que me sirve ahora es haber aprendido a escribir (bueno, eso creo que sé), es dejarme llevar por Él, es haber tenido este cáncer para transmitirles con convencimiento pleno que la vida ni los objetos que poseen son suyos, todo es prestado. Lo único real, lo único que te mueve las entrañas y te estremece el alma es el amor, negarse y rebelarse a él no hace más que postergar el dolor y traer enfermedad. El destino está escrito, sólo hay que dejarlo fluir para la dirección correcta. 

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