domingo, 9 de agosto de 2015

Alfajores faccia a faccia

El ajetreo de una noche imprevista, causada por un capricho de su jefa y la falta de sueño hicieron que Ana Laura Bertone, una votante de capital, no pudiera ejercer la democracia y se convirtiera en la protagonista de una estridente escena de furia en una de las mesas de votación de Palermo el pasado 5 de julio, cuando la ciudad de Buenos Aires elegiría a su intendente.

“Por gente como ustedes es que este país no funciona. Cohíben los derechos de la gente para que gane su candidato. Claro, todo está arreglado para que gane Macri. ¿Saben qué? ¡Púdranse! ¡Púdranse todos!”, vociferó Ana Laura, quien al término de su discurso tiró un par de alfajores que comía desesperadamente a Clara, la presidenta de una de las mesas de votación de Palermo. Una de las golosinas le dio en el pecho y la otra en el mentón. En ese momento, Clara se levantó de su asiento y le dijo con una cordura y paciencia inesperada: “Señora, le voy a pedir que abandone el lugar. Si no tiene su DNI, no puede votar”.

Después de semejante acto todos quedaron perplejos en la sala. Nadie podía creer la escena de aquel domingo 5 de julio en el que los habitantes de la ciudad de Buenos Aires elegirían al jefe de la ciudad, menos Ana Laura, cuya reacción, incluso para ella misma, fue completamente inesperada.

“Yo no puedo creer que esta mujer me lleve a actuar así”, le dijo a su hijo, Franco, al entrar al auto quien la observaba preocupado desde el asiento del copiloto. ¿Qué pasó, mamá?, le preguntó el chico. “Nada que le revoleé los alfajores que tenía a la presidenta de la mesa porque me pedía y me pedía el DNI para votar y no lo encontré. ¿Será que se me cayó anoche mientras buscábamos el arito de la Coca?”, contestó Ana Laura. “¿Cómo que anoche estuviste buscando un arito? No te puedo creer, en serio esa mina te pone mal, te va a enloquecer, te digo. Safaste de pedo, otra te hubiera mandado la cana por loca”.

Ana Laura se tomó la cabeza con sus manos y con las uñas largas se empezó a rascar frenéticamente alborotando sus cabellos rubios. De su cuero cabelludo se desprendió como purpurina un polvillo blanco. “No sabés lo que fue la madrugada de ayer. Ni bien saliste con tus amigos para la fiesta de quince me llamó ”. No terminó la frase cuando de la escuela salió Clara con un par de policías. “Esa fue la mujer, ella me tiró los alfajores en la cara”, dijo señalando el auto de Ana Laura. “La puta madre, lo que me faltaba”.

De inmediato los patrulleros se acercaron al auto, Ana Laura no tuvo más remedio que bajarse y dar la cara. “Buenas noches, señora. La presidenta de la mesa nos llamó porque entre ustedes se presentó un altercado. Me da su DNI”, le pidió el policía. “Sí, buenas noches. Tuvimos una discusión con la señora. Reconozco que todo fue mi culpa, tuve una noche muy complicada y olvidé mi DNI, al no encontrarlo salté en ira y bueno, ya les habrá contado ella que le tiré unos alfajores”, explicó la rubia.
“No podés actuar así, no podés. Es una falta de respeto. Me agrediste”, replicó Clara. Ana Laura se metió las manos a los bolsillos y agachó la cabeza. “Sí, la cagué mal. Les pido que me dejen explicarles. Esto me supera”.

La frivolidad de los ricos

La madrugada del 5 de julio, a eso de las 12 de lo noche, Ana Laura estaba tejiendo en cama en compañía de sus cinco gatos y su perra, Lisandra. Estaba sola. Su hijo Franco,  había salido con unos amigos. En eso la llamó su jefa, Libertad Castrato, una cirujana plástica para la que trabaja como asistente hace más de 7 años.

“Ani, estoy preocupada, mi madre me acaba de llamar a decirme que perdió uno de sus aritos de brillantes, uno que le había regalado mi papá hace 40 años, es carísimo. Cree que se le cayó ayer en la Clínica. La vieja está destrozada. ¿Vos creés que Isaura (otra de sus empleadas, una cosmiatra paraguaya que trabaja para ella hace más de 10 años) esté despierta para que me abra la clínica y me ayude a buscarlo?”, mencionó Castrato en voz baja, como si no quisiera que nadie a su alrededor se enterara.

