Jacob Cornelisz Van Ootanen- El Nacimiento de la Virgen María. |
Ese retrato, que muestra cómo varias mujeres asisten a las parturientas mientras cuatro ángeles las custodian, me recordó mi situación actual a las amigas, a mi hermana, primas y tías que han estado a mi alrededor en estos días colmándome de mensajes llenos de buenos deseos y acompañándome con su servicio.
Ni bien salí de la operación el 4 de febrero, Catherine, la pequeña Antonia y yo tomamos un taxi que nos llevó al departamento. Al llegar Antonia entró emocionada por todos los adornos de mi casa, se le iluminaron los ojitos y dijo: Uyyy. Cathe inmediatamente comenzó a alzar cada uno de los cachivaches y souvenirs de distintos lugares del mundo que contrastan con los muros blancos para ponerlos fuera del alcance de la encantada Antonia.
Me acosté en la cama y me dolía el lado derecho de la cola, el enorme pinchazo que habían hecho los médicos para extraer una muestra de mi médula ósea me entumeció toda la pierna. El hombro izquierdo también empezó a despertarse del letargo de la anestesía. No habían transcurrido dos horas y ya estaba pasándome el primer ibuprofeno para calmar los estragos que había ocasionado en mi cuerpo la cirugía.
Antonia se puso a mi lado y me mostraba cómo golpeaba a Talking Tom en el Ipad. Mira, jajajaja. Cachateaba sin cesar al minino virtual. Hablamos toda la tarde en la cama con Cathe, nos reímos cuando Antonia se despojó de su vestido y se bañó en sal, recordamos anécdotas de aquellos tiempos universitarios, comimos, escuchamos música y descansamos, hasta que llegó Isa casi a las 11 de la noche.
Cuando entró por la puerta su serenidad empezó a inundar el departamento. Aleja, ¿qué haces? ¡estás recién operada! Yo estaba cocinándole una tarta de espinaca y choclo con ensalada, además trataba de alcanzar con el repasador unas moscas gigantes que se habían colado en la cocina. Yo no puedo parar, incluso estando enferma y recién salida del quirófano me es imposible tomar un descanso. Nos sentamos las cuatro, cenamos y nos quedamos hablando hasta la madrugada.
Al acostarnos abracé a Isa y le agradecí por estar a mi lado. Desde esa noche hasta su partida fue como si hubiéramos regresado a la infancia cuando pasábamos de largo inventándonos historias mágicas de dos hermanas con superpoderes en países extraños y lejanos.
La molestia en la mama y la cola se hizo mayor en la mañana, sentía como si un caballo me hubiera dado una patada en la pierna y luego me hubiera mordido la teta. Al sacarme los vendajes tenía un tremendo tajo y una picada de una pitón en la espalda. ¡Ay, qué dolor! yo que siempre me jacté de mi buena salud ahora tenía tres cicatrices seguidas en el lado derecho, un aparato insertado en mi pecho y un cáncer carcomiéndose mi garganta. Recordé a Melina, mi compañera de yoga, tenés mucho por decir pero tenés miedo de hacerlo.
Y sí, la verdad que con el tiempo me he dado cuenta de lo verídicas que fueron las palabras que esa simpática gordita adoradora de Krishna me reveló esa noche, calle mucho, de hecho, quise enterrar a la Alejandra de Colombia y hacer una nueva Alejandra en Argentina, cuando eso es imposible. Esa mañana tirada en mi cama recuperándome de la cirugía también me acordé de la última vez que vi a Feld, mi psicólogo, los primeros días de diciembre de 2015, justo antes de mi operación, la primera, la extracción del ganglio que dio la pista del cáncer.
