martes, 23 de febrero de 2016

Diario de mi cáncer: Las mujeres de mi vida

Jacob Cornelisz Van Ootanen- El Nacimiento de la Virgen María.
Este episodio inicia con mi hermana, Isa, y yo en el museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Ella daba vueltas fascinada por la tercera sala, la de color escarlata, mientras yo me quedé inmóvil frente a una pintura del holandés Jacob Cornelisz Van Ootanen, el Nacimiento de la Virgen María. Había ido varias veces a ese museo, me encanta la luz tenue que lo alumbra, los tonos de cada sala, el ambiente que se percibe en cada rincón, los sentimientos que transmite cada obra, la melancolía, la gloria, la ternura, la tranquilidad y la fuerza de las creaciones que se exponen en ese edificio rosa me hacen desear habitarlo para siempre.

Ese retrato, que muestra cómo varias mujeres asisten a las parturientas mientras cuatro ángeles las custodian, me recordó mi situación actual a las amigas, a mi hermana, primas y tías que han estado a mi alrededor en estos días colmándome de mensajes llenos de buenos deseos y acompañándome con su servicio.

Ni bien salí de la operación el 4 de febrero, Catherine, la pequeña Antonia y yo tomamos un taxi que nos llevó al departamento. Al llegar Antonia entró emocionada por todos los adornos de mi casa, se le iluminaron los ojitos y dijo: Uyyy. Cathe inmediatamente comenzó a alzar cada uno de los cachivaches y souvenirs de distintos lugares del mundo que contrastan con los muros blancos para ponerlos fuera del alcance de la encantada Antonia.

Me acosté en la cama y me dolía el lado derecho de la cola, el enorme pinchazo que habían hecho los médicos para extraer una muestra de mi médula ósea me entumeció toda la pierna. El hombro izquierdo también empezó a despertarse del letargo de la anestesía. No habían transcurrido dos horas y ya estaba pasándome el primer ibuprofeno para calmar los estragos que había ocasionado en mi cuerpo la cirugía.

Antonia se puso a mi lado y me mostraba cómo golpeaba a Talking Tom en el Ipad. Mira, jajajaja. Cachateaba sin cesar al minino virtual. Hablamos toda la tarde en la cama con Cathe, nos reímos cuando Antonia se despojó de su vestido y se bañó en sal, recordamos anécdotas de aquellos tiempos universitarios, comimos, escuchamos música y descansamos, hasta que llegó Isa casi a las 11 de la noche.

Cuando entró por la puerta su serenidad empezó a inundar el departamento. Aleja, ¿qué haces? ¡estás recién operada! Yo estaba cocinándole una tarta de espinaca y choclo con ensalada, además trataba de alcanzar con el repasador unas moscas gigantes que se habían colado en la cocina. Yo no puedo parar, incluso estando enferma y recién salida del quirófano me es imposible tomar un descanso. Nos sentamos las cuatro, cenamos y nos quedamos hablando hasta la madrugada.

Al acostarnos abracé a Isa y le agradecí por estar a mi lado. Desde esa noche hasta su partida fue como si hubiéramos regresado a la infancia cuando pasábamos de largo inventándonos historias mágicas de dos hermanas con superpoderes en países extraños y lejanos.

La molestia en la mama y la cola se hizo mayor en la mañana, sentía como si un caballo me hubiera dado una patada en la pierna y luego me hubiera mordido la teta. Al sacarme los vendajes tenía un tremendo tajo y una picada de una pitón en la espalda. ¡Ay, qué dolor! yo que siempre me jacté de mi buena salud ahora tenía tres cicatrices seguidas en el lado derecho, un aparato insertado en mi pecho y un cáncer carcomiéndose mi garganta. Recordé a Melina, mi compañera de yoga, tenés mucho por decir pero tenés miedo de hacerlo.

Y sí, la verdad que con el tiempo me he dado cuenta de lo verídicas que fueron las palabras que esa simpática gordita adoradora de Krishna me reveló esa noche, calle mucho, de hecho, quise enterrar a la Alejandra de Colombia y hacer una nueva Alejandra en Argentina, cuando eso es imposible. Esa mañana tirada en mi cama recuperándome de la cirugía también me acordé de la última vez que vi a Feld, mi psicólogo, los primeros días de diciembre de 2015, justo antes de mi operación, la primera, la extracción del ganglio que dio la pista del cáncer.

- Doctor, me siento frustrada. Llegué a la conclusión de que en Argentina quise ser otra. Demonicé, castigué, cavé un hoyo y enterré con una pala todo lo que yo era en Colombia y me perdí, olvidé mi escencia, quise convertirme en un ser nuevo que me ha resultado detestable. Quise ser otra y me siento incómoda en este disfraz. Olvidé mi espontaneidad y la cambié por rigidez, perdí la risa, la capacidad de tomar las cosas con calma, de disfrutar cada segundo, vivo corriendo, puteando, como un muerto en vida, creo que omití lo que heredé de mi tierra y no estoy dispuesta a seguir viviendo así. Necesito renacer.

