jueves, 5 de marzo de 2015

feminidad a flor de piel




Despierto. Hiede a hastío, me fastidia el hecho de tener que levantarme. Detecto que algo no anda bien dentro de mí. Intranquilidad. Somnolencia. Recuerdo una pesadilla, una especie de león deformado me perseguía. Me levanto de la cama y como por ósmosis voy hasta la cocina a poner la tetera para calentar el agua.

En el camino, miles de ideas se estrellan entre sí como los carritos chocones de la ciudad de hierro (parque de diversiones errante). "¿Qué me molesta?" no encuentro respuesta. Continúan atiborrándose los pensamientos en mi mente: El trabajo, todavía no encuentro uno que me haga feliz; yo, mi incapacidad de disfrutar las cosas tal como están;  mi familia: mi papá que no sale de su ensimismamiento, mi abuela a quien se la está tragando un cáncer. "Cállense", les digo, es lo que hay. Canto un mantra. "Hare Krishna, hare Krishna, Krishna, Krishna, hare, hare, hare Rama, hare Rama, Rama, Rama, hare, hare."

Él me ve mi cara de culo. No dice nada. Me hace un sonido insoportable con la boca, me molesta. Insiste, insiste, insiste. Al final me saca una sonrisa. Pienso: Esas salidas me enamoran más, maldito. Desayunamos.

Tiro una genialidad de esas que nadie quiere oír a esa hora:

- ¿Qué mierdas debo hacer para conseguir un trabajo como la gente en periodismo en esta ciudad? Él se siente aludido. Se va.

Me quedo sola con esa vorágine de insatisfacción en mi cabeza. ¿Qué me pasa?. No hay respuesta en esa nube colmada, negra y lluviosa que está en mi cerebro.

Prendo un incienso de lavanda a ver si me relajo un poco. Enciendo la lamparita de la virgen de Guadalupe versión cómic que me regaló mi abuela, la que está enferma. Me acuerdo que la última vez que hablé con ella me dijo que no se sentía bien. "Se le está apagando la vida", pienso. Me enojo más.

Canto otra vez el  Hare Krishna mientras paseo por mi casa con el incienso. Por un momento todo se aclara. Paz.

Abro una flor de loto que tengo sobre la mesita de centro, esa que me regaló una amiga que estuvo en Tailandia el año pasado. Concibo que algún día debería convertirme en monje, algún tipo de monje asiático y recluirme en un templo a meditar el resto de mi existencia. Sé que lo haré, al final de mis días, cuando ya me haya redimido un poco y haya hecho mucho en este mundo banal, lo haré.

Durante la meditación no pude concentrarme. Cambié tres veces la música, vino la gata a interrumpirme: quería apropiarse de mi regazo, robarse un poco de mi paz. "Chite, Roxy". Después me dolía la espalda, me picaba la nariz. "Ayuda, ayuda con esta sinsazón de mierda, por favor. Por qué me siento perdida, desahuciada, histérica, sin cordura ".

Respiro profunda y lentamente. Me extremece un escalofrío.

-¿Dios?.

Agarro el Bhagavat Gita. Canto: Om namo bhagavate vasudevaya (mantra que pide protección y sabiduría divina a través de las escrituras). Leo en voz alta porque así lo veo, lo escucho y lo repito como para que nunca se me olvide: Capítulo 2. Así nacen el apega, la lujuria y la ira. Verso 71: "Solamente puede alcanzar la paz verdadera una persona que ha renunciado a todos los deseos por la complacencia de los sentidos, que vive libre de deseos, que ha renunciado a todo sentido de propiedad y que está desprovista del ego falso".

Quedo atónita. "Estoy jodida".

En mi cabecita una voz dice: "Si deseo, me apego, si me apego me conquista la lujuria, si me conquista la lujuria deliro hasta encontrar lo que quiero, si no lo obtengo pronto me da ira porque no quiero perderlo. Entonces, no debo desear." Suspiro. "Qué difícil".

Después se me complica todo aún más cuando leo la Biblia. Cartas de Pablo a los Romanos: "Ten presente la bondad y la severidad de Dios: severidad para con los caídos y bondad para contigo, con tal que permanezcas en esa bondad, pues de lo contrario tu también serás cortado".

Otra vez la vocecita: "entonces no puedo cometer ningún error, es decir, no puedo desear, apegarme y mucho menos dejarme embargar por la ira. Esto es imposible, no deseo nada, sólo me gustaría saber el motivo de mi sufrir". Me enojo.

Terminé mi meditación y activé plan dos: ejercicio.

Fui a correr a ver si podía despojarme un poco del hastío, si lo transpiraba, lo dejaba pegado en el cemento o lograba contagiárselo a los otros deportistas del parque o quizá a la gente y los militares que durante toda la hora de mi entrenamiento estuvieron con la mirada clavada en la bandera argentina que estaba siendo izada.

Era tanto mi fastidio que ni me tomé la molestia de pararme a preguntar qué estaban haciendo.

Plan 3: bañarme. "Qué placer el agua fría". Sin embargo el bienestar desapareció una vez salí del baño y me empezó a picar todo. "Ya está, no tengo remedio".

Camino al trabajo me tropecé unas tres veces, casi me atropella un carro porque no me fijé que el semáforo había cambiado a rojo. Buenos Aires estaba como una olla de presión a punto de pitar del calor que hacía. Al fin llegué al trabajo. Abro la puerta, aire acondicionado. Se apacigua mi molestia. Fresco.

