sábado, 14 de marzo de 2015

Fea y miserable

Lauren Marx's - Atrofhying Animal Universe. Yuxtapoz Magazine.
Es un día común. No pasaba nada extraordinario, por lo menos no hasta medio día, momento en el que normalmente me visto para ir al trabajo después de una larga mañana de meditar, correr ( si es el día de ejercicio); limpiar mi casa (eso ocurre todos los días porque soy una maniática de la limpieza, sin embargo no gano lo suficiente para pagar una empleada que me ayude); trabajar (soy freelance, por lo tanto debo tener más de un empleo); ver noticias, Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y todas esas aplicaciones que le quitan tiempo a uno pero que es necesario usar, de otra manera, no se es de este mundo y se complica tener un tema de conversación decente con el entorno. Ah, y por supuesto, sentarme frente a una hoja en blanco para llenarla con algunos pensamientos, ideas, quejas, lo que salga.

Tres cosas cambiaron mi normalidad este día. Una fue la picadura de un mosquito podrido en una pierna que me causó una herida que supuró todo el tiempo un desagradable líquido amarillo obligándome a limpiarla cada rato (un asco). La segunda fue que no encontré mis tradicionales polvos (de maquillaje, aclaro porque la palabra es usada en la jerga popular para designar otro tipo de sustancias, viscosas para ser más exacta). La tercera y más grave de todas es que mi jefa regresó después de una estancia de un mes en Estados Unidos, por supuesto llegó a inspeccionar el trabajo que desempeñamos sus únicas y exclusivas tres esclavas permanentes.

Las primeras dos situaciones aunque simples y cotidianas fueron suficientes para hacerme sentir un espanto a nivel físico, es decir me veía fea en el espejo, en las vidrieras que encontré camino al parque, en cualquier objeto que tuviera un reflejo lucía pavorosa.

Pensé en varias razones para explicar mi estado: No había descansado bien estos días pensando y llevando cabo el incansable e ingrato "gran proyecto" de cumplir mis objetivos propuestos para el 2015 (entre los que están encontrar un trabajo estable acorde con mi carrera, que amo, sépanlo, la amo porque me hace feliz sentir esa adrenalina de plasmar una genialidad o estupidez en el papel que deba quedar perfecta a pesar de escribirla a contrarreloj;  iniciar una maestría y la última y más importante: dejar de ser tan pendeja, inmadura, impaciente, loca y empezar a ser adulta de una vez por todas).

Puede que el hecho de decir "me siento fea" suene rídiculo (más para los hombres) pero es una cosa verídica, hay días en que nosotras no nos sentimos igual. Vernos al espejo es un drama porque uno se ve gordo, desproporcionado, algo así como la versión femenina de Quasimodo. De hecho Fiona, la novia de Shrek, es Miss Universo a nuestro lado.

La que está en el cristal es la misma, sin embargo, hay algo que no cuadra, que está deforme, fuera de lugar, como con una manchita negra sobre la foto, una porquería que te percude la cara y nada de lo que hagas te hace lucir bien; ni siquiera un kilo de maquillaje (ojo, eso lo disimula un poco pero adentro sigue existiendo ese ser hediondo).

Cuando me vestí cambié tres veces de vestido. Intenté ponerme un pantalón pero fue más frustrante porque aquí en mí casa tenía el aire acondicionado a toda marcha y el clima estaba perfecto, pero afuera era un infierno, el termómetro de Clarín me avisaba que hacía 30 grados, me dio por acercarme a la ventana y tenía baho; después me asomé y entró una oleada húmeda y pegajosa de calor, no, miento, era peor,  como la versión maligna y diabólica del calor. Entonces descartado pantalón.

Me dirigí de nuevo al espejo y aparece otra vez la tía gorda de Gasparín. Me digo: "Hello, disaster girl". Miro la hora y me vuelvo a ver mientras afirmo (en la mente, porque si digo que hablo sola me tildan de loca): "Ay Dios, voy a llegar tarde y si me demoro un segundo puedo caer en la horca, literal. Ya amenazó a Francisca, yo no puedo caer entre su círculo de empleadas más odiadas. No puedo ascender del tercer puesto al primero".

Para complicar más la escena mi imperfecto y angustiado ser evoca que en la noche se va a reunir con una persona que le va a dar su posible siguiente tema para escribir en el diario, de manera que debo ir más decente aún. De pronto llega una revelación muy tarada que me perturba en mayor medida, se trata de aquellas palabras de Mirta Legrand (una diva argentina de muy muy avanzada edad): "Como te ven te tratan. si te ven mal te maltratan". Pienso: "es increíble que me deje afectar por los dichos de esta vieja".