- Doctor, me siento frustrada. Llegué a la conclusión de que en Argentina quise ser otra. Demonicé, castigué, cavé un hoyo y enterré con una pala todo lo que yo era en Colombia y me perdí, olvidé mi escencia, quise convertirme en un ser nuevo que me ha resultado detestable. Quise ser otra y me siento incómoda en este disfraz. Olvidé mi espontaneidad y la cambié por rigidez, perdí la risa, la capacidad de tomar las cosas con calma, de disfrutar cada segundo, vivo corriendo, puteando, como un muerto en vida, creo que omití lo que heredé de mi tierra y no estoy dispuesta a seguir viviendo así. Necesito renacer.
En ese momento ese viejito de pelo canoso me miró y se sonrió de manera sublime, como nunca antes lo hizo ante mí, como si fuera otra persona, le brillaron los ojos y se transfiguró.
-Bueno, eso está bien. Creo que lo que hemos venido hablando durante tanto tiempo ha surtido efecto. Andá a mostrarle al mundo lo que sos.
Desde ese día de diciembre fui más yo, empecé a recuperar la sonrisa, a saborear los momentos de otra forma, a ser más coherente con lo que quiero, a exponer de forma vehemente más diplomática mi posición y eso comenzó a hacer disonancia a mi alrededor.
Bajo la luz de la luna
Los días con Isa fueron un retiro del mundo. Reímos, lloré, comimos, caminamos, caminamos, caminamos y caminamos por Buenos Aires, la cruzamos de lado a lado y de punta a punta. Hablamos de astrología, de sentimientos, de los defectos que son necesarios erradicar, de las virtudes que se deben potenciar, de cómo lo que proyectas en el exterior atrae distintas personas y situaciones, de logros, de las derrotas, de transformaciones, del miedo, de los apegos, de la bondad, de la imperiosa urgencia de soltarse de nuevo al vacío y experimentar la grandeza de Dios, del camino que me tiene preparado el universo para hacer en mí una nueva metamorfosis por medio de esta enfermedad.
Bajo la luz de la luna vimos películas, todos los días una nueva, y, a la luz de una lamparita de la virgen de Guadalupe que me regaló mi abuela Isabelita la última vez que la visité en Colombia, Isa me puso las agujas de apucuntura para estimular mi sistema de defensas y el asiento de la felicidad, luego las calentaba con una bara de artemisa que se deshacía entre humareadas mientras perfumaba toda la casa. Para la hora de dormir me colgaba una amatista gigante, una cita a la medida del cuello de San Blas (patrono y protector de la garganta) que Francisca, una de mis compañeras de trabajo, me trajo de Paraguay. Con todos los perendengues y los sahumerios, los mantras y las charlas quedaba tan relajada que sólo me entregaba al placer del descanso profundo.
El 12 de diciembre, por fin llegó el gran día de la esperada visita de mi mamá. Al igual que cuando Isa entró por la puerta de mi casa, a su llegada trajo aún más paz y alegría a mi alma. Tocarla, volverla a oler, a sentir, a escuchar en vivo y en directo es algo que no puedo describir, es algo que agradezco cada día y cada instante, es como si el corazón hubiera me vuelto a latir.
Estar las tres en Buenos Aires, empezar a encarar el tratamiento, los trámites administrativos que conlleva la enfermedad y estar a cargo de mi casa sola me ha demostrado de qué estoy hecha, me ha hecho definir qué parte de esa Alejandra argentina debe vivir y qué parte de la Alejandra colombiana debe permanecer.
La bondad, la tenacidad, la determinación, la valentía, el ser genuina, espontánea, confiada, tranquila y paciente y más espiritual que nunca es lo que debe prevalecer ahora en mí. El rodearme de personas valientes que me quieren y el tener siempre un abrazo y un beso disponible es imprescindible en esta etapa.
En horas es mi primera quimio y bajo la luz de la luna tengo el corazón en la mano, lo miro y late, funciona perfecto, está entero para dar, para volver a darlo todo. Hoy cierro una etapa en mi vida, me despido de esa Alejandra temerosa y apegada, marco un antes y un después y yo, esta Alejandra definida y premeditada, se entrega a las manos de un nuevo destino.