“Doctora, es de madrugada, seguramente Isaura está durmiendo, además vive lejos”, señaló Ana Laura. “Yo la llamé pero no atiende. ¿Vos me acompañás?”. Ana Laura, que rara vez se niega a sus pedidos, accedió. Se puso una sudadera y una campera. Salió y caminó a la estación de tren, pues su jefa, una rubia porteña de familia adinerada, teme entrar con su camioneta de alta gama a Vicente López. Al llegar a la estación, Castrato la estaba esperando. La asistente se monta al auto y su jefa le dice: “Vos sos de hierro, me hacés renegar pero siempre estás conmigo”.

Ya acostumbrada a este tipo de situaciones, Ana Laura pensó: “otra vez metida en un quilombo sin sentido”. Al cabo de media hora ambas rubias estaban en la avenida Santa Fe y calle Callao, donde se ubica la clínica. Al entrar al lugar se disparó la alarma que despertó a los pocos habitantes y al portero del antiguo edificio de oficinas. De inmediato llamaron de la compañía de seguridad al celular de Ana Laura para avisarle que iban a mandar una patrulla, pues alguien estaba accediendo al centro médico.

Parada frente a la cámara de seguridad, Ana Laura les explicó que quienes entraron eran ella y su jefa, que venían a buscar unos documentos para una operación de urgencia, pues creyó vergonzoso darles la verdadera versión de lo que estaba sucediendo. Recorrieron minuciosamente cada centímetro de los 300 metros cuadrados del centro  y no hallaron nada.

“¿No se le habrá caído en el camino a su departamento?”, dijo Castrato. Ana Laura no pudo evitar que los ojos se le abrieran de par en par y la mandíbula se le descolgara de la cara. “Bueno, fíjemos, ya que estamos”. De inmediato, se volcaron a la helada calle. Hacía 10 grados y las dos rubias estaban casi en cuatro patas buscando el valioso aro. “Espero que el aro le haya costado al menos US10.00 al tipo. Tanto quilombo por un puto aro. ”

Durante la búsqueda, La Coca, la madre, llamaba agitada a apurar a su hija. Con la respiración entrecortada y pesada le decía: “Creo que me voy a morir, me va a dar algo”. “Ya mamá, basta. Estamos buscando, lo vamos a encontrar”, le aseguró Libertad para no alarmarla.

En las veredas no hallaron más que papeles y unas cuantas baratijas que se les caen a las afanadas transeúntes que transitan a diario la comercial avenida. Al no encontrar nada subieron al departamento de la vieja ubicado a tres cuadras de la Clínica, exactamente en Santa Fe al 1632.

La búsqueda continuó en el atiborrado de fotos y antigüedades semipiso. Movieron cada mueble, alfombra, escultura, lámpara. Lo revolcaron todo. Mientras corrían cosas de aquí para allá Castrato lanzaba miradas de sospecha a la mucama, quien tampoco entendía por qué tanto problema por un aro. 

Cada tanto la médica tiraba un comentario ponzoñoso:“ Mhh, tantas veces ha pasado eso de que se te que pierdan joyas, mamá. Y aquí sólo viven vos y la mucama, así que…”, dejó abierta la frase.“En lugar de estar descansando para acompañar a Juli y a Mauricio mañana, tengo que estar buscando algo que yo no perdí ni agarré”, otro de los bocadillos que cada tanto lanzaba Castrato en medio de la escena. Cosa que enfurecía más a Ana Laura y la hacía pensar: “sólo porque tus amigos no ganen, voy a votar mañana, así sea por el candidato más berreta”.

A eso de las 4 de la mañana el dichoso arito apareció bajo una de las tantas cajas de zapatos que colecciona la vieja en su placard. “Aquí está, aquí está- gritaba Castrato mientras saltaba- Yo sabía que estaba aquí, mi viejo (que estaba muerto hace años) me estaba guiando, lo escuché, lo eschuché”.
La hija y la madre se abrazaban y se besaban con júbilo. Las otras dos integrantes de la escena, es decir, Ana Laura y la mucama, estaban absortas ante tan extravagante suceso, incomprensible para dos personas de diferente mentalidad.
   