Parada en medio de un melodrama que yo misma había creado y estaba protanigonizando tan bien (tanto que habría podido ganarme un Óscar de lo trágica y desaforada que estaba siendo), una vocecilla minúscula decía a lo lejos "Esto es lo que hay, respira hondo y sigue". Algo se activó, le di un click a un botón borroso que se escondía en lo más profundo de mi cerebro y en cuestión de instantes me vestí, saqué la tarta que tenía calentando en el horno y me senté a hablar un rato por Skype con mi mamá.

Le conté a la viejis (así le digo) lo que me pasaba, y ella, tan amorosa como siempre, me aseguró que me veía como una princesa y yo, sintiéndome como Celia Cruz con esos polvos oscuros que había comprado por equivocación, le agradecí, pero pensaba para mis adentros "Ella nunca me va a decir que estoy fea, es mi mamá".

Proseguí con mi faena matutina, fea y todo me enfrenté a la calle. Parecía que todo confluyó para desmentir mi sensanción de horrorosidad. Uno: a la salida me encontré con unos albañiles que arreglaban la acera (verada) quienes, por supuesto, como buen albañil me piroperon. Dos: me monté al colectivo y el conductor no me cobró $3.25 sino $0.05 (eso, en el lenguaje de colectivero significa que eres bonita). Tres: a mi lado se sentó una señora muy pero muy gordita y, me da pena decirlo, pero parecía un tipo. Pensé: "tan fatal no soy".

A lo largo de la tarde otras cosas pasaron, cosas que hicieron que la percepción se diluyera. Por ejemplo: mi jefa me jodió tanto que mi malestar se transformó en fastidio por ella y contra ella. Otra cosa: la persona con la que me encontré en la noche me tiró un datazo que me encantaría investigar.

Me voy a atrever a decir que lo que me ocurría era algo interior, sí, tenía una incomodidad que se fue revelando de a poco y cuando la saqué a flote, lloré e hice mi catársis en esta hoja todo fue claro: lo que te ocurra a nivel profundo se va a reflejar en tu exterior. Expusarlo, vomitarlo, desterrarlo es la mejor forma de tornar la infelicidad en paz, puede que nada cambie, pero al menos estas siendo honesta y sincera contigo y de eso depende tu tranquilidad y la alegría. He dicho.


jueves, 5 de marzo de 2015

feminidad a flor de piel




Despierto. Hiede a hastío, me fastidia el hecho de tener que levantarme. Detecto que algo no anda bien dentro de mí. Intranquilidad. Somnolencia. Recuerdo una pesadilla, una especie de león deformado me perseguía. Me levanto de la cama y como por ósmosis voy hasta la cocina a poner la tetera para calentar el agua.

En el camino, miles de ideas se estrellan entre sí como los carritos chocones de la ciudad de hierro (parque de diversiones errante). "¿Qué me molesta?" no encuentro respuesta. Continúan atiborrándose los pensamientos en mi mente: El trabajo, todavía no encuentro uno que me haga feliz; yo, mi incapacidad de disfrutar las cosas tal como están;  mi familia: mi papá que no sale de su ensimismamiento, mi abuela a quien se la está tragando un cáncer. "Cállense", les digo, es lo que hay. Canto un mantra. "Hare Krishna, hare Krishna, Krishna, Krishna, hare, hare, hare Rama, hare Rama, Rama, Rama, hare, hare."

Él me ve mi cara de culo. No dice nada. Me hace un sonido insoportable con la boca, me molesta. Insiste, insiste, insiste. Al final me saca una sonrisa. Pienso: Esas salidas me enamoran más, maldito. Desayunamos.

Tiro una genialidad de esas que nadie quiere oír a esa hora:

- ¿Qué mierdas debo hacer para conseguir un trabajo como la gente en periodismo en esta ciudad? Él se siente aludido. Se va.

Me quedo sola con esa vorágine de insatisfacción en mi cabeza. ¿Qué me pasa?. No hay respuesta en esa nube colmada, negra y lluviosa que está en mi cerebro.

Prendo un incienso de lavanda a ver si me relajo un poco. Enciendo la lamparita de la virgen de Guadalupe versión cómic que me regaló mi abuela, la que está enferma. Me acuerdo que la última vez que hablé con ella me dijo que no se sentía bien. "Se le está apagando la vida", pienso. Me enojo más.