En ese momento ese viejito de pelo canoso me miró y se sonrió de manera sublime, como nunca antes lo hizo ante mí, como si fuera otra persona, le brillaron los ojos y se transfiguró.

-Bueno, eso está bien. Creo que lo que hemos venido hablando durante tanto tiempo ha surtido efecto. Andá a mostrarle al mundo lo que sos.

Desde ese día de diciembre fui más yo, empecé a recuperar la sonrisa, a saborear los momentos de otra forma, a ser más coherente con lo que quiero, a exponer de forma vehemente más diplomática mi posición y eso comenzó a hacer disonancia a mi alrededor.

Bajo la luz de la luna

Los días con Isa fueron un retiro del mundo. Reímos, lloré,  comimos, caminamos, caminamos, caminamos y caminamos por Buenos Aires, la cruzamos de lado a lado y de punta a punta. Hablamos de astrología, de sentimientos, de los defectos que son necesarios erradicar, de las virtudes que se deben potenciar, de cómo lo que proyectas en el exterior atrae distintas personas y situaciones, de logros, de las derrotas, de transformaciones, del miedo, de los apegos, de la bondad, de la imperiosa urgencia de soltarse de nuevo al vacío y experimentar la grandeza de Dios, del camino que me tiene preparado el universo para hacer en mí una nueva metamorfosis por medio de esta enfermedad.

Bajo la luz de la luna vimos películas, todos los días una nueva,  y, a la luz de una lamparita de la virgen de Guadalupe que me regaló mi abuela Isabelita la última vez que la visité en Colombia, Isa me puso las agujas de apucuntura para estimular mi sistema de defensas y el asiento de la felicidad, luego las calentaba con una bara de artemisa que se deshacía entre humareadas mientras perfumaba toda la casa. Para la hora de dormir me colgaba una amatista gigante, una cita a la medida del cuello de San Blas (patrono y protector de la garganta) que Francisca, una de mis compañeras de trabajo, me trajo de Paraguay. Con todos los perendengues y los sahumerios, los mantras y las charlas quedaba tan relajada que sólo me entregaba al placer del descanso profundo.

El 12 de diciembre, por fin llegó el gran día de la esperada visita de mi mamá. Al igual que cuando Isa entró por la puerta de mi casa, a su llegada trajo aún más paz y alegría a mi alma. Tocarla, volverla a oler, a sentir, a escuchar en vivo y en directo es algo que no puedo describir, es algo que agradezco cada día y cada instante, es como si el corazón hubiera me vuelto a latir.

Estar las tres en Buenos Aires, empezar a encarar el tratamiento, los trámites administrativos que conlleva la enfermedad y estar a cargo de mi casa sola me ha demostrado de qué estoy hecha, me ha hecho definir qué parte de esa Alejandra argentina debe vivir y qué parte de la Alejandra colombiana debe permanecer.

La bondad, la tenacidad, la determinación, la valentía, el ser genuina, espontánea, confiada, tranquila y paciente y más espiritual que nunca es lo que debe prevalecer ahora en mí.  El rodearme de personas valientes que me quieren y el tener siempre un abrazo y un beso disponible es imprescindible en esta etapa.

En horas es mi primera quimio y bajo la luz de la luna tengo el corazón en la mano, lo miro y late, funciona perfecto, está entero para dar, para volver a darlo todo. Hoy cierro una etapa en mi vida, me despido de esa Alejandra temerosa y apegada, marco un antes y un después y yo, esta Alejandra definida y premeditada, se entrega a las manos de un nuevo destino.






lunes, 15 de febrero de 2016

Diario de mi cáncer: Descubriendo la guerrera

Agostino Arrivabene- Yuxtapoz Mag


Lunes 2 de febrero de 2016. Nueve y veinte de la mañana, yo me estaba registrando en el Instituto Alexander Fleming para mi cita con la Dra. Tartas, una de las mejores especialistas en linfomas (tipo de cáncer que padezco para los nuevos lectores) de Latinoamérica, de pronto me llega un mensaje de voz de whatsapp al celu: "Ale, Ale, no me vas a creer lo que me pasó. Salí de mi casa a sacar la basura y la puerta se me cerró. Si es necesario arranco la cerradura pero llego, ¿sabés?". Era Fabiana, la rubia de mi trabajo quien, después de que Patricio se fue del departamento, empezó a acompañarme en esta carrera por la vida.

Pasé a admisiones y de ahí a los consultorios externos del Fleming. A eso de las 10 de la mañana se abre paso por el pasillo del segundo piso del sanatorio una señora gordita de pelo desordenado y cara seria que meneaba un bolso a diestra y siniestra. Cuando cruzó frente a los pacientes que la esperábamos la mayoría reclinó la cabeza, como en signo de venia. El primer pensamiento que se me vino a la cabeza fue: Wow, así de buena será.