Saludo a mis compañeras y percibo mala onda. "Ah, no soy sólo yo, al parecer es el género". Me siento un poco aliviada. Una me dice que su hija le "hincha las pelotas" (no sé cuáles porque es mujer, pero así se dice en Argentina cuando alguien/algo te molesta). Otra de mis compañeras estaba con los ojos encharcados.

-¿Por qué lloras?

- Estoy indispuesta.

-Yo no sé qué me pasa a mí, pero debe venir por ese lado, estoy hastiada de todo.

-Ya somos dos. Giña el ojo.

El resto de la tarde fui una especie de autómata. Contestaba el teléfono y prendía una grabación, un modo piloto que me permitía hablar con la gente, responder correos, hacer favores, resolver problemas.

"Esos días"

Tipo 4 de la tarde pienso: "Vamos a ver qué dicen entre mis amigas".  Abro el chat de whatsapp. Escribo: malparidez existencial. En seguida salta un mensaje. "Bienvenida a mi mundo".  Al rato: "Al mío también".

Toda la tarde estuvimos intercambiando mensajes de ese mal que cada mes nos aqueja a las mujeres. Ese que a veces nos hace tan mal que incluso ha llegado a acabar con relaciones (no sólo de pareja), trabajos, proyectos y todo lo que se le cruce a uno en el camino por "esos días".

Es un deshaucio inexplicable, un hastío constante, una hormona que segrega ponzoña  y en una milésima de segundo nos deja desarmadas: odiamos, reímos, lloramos, gritamos, amamos, nos desquiciamos, nos sentimos inseguras, nos volvemos paranóicas, somos capaces de rasguñar, de morder, nos volvemos una especie de Godzilla, bajamos al mismo infierno y volvemos. Entonces, justo cuando estamos a punto de desatar la tercera guerra mundial, algo, un no sé qué que viene de no sé dónde nos hace volver a nuestros cabales y sentir vergüenza al punto de darnos ganas de querer que la tierra se abra y nos trague.

Esta escena dantesca puede ocurrir en tan sólo minutos, así como puede repetirse varias ocasiones en un mismo día o semana, todo depende del comentario y la situación en la que estemos. Puede ser un episodio cualquiera de la vida cotidiana, pero "esos días" no vemos las cosas como normalmente lo hacemos, nuestra vida se convierte en un capítulo de Corín Tellado.

Y ni se te pase por la cabeza que tu pareja, marido, hermano o incluso amigo te puede entender, no. Este es un tema que le incumbe y entiende sólo el género femenino y por lo general es el género masculino el que es víctima y victimario de ese estado incisivo bipolar.

Yo creo que ni la madre Teresa de Calcuta puede negar que en su vida tuvo un momento Linda Blair. Es una cosa que lo supera a uno, se le sale de las manos, es como si una loca endemoniada viviera dentro de nosotras y por "esos días" quisiera salir a mostrarse en todo su esplendor.

Todo el mes puedes meditar, ir a yoga, al gimnasio o practicar cualquier deporte, rezar el rosario, ir a un grupo de oración, cantar mantras, ver a un psicólogo,  participar de obras de caridad, ser un terrón de azúcar, un ser de luz paciente, amoroso y tierno, sin embargo, "esos días" somos otras. No importa qué hagamos ni con quién estemos.

"Volver a lo básico"

Con mi psicóloga he hablado mil y una vez de esta situación. De cómo manejarla, salirme por la tangente, de cambiar el escenario, de pensar en el final del episodio antes de meter la pata, de tomar aire y retenerlo para evitar musitar una barbaridad, de bajar de las tablas y convertirme en una espectadora objetiva del acto.

De a poco de aprendido a controlarme, pero no puedo negar que todavía esta otra demente que vive en mi trata de traspasar mi voluntad como si fuera un colador.  Tampoco puedo desestimar mis esfuerzos y la plata que he invertido en mi tratamiento, así como la pericia, dedicación y amor de las personas que me asisten y aguantan cada día.

He mejorado, ya soy una pisca más consciente del momento en que King Kong empieza a rugir desde su jaula. Cuando eso empieza a pasar, cuando da el primer grito, tun, activo modo reflexivo: pensar en el final de la situación (¿cómo quiero que acabe la noche? ¿la cena?¿el fin de semana? porque desafortunadamente ellos llevan una lista donde se anotan mentalmente todas la embarradas y seamos francos, uno nunca se olvida del moco), ser más contemplativa con los actos y las palabras y, lo más importante, el tiempo libre lo aprovecho en acciones creativas o de servicio, es decir, mantén la cabeza ocupada y construye no destruyas.

Ese día de mierda tuvo como conclusión el "volver a lo básico". Con mis amigas empezamos a recordar qué nos hacía felices cuando éramos niñas y adolescentes. Dedujimos que una buena canción que nos trajera buenos lindos podría salvar la patria. Al final de la jornada terminé buscando en youtube canciones de las Spice Girls (aclaro que tenía 11 años cuando estuvieron de moda) y bailándolas al mejor estilo de Jennifer Garner en 13 going on 30. Ah, y después de la sesión de baile me di un resfrescante baño con agua de ruda en la bañera ( recomendado de mi hermana, pues según ella ayuda a espantar/calmar las malas energías).

Parece ridícula la rutina, pero funcionó. Domé a la versión femenina de Hulk.


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