Canto otra vez el  Hare Krishna mientras paseo por mi casa con el incienso. Por un momento todo se aclara. Paz.

Abro una flor de loto que tengo sobre la mesita de centro, esa que me regaló una amiga que estuvo en Tailandia el año pasado. Concibo que algún día debería convertirme en monje, algún tipo de monje asiático y recluirme en un templo a meditar el resto de mi existencia. Sé que lo haré, al final de mis días, cuando ya me haya redimido un poco y haya hecho mucho en este mundo banal, lo haré.

Durante la meditación no pude concentrarme. Cambié tres veces la música, vino la gata a interrumpirme: quería apropiarse de mi regazo, robarse un poco de mi paz. "Chite, Roxy". Después me dolía la espalda, me picaba la nariz. "Ayuda, ayuda con esta sinsazón de mierda, por favor. Por qué me siento perdida, desahuciada, histérica, sin cordura ".

Respiro profunda y lentamente. Me extremece un escalofrío.

-¿Dios?.

Agarro el Bhagavat Gita. Canto: Om namo bhagavate vasudevaya (mantra que pide protección y sabiduría divina a través de las escrituras). Leo en voz alta porque así lo veo, lo escucho y lo repito como para que nunca se me olvide: Capítulo 2. Así nacen el apega, la lujuria y la ira. Verso 71: "Solamente puede alcanzar la paz verdadera una persona que ha renunciado a todos los deseos por la complacencia de los sentidos, que vive libre de deseos, que ha renunciado a todo sentido de propiedad y que está desprovista del ego falso".

Quedo atónita. "Estoy jodida".

En mi cabecita una voz dice: "Si deseo, me apego, si me apego me conquista la lujuria, si me conquista la lujuria deliro hasta encontrar lo que quiero, si no lo obtengo pronto me da ira porque no quiero perderlo. Entonces, no debo desear." Suspiro. "Qué difícil".

Después se me complica todo aún más cuando leo la Biblia. Cartas de Pablo a los Romanos: "Ten presente la bondad y la severidad de Dios: severidad para con los caídos y bondad para contigo, con tal que permanezcas en esa bondad, pues de lo contrario tu también serás cortado".

Otra vez la vocecita: "entonces no puedo cometer ningún error, es decir, no puedo desear, apegarme y mucho menos dejarme embargar por la ira. Esto es imposible, no deseo nada, sólo me gustaría saber el motivo de mi sufrir". Me enojo.

Terminé mi meditación y activé plan dos: ejercicio.

Fui a correr a ver si podía despojarme un poco del hastío, si lo transpiraba, lo dejaba pegado en el cemento o lograba contagiárselo a los otros deportistas del parque o quizá a la gente y los militares que durante toda la hora de mi entrenamiento estuvieron con la mirada clavada en la bandera argentina que estaba siendo izada.

Era tanto mi fastidio que ni me tomé la molestia de pararme a preguntar qué estaban haciendo.

Plan 3: bañarme. "Qué placer el agua fría". Sin embargo el bienestar desapareció una vez salí del baño y me empezó a picar todo. "Ya está, no tengo remedio".

Camino al trabajo me tropecé unas tres veces, casi me atropella un carro porque no me fijé que el semáforo había cambiado a rojo. Buenos Aires estaba como una olla de presión a punto de pitar del calor que hacía. Al fin llegué al trabajo. Abro la puerta, aire acondicionado. Se apacigua mi molestia. Fresco.

Saludo a mis compañeras y percibo mala onda. "Ah, no soy sólo yo, al parecer es el género". Me siento un poco aliviada. Una me dice que su hija le "hincha las pelotas" (no sé cuáles porque es mujer, pero así se dice en Argentina cuando alguien/algo te molesta). Otra de mis compañeras estaba con los ojos encharcados.

-¿Por qué lloras?

- Estoy indispuesta.

-Yo no sé qué me pasa a mí, pero debe venir por ese lado, estoy hastiada de todo.

-Ya somos dos. Giña el ojo.

El resto de la tarde fui una especie de autómata. Contestaba el teléfono y prendía una grabación, un modo piloto que me permitía hablar con la gente, responder correos, hacer favores, resolver problemas.

"Esos días"

Tipo 4 de la tarde pienso: "Vamos a ver qué dicen entre mis amigas".  Abro el chat de whatsapp. Escribo: malparidez existencial. En seguida salta un mensaje. "Bienvenida a mi mundo".  Al rato: "Al mío también".