Infractoras del tránsito

Una vez concluyó la búsqueda, Ana Laura y su jefa iban de regreso a casa por la autopista Panamerica, de pronto, un camión pasó a  alta velocidad. Castrato, indignada, empezó a perseguir al vehículo. “¿Qué haces?, ¿Sos maniático?, ¡Vas a matar a alguien!”, gritaba la médica desde su ventanilla.

Así transcurrieron un par de kilómetros hasta que el camión se desvió y la policía paro a las dos rubias que siguieron por la autopista. “¿Está cargándome? ¿Por qué nos para a nosotras? ¿No vio el camionero que iba como loco? Claro, para a los pagamos impuestos y no a los que se ponen en pedo y se van a las rutas a matar gente, así funcionan las cosas en este país, ¡Es una locura!”.

El policía se hizo el de los oídos sordos y le pidió a la médica el DNI y la licencia de conducir. “Señora, no vi ningún camión, por lo menos, por aquí no pasó. Si tiene la patente puedo avisar a mi compañeros”, le dijo. “¿Cómo voy a tener la patente si estaba preocupada porque no matara a alguien?”, replicó Castrato. “Señora, la paré porque estaba excediendo el límite de velocidad y tenía la cabeza por fuera de la ventanilla, no puede andar así en una autopista. Tengo que hacerle una multa”, contestó el policía.

“¡Cómo me va a multar si yo estaba haciendo un bien, este loco se pasó semáforos, casi choco en cuatro ocasiones y por poco atropella a una chica!, ¿Cierto, Ana?”. Ante la gran mentira Ana Laura quedó pasmada. No sabía qué decir o qué hacer, sólo le salió musitar un “Sí”, impotente, sin ganas.
“Ya mismo llamo a Mauricio y le cuento esta injusticia, es ilógico”, gritaba desesperada la médica. “Señora ni Macri, ni Superman, ni Batman ni Robin la pueden salvar de la multa. Cometió una infracción, tiene una penalidad”. Concluyó el policía mientras terminaba de completar el documento.

Entre quejas y protestas regresaron a la estación de tren de Vicente López, donde Ana Laura tomaría un taxi para regresar a su departamento, al que se había mudado para estar más cerca del barrio de su jefa. Eran las 6 de la mañana. Al despedirse de su asistente, Castrato dijo “Bueno, Ana, hubieras puesto un poco de onda así el policía no me hacía la multa. Mirá que por poco llamo a Mauri en plena madrugada y todo por tu culpa”.  Después de estas palabras, Ana Laura no pudo hacer más que cerrar la puerta y despedirse. “Hasta luego, doctora. Qué descanse”.

Posteriormente, Ana Laura se tomó un remis, entró en su departamento, el 8G, y al rato sonó su celular. Era Nico, uno de los mejores amigos de Franco, quien avisó que iban camino al sanatorio De los Olivos porque su amigo se había lastimado una pierna en la fiesta.

Ana Laura pasó todo el día en el sanatorio haciendo los trámites administrativos correspondientes y esperando a que dieran de alta del esguince de su hijo. Cuando finalmente salieron del centro médico se dirigieron a la mesa de votación donde sucedió el altercado con Clara.

“Bueno, eso fue lo que ocurrió. Ustedes me dirán si quieren que vaya con ustedes a la comisaría o si me dejan ir a descansar a mi casa. Sólo necesito eso después de la noche que tuve. Clara, sé que cometí un error y le pido perdón”. Los dos policías y Clara quedaron perplejos, no sabía si reír o llorar con Ana Laura.

Entre tanto, Franco se asoma por la ventanilla del auto y les dice: “Doy fe de que su jefa está loca y le absorbe la vida, además miren mi pierna, está vendada. Yo también tengo sueño, déjennos descansar”. Los patrulleros dejaron ir a Ana Laura y finalmente ella pudo ir a descansar con su hijo. Eso sí, sin haber podido votar contra la fórmula de Macri, Horacio Rodríguez Larreta, quien fue el candidato que obtuvo más del 45% de los votos ese 5 de julio.


lunes, 3 de agosto de 2015

La Chérnobil argentina de los agroquímicos

Al recorrer las calles de este pueblo entrerriano (de 15.000 habitantes) se pueden contar en una misma cuadra hasta 7 casos de cáncer. Los vecinos culpan a las fumigaciones aéreas de agroquímicos que se realizaban sobre los campos aledaños de arroz. Hoy, aunque las aspersiones están prohibidas,  continúan multiplicándose la patología, pues el cereal aún se procesa en las fábricas ubicadas dentro de la población. Las medidas del gobierno han sido insuficientes.