Saludó a las recepcionistas y a algunas personas, agarró una lista que estaba sobre el escritorio del consultorio y desde la puerta gritó: ¡Vanegas! Me levanté en el acto, entré al lugar, le di la mano y cerré la puerta. Una semana antes el médico del centro de imágenes (donde me hicieron el PET), me había dicho que ella era una persona muy peculiar pero que era una eminencia y me iba a curar. Creo que con peculiar se refería a dura, brava, con un carácter fuerte, por tanto, era mejor ser conciso y breve en la charla.

-¿Por qué viene a verme, señorita?

-Hace un par de semanas me detectaron un linfoma de Hodgkin.

- Qué médico la derivó.

- El Dr. Re, oncólogo del Sanatorio de la Trinidad.

- ¿Y por qué vio a un oncólogo en lugar de a un hematólogo?

- Porque no sabía a qué especialista debía ver. Éste médico me mandó a hacer el PET y me recomendó verla a usted.

- Déjeme ver el PET y el informe de la biopsia ¿Le hicieron biopsia, no?

- Sí. Contesté y descubrí el parche de gasa pegado con cinta quirúgica.

- Eso se lo voy a sacar en breve. ¿Hace cuánto la operaron?

- Mes y medio.

-¿Por qué se tapa la cicatriz?

- Por que me dijo una dermatóloga amiga.

- Pues le dijo mal.

Dio un vistazo a los exámenes, me pidió las ecografías, las pruebas de sangre y cuanto estudio me había hecho.

- ¿Cómo empezó esto? ¿Por qué consultó al médico?

- Por que tenía un dolor en el cuello, como si me hubiera mordido un vampiro.

Ni un rastro de una sonrisa se esbozó en su cara.

 Y empezó con la retaíla.

-Señorita, lo que usted tiene es un Linfoma de Hodgkin escleronodular, lo que significa que es un tipo clásico de ésta enfermedad, es decir, que tiene un 96% de posibilidades curarse con la primera línea de tratamiento que incluye 12 quimioterapias durante 6 meses, dos al mes. Se le va a caer el pelo, las defensas van a estar bajas, así que si nunca se cuidó en la vida ahora va a tener que hacerlo como si fuera una porcelana.

Tocan la puerta.

-Adelante.

Era Fabiana, mi compañera de trabajo, vestida con un camisón de esos que usan las señoras mayores para ir a la playa, un brassier (corpiño) negro enorme que se dejaba ver por las mangas, y unas pantuflas.

-Disculpen las interrumpo. Hola, ale, ¿cómo vas?

No puedo negar que haber visto a Fabi vestida como su mamá (por que literalmente pidió ropa prestada a su madre y se vino sin bañarse a mil en la camioneta de trabajo de su hermano) me sacó por un momento del shock en el que estaba por el veredicto médico (una vez más). Sonreí y seguí escuchando a la malhumorada Tartas, quien no se inmutó por la entrada de la rubia.

- ¿Fuma, señorita?

- Desde hace dos semanas volví a hacerlo.

- Bueno, quiero que quede claro que yo no soy pediatra, así que si se quiere tratar conmigo se debe comportar como un adulto. El cigarrillo tiene un hongo que puede matarla.

Asentí.

- Ahora, vamos a iniciar con las indicaciones de su tratamiento. Va a tener que...

-Disculpe, doctora. Una pregunta.

Interrumpe Fabiana.

- No, señora, usted no puede hablar.

Bueno, lo que me dijo fue que tenía que ver a la hematóloga quien me administraría la quimioterapia y me tomaría una muestra de médula ósea para biopsia (sí, otra que espero con preocupación), al especialista en transplantes para que mediante una operación me instalara el catéter portal por donde pasarían las quimio, a la endocrinónologa para cuidar mis ovarios durante el tratamiento y también me mandó a las oficinas de Galeno (el servicio de salud que muy amablemente me aporta mi fugitivo ex) para ver si todos estos procedimientos estaban cubiertos.

Yo traté de seguir todo lo que decía, aunque no niego que por momentos me quedaba tildada, en blanco, oyendo el típico sonido del monitor cardíaco cuando el corazón se detiene (ese piiiiiiii agudo que se escucha en todas las películas cuando el corazón deja de latir). Volvía en sí y continuaba anotando. Menos mal Fabiana estaba ahí y tomó nota de lo que se me pasó a mí.

- ¿Entendió señorita?

Asentí con la mirada perdida.

- Yo la veo muy ansiosa y eso no le hace bien en el estado en el que está.

- Sí, es mucha información y muy fuerte. Mi hogar está desecho, mi pareja de más de tres años por quien dejé todo y me vine a vivir a Argentina se fue hace poco más una semana del departamento y mi familia está toda de pelea, eso sin mencionar que, por mi tono, seguramente se habrá dado cuenta que soy extranjera y no tengo a nadie aquí, por eso me trajo ella, mi compañera de trabajo.