Toda la tarde estuvimos intercambiando mensajes de ese mal que cada mes nos aqueja a las mujeres. Ese que a veces nos hace tan mal que incluso ha llegado a acabar con relaciones (no sólo de pareja), trabajos, proyectos y todo lo que se le cruce a uno en el camino por "esos días".

Es un deshaucio inexplicable, un hastío constante, una hormona que segrega ponzoña  y en una milésima de segundo nos deja desarmadas: odiamos, reímos, lloramos, gritamos, amamos, nos desquiciamos, nos sentimos inseguras, nos volvemos paranóicas, somos capaces de rasguñar, de morder, nos volvemos una especie de Godzilla, bajamos al mismo infierno y volvemos. Entonces, justo cuando estamos a punto de desatar la tercera guerra mundial, algo, un no sé qué que viene de no sé dónde nos hace volver a nuestros cabales y sentir vergüenza al punto de darnos ganas de querer que la tierra se abra y nos trague.

Esta escena dantesca puede ocurrir en tan sólo minutos, así como puede repetirse varias ocasiones en un mismo día o semana, todo depende del comentario y la situación en la que estemos. Puede ser un episodio cualquiera de la vida cotidiana, pero "esos días" no vemos las cosas como normalmente lo hacemos, nuestra vida se convierte en un capítulo de Corín Tellado.

Y ni se te pase por la cabeza que tu pareja, marido, hermano o incluso amigo te puede entender, no. Este es un tema que le incumbe y entiende sólo el género femenino y por lo general es el género masculino el que es víctima y victimario de ese estado incisivo bipolar.

Yo creo que ni la madre Teresa de Calcuta puede negar que en su vida tuvo un momento Linda Blair. Es una cosa que lo supera a uno, se le sale de las manos, es como si una loca endemoniada viviera dentro de nosotras y por "esos días" quisiera salir a mostrarse en todo su esplendor.

Todo el mes puedes meditar, ir a yoga, al gimnasio o practicar cualquier deporte, rezar el rosario, ir a un grupo de oración, cantar mantras, ver a un psicólogo,  participar de obras de caridad, ser un terrón de azúcar, un ser de luz paciente, amoroso y tierno, sin embargo, "esos días" somos otras. No importa qué hagamos ni con quién estemos.

"Volver a lo básico"

Con mi psicóloga he hablado mil y una vez de esta situación. De cómo manejarla, salirme por la tangente, de cambiar el escenario, de pensar en el final del episodio antes de meter la pata, de tomar aire y retenerlo para evitar musitar una barbaridad, de bajar de las tablas y convertirme en una espectadora objetiva del acto.

De a poco de aprendido a controlarme, pero no puedo negar que todavía esta otra demente que vive en mi trata de traspasar mi voluntad como si fuera un colador.  Tampoco puedo desestimar mis esfuerzos y la plata que he invertido en mi tratamiento, así como la pericia, dedicación y amor de las personas que me asisten y aguantan cada día.

He mejorado, ya soy una pisca más consciente del momento en que King Kong empieza a rugir desde su jaula. Cuando eso empieza a pasar, cuando da el primer grito, tun, activo modo reflexivo: pensar en el final de la situación (¿cómo quiero que acabe la noche? ¿la cena?¿el fin de semana? porque desafortunadamente ellos llevan una lista donde se anotan mentalmente todas la embarradas y seamos francos, uno nunca se olvida del moco), ser más contemplativa con los actos y las palabras y, lo más importante, el tiempo libre lo aprovecho en acciones creativas o de servicio, es decir, mantén la cabeza ocupada y construye no destruyas.

Ese día de mierda tuvo como conclusión el "volver a lo básico". Con mis amigas empezamos a recordar qué nos hacía felices cuando éramos niñas y adolescentes. Dedujimos que una buena canción que nos trajera buenos lindos podría salvar la patria. Al final de la jornada terminé buscando en youtube canciones de las Spice Girls (aclaro que tenía 11 años cuando estuvieron de moda) y bailándolas al mejor estilo de Jennifer Garner en 13 going on 30. Ah, y después de la sesión de baile me di un resfrescante baño con agua de ruda en la bañera ( recomendado de mi hermana, pues según ella ayuda a espantar/calmar las malas energías).

Parece ridícula la rutina, pero funcionó. Domé a la versión femenina de Hulk.