lunes, 6 de abril de 2015

Lo que el viento se llevó, lo trajo de nuevo y lo transformó

Candice Tripp- Yxtapoz Mag.
-¿Me escuchas? Dime ¿Me oyes?

Escucho mi voz, pero no es la misma de ahora, es más aguda, minúscula, como cuando era niña. Miro mis brazos y y son más pequeños, pero reconozco que son  míos porque el derecho tiene marcados la tierra y la luna (un par de lunares que tengo y a los que me gusta llamar así). Siento las mejillas calientes. De pronto, brotan un par de lágrimas de mis ojos, las dos al tiempo; son como una cascada, se derrama sin parar, enjuagan mi rostro, lo queman, lo hacen arder. Me cuesta respirar, mi nariz está tan tapada por los mocos que casi no pasa el aire.

Cuando termino de reconocer mi cuerpo me pregunto: ¿a quién le hablé? Aparece Él frente a mí. Es tan extraño pero tan cercano, tan bello, pero tan serio. Brilla, destella una luz blanca, penetrante, deslumbrante, translúcida, pura. Mi corazón reboza de alegría.

-Tanto tiempo.

Él sólo brilla, brilla y sonríe. No musita palabra.

Me duele el pecho, me miro y me percato de que una luz roja, incandescente, titila entre mis pulmones. Parece que el dolor hubiera cobrado un tono perceptible a mis ojos para alertarme de su presencia. Vuelvo la mirada hacia él.

-Nadie entiende, nadie escucha de verdad.

Él sólo brilla, brilla y sonríe. Luego toma mi mano y siento la suya tan real, tan cálida, tan fuerte. Su piel es lisa, perfecta y morena. Lo agarro impetuosa, como si se me fuera a escapar, como si no quisiera dejarlo ir. Su calidez me trasmite paz.

-"No me sueltes, me siento sola, sola y confundida".

Él sólo brilla, brilla y sonríe. Dirijo mi mirada hacia su cabellera. Cada hebra de pelo es larga, se nota que es sedosa, deslumbrante, libre. Flota, flota en un aura blanca casi transparente.

 - No sé qué hacer. Estoy encadenada.

Bajo la cabeza arrepentida, inmediatamente mis ojos secretan más lágrimas. Él aprieta mi mano como pidiéndome que vuelva la mirada arriba, a sus ojos . El corazón quiere salirse de mi pecho.

Él sólo brilla, brilla y sonríe.

Dirijo la mirada a sus ojos, los veo profundos y negros, puedo divisar el universo entero en ellos. Pasan cometas y estrellas fugaces. Los planetas están suspendidos en un aura oscura, hay polvo fulguroso y, más al fondo, se divisan diversas galaxias de color rosa, amarillo, azul, violeta, rojo.

Esa visión infinita, extensa y sublime me tranquiliza, me transporta a ese lugar perenne. Allí me quedo suspendida en el tiempo y el espacio. No escucho nada, todo es calma. Serenidad.

Paz. Sociego. Quietud. Claridad.

De repente, un sonido estrepitoso me saca abruptamente de mi ensoñación. Regreso al mundo real: Mi vecina hace sonar de manera escandalosa y vulgar sus tacos contra el piso. Ta ta ta ta ta ta ta ta ta. Va a la cocina, otros diez ta, regresa a la habitación. De nuevo, ta ta ta ta ta ta ta, da vueltas en el cuarto. Doce ta, va hasta la puerta, abre y llama el ascensor. Veinte ta, regresa a la pieza. "Seguro algo se le quedó", pienso.  Después, otros no sé cuantos más ta. " no sé qué hace".Un portazo me advierte su salida final.

Mientras pasa todo el alboroto de aquella ecuatoriana desordenada y desaliñada (lo sé porque más de una vez he tenido que cruzármela en el ascesor. Incluso he ido a su departamento para pedirle que no se exceda en decibeles y de paso recordarle que vive en sociedad),  me doy cuenta que tengo las manos apretadas, como si  de verdad hubiera estado agarrando a alguien. También huele a flores, a jazmines, violetas y lavanda, todo junto. El aroma colma la habitación. Pego un brinco de la cama y salgo a buscar algo o alguien, Estoy agitada. Me asomo al living, lo reviso de punta a punta y no hay nadie. El olor permanece. Me cercioro de que en una luz entra a la cocina, corro tras ella y desaparece, vuelvo al living y luego a la habitación. Me siento en la cama con el corazón latiendo a mil, desconcertada, cansada.

Me tiro unos minutos para pensar en lo que acabo de soñar. ¿lo soñé o lo viví? me pregunto como una tonta, porque para vivirlo debes tener lo ojos abiertos y estar en este tiempo y espacio terrenal. No sé si tenía los ojos abiertos, es más, no estaba aquí, pero era tan real, tan vívido: Él, mis sentimientos, las lágrimas, el resplandor y ahora ese olor.