Se queda mirándome fijamente. Fabi me toma la mano, la observo y me percato de que tiene los ojos aguados, enlagrimados. A mí se me cortó la voz.

- Ah, ya estalló la bomba. Bueno, quiero decirle que eso es normal. Pero, ante todo, usted debe permanecer tranquila. Ya todo se va a acomodar.

Le di las gracias, le di la mano y me levanté. Tenía un nudo en la garganta y un dolor en el pecho que no soportaba.

- ¿Sos creyente?

- Sí.

-Andá a la iglesia, piba. Te va a hacer bien. Ya todo se va a acomodar. Esto no es una apendicitis, es cáncer, es normal que todo se despelote. Andá a la iglesia.

Salimos del consultorio y yo me sentía perdida, ofuscada de tanta información que recibí. Quería ponerme a llorar pero no pude. Fernando, uno de los médicos que trabajó en la clínica estética donde soy empleada estaba esperándonos.

-¡Chicas! ¿cómo les fue?

Fabiana le dio el reporte, yo estaba en otro planeta, seguramente aplastada entre los anillos de Saturno, el Gran Maestro, el Juez, el Señor del karma, dicen los astrólogos. O tal vez bajo el pie de Dios o de Krishna. Respiraba poco y rápido.

-Mierda, me va a dar un ataque de pánico, no, otra vez no, por favor; esa etapa ya debo superarla, pensé.

Fabiana me agarró la mano y empezó el recorrido por el sanatorio. Fuimos a ver a la hematóloga, al médico de los trasplantes, pedimos los turnos y cuando me di cuenta estaba sentada en la sala de espera de cirugía con fecha para que me operaran en dos días, dos días!!!! Me pondrían el catéter y me harían una punción para extraer la médula ósea. Dos operaciones en menos de dos meses!

Con los pies en la tierra

Cuando salí de la nebulosa saturnina me fijé que ya le había avisado a mi mamá, a mi familia, a mis amigas y a Patricio, sí, le dije a él, como una tonta le escribí. De todos tuve respuesta de inmediato, pero no de él, su réplica llegaría horas más tarde: "Hola, no voy a tu operación. Que venga tu hermana. hasta aquí llego, se acabó el proveedor". Bajón, bajón mal.

"Mi hermana viene pero no alcanza a llegar para la operación. No tiene DNI y no hay pasajes para antes", respondí. (Cabe aclarar que Isa, mi hermana, vive en el norte de Argentina en la Provincia de Jujuy, ubicada en la frontera con Bolivia a 1800 kilómetros de Buenos Aires).

"Que se haga cargo tu familia, no quiero saber nada de vos", escribió.

¿En qué momento pasó todo esto? ¿Cuándo me convertí en su peor enemiga? ¿Qué hice tan mal para que me odiara y se desinteresara de tal modo? Me tiré en la cama a llorar y recordar.

Como una gran "boluda" no podía sino recordar los buenos momentos. Yo creo que es una tara que padezco porque sólo evoco lo bueno, nunca lo malo, por complicadas que hubiesen sido las circunstancias.

Me quedé mirando al techo de la habitación, de pronto, la lampara y se comenzaron a proyectar diferentes imágenes: El primer beso nervioso que nos dimos esa tarde del 3 de mayo de 2012 en el Aeropuerto El Dorado de Bogotá después de dos años de habernos conocido, uno de los atardeceres más bellos que vi a su lado un agosto que viajábamos por la ruta que une a Trenque Lauquen y Carhué (dos pueblos de la Provincia de Buenos Aires donde vive su familia) y el cual me deslumbró de tal modo que sentí que estaba viendo al mismo Dios y al que le pedí que me permitiera venir a vivir a Argentina con él; yo enterrándolo en la arena de la playa del Cabo San Juan del Parque Tayrona un ocaso de marzo de 2013, las mañanas silenciosas de escritura de los sábados que se veían interrumpidas porque yo salía intempestivamente de la habitación para robarle un beso, las tardes en el cine de Hoyts del Abasto burlándonos de la "variopinta fauna",  las mil y un veces que lo vi en el escenario presentando sus libros y yo sentía que se me salía el corazón del orgullo de ser su mujer; sus caras de "orto" cuando íbamos en un colectivo lleno; su inerte dormir; la tranquilidad que me transmitía verlo al despertar a mi lado, las conversaciones políticas y culturales que terminaban en pelea,  cuando me llamaba "mono", los viernes de carne, pelis y vino. Y yo ahí ahogándome entre las lágrimas y dolor.

El jueves 4 de febrero finalmente llegó para acompañarme en la operación.

Viviendo con el corazón roto

El 3 de febrero, el siguiente día, tenía que hacerme un ecocardiograma. El calor sofocante de la mañana porteña me permitió llegar al Fleming a las 10.30 de la mañana. Me registré y saqué el celular para ver si Fabi me había escrito, iba a acompañarme una vez más. "Gordi, ya llego, andá sacándote sangre".