Por: Alejandra Vanegas Cabrera

Once y media de la mañana del sábado 20 de junio cuando un gran cartel ubicado sobre la ruta  nos avisó que estábamos por llegar a nuestro destino: “Bienvenidos a San Salvador, la capital del arroz”. Antes de entrar al pueblo recorrimos casi un kilómetro en el que se podían divisar, a diferencia del resto de verdes territorios de la ruta 18, campos secos de color rojizo oscuro, precedidos de negocios de venta de productos para la agricultura. Desde ese momento nos dimos cuento de que el motivo por el cuál fuimos a ese pueblo estaba justificado tan sólo por encontrarse los cultivos en el mismo municipio. “El pueblo es prácticamente una huerta, ¿cómo no van tener cáncer?”, me dijo mi compañero.

Al bajarnos del colectivo, todo parecía bastante normal, era un pueblo bastante prolijo. En la plaza principal, contigua a la terminal de ómnibus estaban festejando el día de la bandera. Había un grupo de niñas entre los 9 y 10 años (calculo) que estaba danzando vestidas de blanco y celeste. Nos quedamos viendo el espectáculo durante 10 minutos mientras venía a buscarnos Andrea Kloster, quien sería nuestra guía, de un recorrido bastante escabroso.

Cabello rubio intenso, ojos celestes, brillantes y grandes con una mirada amable, transmitían bondad, casi empatía; piel blanca, de unos 1.65 de estatura y 50 años, era Andrea, quien saltó emocionada y nos abrazó ni bien se detuvo la camioneta Honda que era conducida por su marido, Gabriel.
Esta pareja, que está unida hace casi tres décadas, fueron quienes nos contactaron en un grito de auxilio para que viniéramos a conocer la historia de su pueblo natal, ese que hace más de dos años comenzó a ser azotado por el flagelo del cáncer y que hoy está ad portas de dejar de ser la Capital Entrerriana del Arroz para convertirse en la capital del cáncer de Argentina.

Desde que nos montamos al auto, Andrea no dejaba de agradecernos por haber aceptado su invitación. “No saben lo que significa para nosotros que gente de Capital se interese por este problema por el que lucho sola. Todos están enfermos pero nadie se queja, ni dejan de usar los agroquímicos. Parece que les importa más la plata que su propia salud”.

Tras un trayecto de no más de 5 minutos llegamos a la casa de Andrea, ubicada en el barrio Jardín, ubicado en una de las zonas más nuevas del pueblo.  Allí, entres mates y posteriormente, un asado, nos reveló cómo y porqué había iniciado la lucha por esta causa.

Problema de muchos, batalla de una

Hace dos años, estaba en mi casa una tarde de invierno un poco acongojada porque Cecilia, una chica de 36 años, había fallecido de un tumor cerebral dejando tres niñas huérfanas. En eso llega Gisella (una conocida) a buscar unos adornos para una fiesta que tenía (Andrea trabaja como organizadora de eventos), en nuestra charla surgió el tema de la muerte de Cecilia. Ambas coincidimos en que era raro que una mujer de hábitos sanos y deportista haya muerto por esa enfermedad. También hablamos de que los casos de cáncer eran cada vez más frecuentes. Gisella me sugirió hablar con su madre, que es enfermera del hospital de San Salvador”.

Al día siguiente, Andrea se reunió con la madre de Gisella, quien le contó que al hospital estaba llegando mucha gente con tumores, leucemia, cáncer de pulmones, de piel, de próstata e incluso niños con deformaciones y algunas enfermedades no usuales como la miastenia gravis, un mal neuromuscular crónico caracterizado por grados variables de debilidad en los músculos.
La mujer le comentó que en el círculo médico se hablaba de que posiblemente estos males eran causados por las aspersiones de agroquímicos.

Inmediatamente Andrea empezó a hacer una campaña por Facebook para convocar a los vecinos. A los pocos días acordaron una marcha que reunió más de mil personas. “En ese momento me sentí respaldada, la gente había tenido una buena respuesta, lo que significaba que sí estaba pasando algo relacionado con el cáncer y las fumigaciones”.  