"¿Tu hueles eso también?" le digo a Roxy (mi gata) que está sentada con cara de dormida en una esquina de la cama. Ni "miau" dice, sólo permanece con cara de culo, de "me despertaste".

Me sentía cansada, muerta. Era miércoles y el fin de semana anterior habíamos estado de viaje con mi pareja. Fue un viaje corto, de trabajo y familia más que de placer. Sin embargo, esta breve travesía que cerró un ciclo. Se trató de un fragmento de tiempo que me hizo dar cuenta de que la anterior yo no puede coexistir con la nueva yo, pues esa vieja yo es egoísta y limitada, por tanto, no congenio más con ella. Por otra parte, la nueva yo, ya abrió las alas para levantar vuelo.

Las dos YO

En días pasados me sentía abrumada por un ciclo de visitas familiares que se extendió por tres meses. Casi cada semana recibíamos en casa a alguien: mi papá, mi hermana, su hermana, su mamá, su primo, la esposa de su primo y así. Fue lindo, no lo puedo negar, pero te das cuenta también de que las relaciones no son las mismas; ahora se han transformado y por la distancia se te ha olvidado un poco lo que es ser hermana/o,  hija/o y familiar.

En esos días que ellos estuvieron, los horarios ya no eran los míos, tuve que ajustarlos a los de ellos, a sus necesidades. También me encontré con que muchas de tus perspectivas divergen con las de ellos. Es como si dos mundos que un día fueron uno se reencontraran de nuevo y comenzaran a buscar una nueva forma de relacionarse.

Ahora soy diferente: independiente, disfruto de mi soledad y privacidad.

Esa presencia familiar también logró otro efecto: Mis más profundas raíces se retorcieron, es decir, los cimientos de lo que fui sufrieron un exabrupto y quedé como desnuda a la intemperie con defectos y virtudes.

Cada situación que compartía con ellos me hacía quitarme una prenda y a reconocer valores que quizá estuvieron ocultos o perdidos en otra dimensión de mi ser: hablar hasta por los codos me hizo libre; recordar cientos de anécdotas con lágrimas de alegría ( y otras de nostalgia, por supuesto, porque soy una llorona empedernida) me aliviaron la carga; comer y cocinar como nunca me recordó lo que es el servicio, correr para cumplir con mi trabajo me enseñó acerca de la responsabilidad y la constancia; vivir con dolor de espalda y tener una sonrisa para ellos me aleccionó sobre la paciencia; compartir mi espacio y mi novio evocó la bondad, fraccionar mi corazón para darle algo de amor a todos me mostró que siempre se puede dar más.

Pronto me olvidé de mi soledad, de mi egoísmo. El hecho de transformar mil veces el futón de la sala en una cama me instruyó acerca de la persistencia. Y al final, cuando armaron sus maletas y se fueron lloré al verlos partir.

Lloré vi la necesidad de que esa "otra yo" se fuera. Esa que está acostumbrada a ser el centro de atención, esa que patalea porque ante un clóset lleno de ropa no sabe qué usar para salir al supermercado, esa que no es capaz de entender que el otro es otro justamente porque tiene un punto de vista diferente, un sentir distinto, una realidad divergente que le otorgó una manera de actuar, expresarse y de dar lejana a la mía.

Soltar esa otra yo no es ni ha sido un proceso fácil. Llevo cuatro años dándome cuenta que hay mucho que no está bien en mí y enfrentarme a una soledad consciente fue lo que me permitió darme cuenta de ello. Haber identificado el problema fue el primer y más largo paso porque no sólo me resistí física y mentalmente sino porque traté de justificar mis errores y en ese camino herí a muchos y me saboteé yo misma en repetidas ocasiones.

Ahora estoy tratado vehementemente de deshacerme de esa yo maligna. Para ello debo mantenerme consciente, sobria, debo ser muy cautelosa para identificar cuándo estoy siendo víctima de la otra yo y suicido a la yo esencial, esa yo que puede volar y mantenerse suspendida junto con las estrellas.

Cuando llega ese malestar me digo: "Qué limitada soy (porque  me encanta hablarme, retarme, regañarme y reflexionar en voz alta).Estoy aquí haciéndome lío por una foto, por un pago, por si el otro hace o no, por un trabajo, por unos dólares, por una medicación, por si me dicen la verdad o me vienen con mentiras como si no hubiera nada más que este mundo, que este cuerpo, que estas cuatro paredes en las que vivo".

Si hay algo que he aprendido en estos cuatro años y medio de búsqueda es que la vida va mucho más allá que una casa, un auto, la ropa, sumar títulos o lo que los otros hagan, nada de eso te hace feliz si adentro estamos vacíos, si no hay servicio, si no hay amor, si no hay pureza, verdad, honestidad y algo de magia, si no desarrollamos ese yo esencial que crea, que sueña, que construye, que reemplaza lo negativo por pensamientos bellos para creces hasta llegar más allá de las nubes.