Cuando era niña no permitía que nadie que no fuera mi abuela Isabelita (una de las primeras bacteriólogas de Colombia) me sacara sangre. Por lo general terminaba en el piso desmayada cuando la aguja traspasaba la piel. Hoy no le tengo miedo a la agujas pero sí pido que me roten los brazos que me van a pinchar.

-¿Ayer me tocó el izquierdo, puedes pincharme el derecho?. Dije a la extraccionista.

Sonrió.

- Dale.

Tomé aire, cuando me di cuenta estaba recostada en una camilla y un médico me estaba pasando un aparato por el pecho,  me estaban haciendo el electrocardiograma. Se escuchaba un ruido increíble, era como una locomotora que se desplazaba por dulce de leche. Puig, puig, puig, puig.

-  ¿Está roto? le pregunto al médico.

- ¿Eh?

- ¿Que si está roto el corazón?

Se ríe.

- No, está perfecto ¿Por qué?

-Por que me lo rompieron hace un par de semanas,  me duele todo el día. No sé si es el corazón o el pecho, o el cáncer o todo al tiempo, pero duele como el carajo.

- Ya todo se va a acomodar. Confía, este tipo de enfermedades no son fáciles ni para vos ni para quienes están a tu alrededor, pero vos tenés que tratar de estar lo más tranquila posible.

Lo más tranquila posible, lo más tranquila posible ¿Cómo puedo estar tranquila si todo es un caos? ¿Si Patricio cree que le estoy haciendo la guerra? ¿Si va de casa en casa sin rumbo, lleno de rabia? ¿Si piensa que le quiero quitar todo por lo que ha trabajado con tanto empeño cuando lo único que necesito es su apoyo emocional, volver a ver su rostro despejado, sereno, tranquilo, como una roca a mi lado, con plena comprensión de la situación? ¿Será que quienes de verdad lo quieren y son amigos no le pregunta por qué sigue metiendo la pata?

Por estos días mucha gente me ha preguntado por qué no me regreso a Colombia a hacer me el tratamiento, la respuesta es fácil, cuando me fui de Colombia cerré toda mi vida, eso incluye el seguro de salud  e historia bancaria y crediticia. Yo allá no soy nadie más que un 37' 294. 170 que está registrado como ciudadano residente en el extranjero. Además, devolverme a Colombia significa no asumir esa decisión que tomé en 2012 de iniciar de nuevo, de empezar una nueva vida, de ser de una vez por todas una adulta, una persona independiente.
 
Hoy me relaciono de otra manera con Buenos Aires, como Alejandra Vanegas Cabrera, periodista de la Universidad Externado de Colombia; quien trabajó como pasante en El Tiempo y luego como redactora en el segundo diario más grande de su país, El Espectador; quien tenía cada 2 semanas su cuenta de banco llena; un departamento cuidadosamente decorado que compartía con su hermana; una familia enorme a la que veía por lo menos cada dos meses, amigos, fiestas, viajes nacionales e internacionales casi mensuales, salidas a comer a los más caros restaurantes, entre otras muchas otras prerrogativas y quien llegó a Argentina hace más de 3 años a ser una inmigrante más que lucha día a día con tropiezos por conseguir un mejor trabajo, por formar un lindo hogar, por terminar un posgrado, por encontrarse y transformarse en un mejor ser humano; no me arrepiento de estar pasando por esta situación a veces dolorosa y otras injusta, reconozco que cometí muchos errores  y, si alguno de los que me lee se sintió alguna vez ofendido por mí, le pido me perdone. Considero que todo esto es parte de esta conversión conscientemente aceptada, esa que cada día con golpes, bajones y a veces de rodillas me está convirtiendo en una verdadera guerrera.

jueves, 11 de febrero de 2016

Diario de mi cáncer: la chica de los zapatos rojos

Not for rental- Yuztapox
Siempre que recibe una noticia sobre su enfermedad la chica de los zapatos rojos siente como si estuviera frente al mundo y éste rodara hacia ella pasándole por encima, haciéndole tronar cada uno de sus huesos, dejándola sin fuerza, cansada y agobiada.

Es verano y aunque el sol brilla su destello es incandescente y penetrante. Son días calurosos, confusos y largos en Buenos Aires y la chica de los zapatos rojos está sofocada y perdida, deambula por las calles sin encontrar un lugar dónde sentirse cómoda, tranquila. Opta por la calle, camina sin rumbo, no encuentra asilo en ningún corazón, sólo llora y anda con una carpeta naranja debajo del brazo donde carga cada uno de los exámenes que le han practicado desde octubre de 2015 y donde está el veredicto médico: Cáncer tipo Linfoma de Hodgkin nivel 2 con un pronóstico de una cirugía para hacer una biopsia a la médula ósea e insertar un catéter portal para infiltrar los medicamentos de la quimioterapia  ABVD que recibirá durante 6 meses.