La convocatoria de Andrea tuvo tanto éxito que incluso el gobierno de la provincia envió a un representante para verificar de qué se trataba el problema, es decir, si la protesta estaba justificada. El inconveniente fue que enviaron a una joven veterinaria que poco o nada sabía acerca de los agroquímicos y su posible incidencia en los casos de cáncer.

En la marcha también se hizo presente el intendente del pueblo, quien prometió a los asistentes revisar con detenimiento la cuestión y, dado el caso de que las fumigaciones tuvieran una conexión o fueran perjudiciales para la salud, se tomarían las medidas necesarias para conjurar la situación.
Los días posteriores a la manifestación Andrea comenzó a percibir un cierto desinterés de quienes con más empeño la habían acompañado en la manifestación. También se dio cuenta de que “sorpresivamente” algunos habían recibido un puesto burocrático en la intendencia.

“Muchos de los que iniciaron la lucha conmigo hace dos años los compró el intendente con puestos. Y la gente, a pesar de que tiene los familiares enfermos prefieren tomar el trabajo y las prestaciones que denunciar lo que pasa. Parece que les interesa más el dinero. A mí ahora me tildan de loca. ”, asegura Andrea.


El arroz, una mina de oro

Desde 1932 en San Salvador se ha cultivado el arroz. La mayoría de los habitantes y familias del pueblo hacen parte de este negocio agropecuario que ha ido especializando y modernizando con los años. La industria local ha desarrollado una significativa infraestructura de molinos, cooperativas y organizaciones que han alcanzado una producción con altos niveles para la exportación.

De acuerdo con el Sistema Integrado de Información Agropecuaria entre 2011 y 2012 la producción fue de 68.800 toneladas, entre 2012 y 2013 cayó el rendimiento de la industria ubicándose en las 50.630 toneladas, sin embargo, en el 2013 y 2014 volvió a acrecentarse la fabricación del alimento llegando a las 61.350 toneladas.

El 2011 fue un año clave para la industria del cereal en San Salvador, pues se inició la cosecha con un récord de producción que había alcanzado en 2010 las 1,6 millones de toneladas de arroz, así como se habían ampliado los campos del cultivo de 55.000 a 103.000 hectáreas. Incluso el entonces ministro de Agricultura de la Nación, Julián, Domínguez, viajó hasta el pueblo para hacerle un reconocimiento y nombrar como modelo de producción nacional.

El corralito legislativo arrocero

Este homenaje del jefe de cartera Domínguez y la sobreproducción de 2011 fue una sentencia de muerte para los habitantes del municipio, ya que fue ese año en el que empezaron a aparecer con frecuencia casos de la letal enfermedad.  Para la siguiente cosecha (la de 2012) fue el momento en que Andrea inició su lucha y convocó a los vecinos a la protesta que derivó en la sanción de la ordenanza N°1090, que estableció una zona de resguardo ambiental, la cual comprende el casco urbano y un radio de 500 metros.

En este espacio protegido la legislación local prohibió las pulverizaciones y aplicaciones de plaguicidas, agroquímicos y cualquier producto biológico, que se por cualquier medio (ya sea terrestre o aéreo), así como se impidió las limpieza de las maquinarias, los aviones, el equipo de aspersiones, y el vaciado de remanentes de los químicos en los ríos y arroyos de la zona. También fueron removidas (a 3 kilómetros) las pistas de aterrizaje de las aeronaves fumigadoras, que se encontraban antes dentro del pueblo.

Es importante mencionar que la ley municipal controló el área de cultivo, las pulverizaciones y la ubicación de los aeropuertos, más no reconoció ni restringió el funcionamiento de las arroceras que están dentro de la ciudad, las cuales continúan desempeñando sus labores hasta la fecha. Cabe indicar también, que el cereal que viene de los campos contiene importantes restos de los pesticidas, los cuales durante el procesamiento del cereal fluyen como vaho.

El estatuto cayó como un baldado de agua a los productores de arroz, tanto así que la producción decayó en 2010  de los 1,6 millones de toneladas a 68.800  (como se mencionó en las anteriores estadísticas). Los industriales se vieron obligados a reducir su radio de cosecha y  a introducir el cultivo de la soja (que estaba dando buenos rendimientos en otras provincias de la Argentina) para recuperar sus pérdidas.