¿Por qué yo? ¿Y si no puedo? ¿Y si el tratamiento no funciona? ¿Para qué luchar? ¿Por qué seguir? Un brisa cálida la golpea por detrás, la envuelve mareándola, haciéndola flaquear. No sirve de nada hablar por teléfono porque las palabras no acarician, no cruzan la pantalla, no abrazan, no son garantía de nada, no son compromiso, no son sostén. De hecho, las palabras son ahora acusaciones, reclamos, desprestigios, ira, incomprensión, miedo de los que creía que la amaban.

La chica de los zapatos rojos no entiende nada, sólo camina y llora; las lágrimas le rasgan las mejillas, no existe nada adelante, no hay nadie, sólo hay fuego en este infierno, miradas indiferentes, dolor, soledad, desesperanza. Y bueno, hay que asumir la vida, las decisiones tomadas.

Como por inercia llega a la clínica donde trabaja hace casi 3 años. No se saca los lentes, entra como alma en pena, en realidad entra como está ella en su interior con el alma y el corazón en pena. Su compañera de trabajo grita desde una de las oficina si está bien mientras atiende a una mujer que le pregunta insistente si su tratamiento le va a quitar la celulitis del culo. La chica de los zapatos rojos escucha la conversación desde el baño, alza la mirada y se dice mirando al espejo: para de comer y verás como se te quita todo, gánate un cáncer y verás como dejas de pensar en comida, dale a quien creías tu gran amor todo para que en el momento que más lo necesitas se ponga por delante y te abandone. Su cara se deforma por las lágrimas. Su compañera vuelve a gritar: ¿Estás bien?. Bien jodida, responde entredientes.

La chica de los zapatos rojos se arranca a trozos su rostro, los tira en el lavamanos, los remoja con agua, les pasa una toalla de papel y los vuelve a pegar con saliva sobre sus músculos. Sale del baño y se va a la recepción. Con cara de nada saluda a la maniática de los muslos perfectos quien le da un beso en la mejilla y le dice estás divina. Sonríe y cierra la puerta. ¡Qué atrevida es la frivolidad!

¿Ahora sí, qué pasó?, pregunta su compañera, la rubia, esa misma que veía como una persona distante pero que los próximos días se convertirá en su madre, su confidente, su traductora, su polo a tierra; la misma que unos años atrás, cuando le preguntó su edad en la entrevista de trabajo, le dijo: Gordi, todavía te falta mucho por llorar.La chica de los zapatos rojos le cuenta a la rubia acerca de su diagnóstico, le dice que su vida está patas arriba, que está sola en su casa desde hace cuatro días por una discusión que parecía una de tantas peleas de pareja pero que con las horas,el fuego, las intromisiones, la verborrea, el egoísmo y el miedo, el maldito miedo, se convirtió en una batalla campal.

Mientras le hablaba a la rubia la chica de los zapatos rojos recordó una tarde cercana. Él estaba tirado en la cama sin ganas de nada, con la mirada perdida y uno de sus brazos sujetando su panza desnuda. ¿qué pasa? le preguntó ella. Nada, estoy preocupado por la situación. Calla. Ella toma su rostro barbudo y punzante entre sus manos y busca sus ojos, los que una noche de invierno de 2012 la recibieron en el aeropuerto de Ezeiza y le pidieron que se quedara para siempre a su lado, los mismos que tras una pantalla de computadora la convencieron de dejarlo todo atrás para ser cuatro luceros iluminando las noches, esos que ya hoy no están y dejaron un hoyo negro en su alma, quizá peor que el cáncer. No es obligación que estés, puedes salir de esto cuando quieras, sé que te sobrepasa tanto como a mí. Él la abrazó y le dijo, esta lucha la peleamos juntos.

La rubia llora con ella, le roza vagamente el brazo y promete cocinarle algo para que se sienta mejor, como si la comida fuera garantía de felicidad. La rubia no cocina, en realidad no le gusta cocinar, baja a una confitería para traerle un par de tostados y café. Mientras tanto la chica de los zapatos rojos se tira en un sofá. Los teléfonos suenan sin parar, pero ella no los escucha, su mente no está clara, la boca del estómago le duele, sienten que sus costillas se le clavaron en los pulmones y tiene tanto moco en la naríz que el aire que pasa por su fosas es ínfimo, está contaminado de veneno.

Ahí, echada en el sillón de cuero reconoció: tuve rabia, tuve miedo, quería llorar a mis anchas mi dolor, quería vomitar la ira que me enfermó, quería poner frente a mí mis frustraciones y cuestionarlas, quería buscar la raíz de la mierda que se reprodujo en mi pecho y mi garganta, quería decir lo que callé, quería gritar por mi impotencia, por mi insatisfacción, por mi soberbia, por mi ira, por la lujuria que durante años permití que se apoderara de mi cuerpo, por la avaricia,la envidia, la gula. Quería enfrentarme a mí misma de una vez por todas y acabar con ese ser que me condenó y enfermó. No podías negarme esa libertad, no podías vivirlo por mí, este mi castigo y mi pena. Esta es una batalla mía.

La chica de los zapatos rojos sigue en shock, respira rápidamente, hiperventila, se tuercen sus manos. Necesita salir corriendo, encontrar asilo. Sí, hubo problemas; sí, no éramos perfectos; sí, discutíamos porque había que pintar el techo, porque teníamos modos diferentes de pensar, caminos diversos de llegar a un mismo objetivo, pero siempre hubo corazón. ¿Tan malo fue? Sólo necesitaba respirar que me dejara caminar a mi ritmo, que me dejara buscar mis propias respuestas, que estuviera tranquilo, eso, era tranquilidad lo que necesitábamos, no esta bomba atómica que destruyó todo.

Encogida en esa cama prestada lamenta su pérdida. Ahora que la chica de los zapatos rojos perdió el segundo comandate de su lucha hace todo por inercia, se siente intrusa en un espacio que no es suyo, en un hogar quebrado al medio, lleno de objetos y recuerdos y vacío de espíritu. Ella lucha por mantener el nido unido en medio de una tempestuosa oscuridad que amenaza con llevarse su alma, con devorarse su cuerpo entero, con dejarlo podrido tirado en el suelo. Mientras tanto ella pone su fe en la nubes esperando que el sol vuelva a ser cálido y no incandescente.





   

miércoles, 3 de febrero de 2016

Diario de mi cáncer: Radiactiva por un día

dailymail.co.uk
Veintiseis de enero, el gran día, el día del PET, el examen que determinaría en qué nivel está el cáncer. Me desperté de un salto. Agarré preocupada el celu pensando que se me había pasado la hora y cuando me fijé ni siquiera eran las 7 de la mañana. Como siempre me visitó el pensamiento que tengo cada mañana desde que me entregaron la biopsia: Cierto que tengo cáncer, y comienzo a navegar por un océano de ideas. Algunos días pienso en si se me va a caer el pelo, otros días me imagino cómo me veré pálida y ojerosa trabajando en una clínica que vende belleza, otros días pienso qué nivel de cáncer tendré, en si pospongo o no la maestría, algunas ocasiones me asusto, ¿Y si llego a ser ese 10% que no supera el linfoma?

Pasado el momento de reflexión matutina ansiosa, rezo una oración que me enseñaron en el Carmelitas, el colegio de monjas donde pasé toda mi infancia y adolescencia: Señor, en el silencio de este día naciente, quiero pedirte la paz, la sabiduría y la fortaleza, quiero mirar al mirar al mundo con los ojos llenos de amor para ser dulce, compresiva y buena, ver a tus hijos, mis hermanos más allá de las apariencias como tu los ves, cierra mis ojos de toda maldad, guarda mi lengua de toda calumnia, que sólo los pensamientos que tu bendices moren en mi espíritu, que sea tan buena y tan alegre que todos los que se me acerquen sientan tu presencia, revísteme de ti mismo y a lo largo de este día yo te alabaré. Amén. Se calma un poco la mente. No sé si algo de lo que rezo se cumple o surte efecto en mí, a veces pienso que no porque actúo como los animales o tal vez no tengo la suficiente fe o mi mente aún es tan limitada que no comprende la magnitud de lo que es Dios (creo en Él, llámenlo como lo llamen).

Pegué un brinco de la cama y puse a hacer el mate, sólo podía tomar café, te o mate sin nada de azúcar.Volví a la cama mientras hervía el agua y me quedé pensando un rato más. Otra vez canalización, otra vez agujas, espero que no me duela mucho cuando me pinchen, que el líquido no me ponga débil. Me parecía fascinante y a la vez espantosa la idea de estar radiactiva por un día, pensaba que la gente se iba a marchitar a mi paso, de que podría lanzar rayos, hasta creí poder volar y quebrar el piso o inmensos bloques de cemento, al estilo de Hulk. Voy a ser una super héroe hoy.

Sonó la tetera y salí corriendo a apagarla. Le puse un poco de agua fría al termo para bajarle la temperatura al agua y bebí un par de mates antes de meterme a la ducha. Estaba muy optimista ese día. Como me levanté temprano me tomé mi tiempo en la ducha, sentí el agua fría recorriendo mi cuerpo, mis manos enjabonadas deslizándose por las piernas, los brazos, el estómago, me abracé, sentí emoción de estar viva. Cuando todo esto pase quiero celebrar mi renacimiento en el mar, no sé en qué playa o en qué lugar del mundo, pero seguro voy a hacerlo. Tenía unas ganas locas de experimentar la braveza de las olas sacudiéndome, la libertad de flotar, de dejarme llevar por el agua fresca, la sal, el sol, la arena, de mezclarme y ser una con el océano.