Es así como entre 2013 y 2014, la Capital del Arroz sustituyó la siembra del cereal por la de la soja transgénica. De acuerdo con la  Bolsa de Cereales de Entre Ríos, entre 2013 y 2014 se registraron 28.900 hectáreas de la oleaginosa y 8.000 hectáreas de arroz en los alrededores del pueblo.

Chernóbil argentina

Después de haber comido, Gabriel y Andrea nos invitaron a dar una paseo por el pueblo. Nos aseguraron que de modo entenderíamos de qué nos estaba hablando. Durante el recorrido observamos campos secos de tierras rojizas (en donde testifica dice Andrea que tiraron tantos químicos que quedaron inservibles), vimos también árboles secos, chicos jugando fútbol en lo que una vez fueron plantaciones de arroz. A pesar de que era feriado las arroceras estaban funcionando a toda máquina mientras la gente transitaba por las calles o estaba descansando en las casas aldeñas.

A Andrea la tiene registrada como la “loca” del pueblo por denunciar ante los medios la situación. Por este motivo, mientras recorríamos la ciudad y ella nos marcaba: “en esta caso murió un señor por cáncer de próstata, en la siguiente una de las nenas tiene leucemia, en la otra el padre tiene un granito que le diagnosticaron como cáncer de piel”, los protagonistas de esta historia no veían con ojos de odio. De hecho pasábamos por un lugar e inmediatamente la gente se escondía en sus casas. Según Andrea, nadie quiere dar testimonio, “ellos prefieren quedarse callados”.

Según las cifras el Observatorio de Mortalidad de Todos por Todos, organismo que trabaja de la mano con la ONG Red de Médicos de Pueblos Fumigados, las cifras de muertes por cáncer de San Salvador son las siguientes: En 2010, se registraron 58 muertes, 27 de ellas fueron por cáncer (46,5%). En 2011, hubo 80 fallecidos, 40 de ellos tuvieron como causa dicha enfermedad. En 2012, de un total de 52, 22 murieron por cáncer, y,  en 2013, la cifra llegó el 32% (de 59 casos, 19 fueron por el letal padecimiento).

Hasta 2013 fallecieron 249 personas y 108 de ellas fueron víctimas del cáncer. Para mediados de 2014 la cifra seguía siendo desalentadora, se presentaron 17 muertes de orden cancerígeno, la mayoría diagnosticados con  tumores cerebrales, leucemia y cánceres, de garganta, boca, colon, pulmón, próstata, tiroides, riñón, en el sistema nervioso central, páncreas, pies, testículos, estómago, laringe, intestino, columna y huesos.


¿Hay salida?

Ante este panorama lamentable la pregunta que surge es ¿Qué se puede hacer? De acuerdo con Patricio Eleisegui, autor del libro Envenedados que hace un análisis  al desarrollo modelo de producción agropecuaria basado en el uso indiscriminado de agroquímicos, la solución estaría en que se realice una estadísticas que den cuenta no sólo de los fallecimientos sino también de los casos de las personas que continúan con vida.

Por otra parte, Eleisegui asegura que la academia debería tomar cartas en el asunto y mediante un estudio probar que, efectivamente, las muertes por cáncer son a causa de los pesticidas. A este punto que recomienda el especialista en el tema de agroquímicos, esta próximo a tener una respuesta.
Damián Marino, científico de la Universidad del Plata y miembro del Conicet, realizó hace dos meses junto con un equipo de académicos un relevamiento de los casos de cáncer, así como también tomaron muestras de suelos, aguas, lluvias y partículas del aire para analizarlos y designar cuál es el elemento químico que está originando el cáncer. El estudio tendría resultado el próximo mes de julio.

Con estos avances y constataciones que haga la academia, dice Eleisegui, el gobierno municipal y provincial debería acceder a retirar las fábricas de arroz que están dentro del pueblo, pues sería el vapor que se desprende de sus procesos los que puedan estar afectando la salud de la comunidad.

Al irnos de San Salvador, comprendimos que la ruta 18, esa que fue más conocida como la ruta de la muerte, nos había llevado aquella mañana al mismísimo infierno, el que vive un pueblo de gente inocente que confió a ojos cerrados en las promesas y los estímulos del gobierno y las multinacionales.  

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