Salí del baño, me sequé,  me embadurné de crema y, empezaron los síntomas, comezón en la piel, siempre que salgo del baño me da. Al principio me rascaba como una desquiciada y me dejaba las uñas marcadas, ahora soy un poco más suave. Canto un mantra y me sobo las piernas y los brazos, Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna, Krishna, Krishna, Hare, Hare, Hare Rama, Hare Rama, Rama, Rama, Hare, Hare. Las acaricio, trato de no perderme en la molestia. La molestía es sanación, sáname, hazme comprender, le pido.

Pasado el momento de crisis, me puse las pilas y a seguir se dijo.Planché el vestido que me quería poner, me maquillé, me peiné, alisté los estudios anteriores, los documentos que tenía que presentar y salí.  Y regresé, esta vez por unas medias y un saquito por si me daba frío. Al final salí, con tiempo.

Era una día precioso, soleado, hacía un poco de viento fresco, el clima y el sol me recordaba las mañanas de Cúcuta . Me tomé el colectivo, estaba feliz porque no salí apurada y en taxi, esta vez lo hice mejor.

Al llegar al centro de imágenes estaba mi amiga alias "Lorenza" (cuyo nombre real es Lorena, pero yo creo que se equivocaron en su denominación de origen, de hecho tengo la manía de cambiarle los nombres a la gente porque me parece que no le pegan con su personalidad). Ella como siempre tan puntual me estaba esperando sentadita. Hice todo el trámite administrativo para que me realizaran el PET y me senté a esperar con ella, luego el médico me midió y pesó, hizo una breve encuesta de salud y me dijo que el aparato estaba tildado, que iba a tener un rato de espera. Y sí, esperé hora y media. Cada tanto volvía la mirada a la ventana, para ver la gente pasar, esperando un milagro, creo.

Finalmente me llamaron y me llevaron a un cuartito con un sillón y una mesa sobre la que descansaba una bandeja con un jugo tipo Tang, en la pared había una tele. Y llegó el momento de ponerme radioactiva. Infiltraron en mí el líquido o radiosonda, empecé a ir cada 10 minutos a hacer pis, luego volvía al sillón y me distraía con una de mis comedias favoritas de Robin Williams, La Jaula de la Locas. Reía y me impresionaba verme el canal para infiltrarme clavado en el brazo.

Ese momento de encierro en un espacio tan reducido, sin la posibilidad de moverme me hizo reflexionar sobre la libertad, la cual, creo que sólo se tiene cuando hay salud, salud mental, física y espiritual. Porque se puede tener libertad de moción pero estar atado a una idea, un sentimiento, a la ira o un pasado que impide progresar, volar, respirar, vivir, y que lo mantiene a uno deambuando sin rumbo ni objetivo motivado por la ira, el deseo desmedido y el desequilibrio, esa es una fuente de intranquilidad.  Es necesario dejarlo ir ese obstáculo mental pero para que esto ocurra primero es necesario reconocerlo, tener la consciencia necesaria para aceptar que algo que no está bien en el interior para después sanarlo, perdonar y dejar ir;  sólo de este modo se encuentra la felicidad, una vez que esta llega ya nada ni nadie podrá perturbarla.

Terminó la espera y entré dentro del aparato enorme acostada en un camilla. Yo me imaginaba que estaba siendo insertada en un cohete (quise pensarlo así para relajar un poco, para no estar preocupada por si el cáncer está en varias zonas de mi cuerpo). Me imaginaba siendo Sandra Bullock en Gravity o Anne Hathaway en Interstellar cuando pasaban por los estrechos pasillos de las naves haciendo maniobras para llevar a cabo sus misiones y salvar su vida. Y sí, yo estaba entrando a esa "nave" para salvar mi vida y cumplir esa misión que tengo en el mundo. 

Hicieron rodar círculos alrededor de mi cuerpo, se prendieron luces, tomaron las imágenes y listo, para afuera. Eran las 14 horas cuando pude comer algo y ver la carita de la linda Lorenza esperándome para que le contara los pormenores del examen.

Salimos del centro de imáneces y ahí vino lo feo de esta etapa. Avisé a mi familia que me había ido bien y estuve próximos dos días yéndome por el inodoro, tirada en la cama sin ganas de nada, comiendo poco y viendo cuanta película de cáncer encontré online, purgando la radiactividad.

De eso se trata esta enfermedad, de purgar y purgar culpas, insatisfacción, sentimientos, actos, palabras, omisiones y decisiones. Aquí nadie te puede acompañar o ayudar, es estar frente a frente con tu propio ser analizándolo, limpiándolo, haciéndole retoques. Es como cuando caes de tu barca (donde tenías todo el confort) en el mar abierto en medio de una tormenta, a veces te ahogas y cada tanto sales a tomar un poco de aire para continuar nadando hasta la orilla.