martes, 15 de diciembre de 2015

Periodismo y Todología en la Ciudad de la Furia

La rutina siempre es la misma. Levantarme, dar un vistazo a las noticias, chequear el mail por si un buscador de trabajo arrojó una oferta cercana al periodismo, limpiar un poco la casa, buscar alguna noticia que pueda interesarle al Espectador, salir a correr, meditar un rato para encontrar paz mental , o mejor, para ser paciente. Hasta ahí van las actividades inamovibles que cada día de la semana combino con pequeños objetivos o proyectos que surgen como: redactar una nota que me pidieron de un medio, contactar periodistas en Chile o Colombia para ofrecerles información de una multinacional mexicana diseñadora de software para empresas para la que trabajo desde hace tres años o  escribir un trabajo de la Maestría de Periodismo que curso en la Universidad de Buenos Aires.  

En un momento paro para comer una fruta y para decirle a mi mamá por Skype que estoy bien y que siento que ya casi sale una mejor oportunidad laboral. Después, me embuto un sándwich o algo que sobró de la cena de la noche anterior, me baño a las apuradas y salgo corriendo para la clínica estética donde me desempeño como comunicadora-recepcionista-vendedora-cajera y a veces incluso, hago de psicóloga con las pacientes obsesionadas con su belleza.

Todo transcurre en una mañana que inicia a las 7.30, cuando me levanto a prepararle el desayuno y la viandita (o lonchera) a mi pareja para que no se vaya al trabajo con el estómago vacío a trabajar, y termina a las 13.20, momento en el que la máquina del colectivo 132 me cobra los $3.25 por llevarme a mi trabajo de base en la Clínica, ese que aunque no tiene mucho que ver con mi profesión  me permite entender la idiosincrasia argentina, iniciarme en el mundo laboral de este país y, de paso, solventar mi vida mes a mes en esta ciudad, que como mayoría de las grandes capitales del mundo, se torna más agresiva, competitiva y estricta con los extranjeros.

Son dos las facetas las que se unen en la vida de una periodista extrajera que llega a vivir a Buenos Aires. Se debe aprender a ser todo y nada a la vez, es decir, es necesario ser: ama de casa, pareja, periodista profesional, comunicadora social y relacionista pública, recepcionista, erudita, escritora, community manager de tu propia vida, empleada desempleada en tu profesión, opinóloga, además, debes tener olfato para identificar dónde están las oportunidades o la gente que puede ayudarte a dar ese brinco laboral. Todo sin olvidar que se es hija, sobrina, nieta, hermana y amiga a la distancia, relaciones que sirven de sostén en la vida diaria como foránea, aunque esas personas lejanas nunca lleguen a comprender esa vorágine en la que vives.

La siguiente faceta es la de coexistir con la máxima de que en Buenos Aires (o en cualquier otro lugar del mundo) no eres nadie. Es enfrentarte al anonimato total. No importa la trayectoria que tuviste en tu país de origen,  cuál es tu apellido, quién es tu familia ni cuánta plata tienen.  Aquí estás para rehacerte, madurar y encontrarte contigo mismo, con tu ser desnudo, ese libre de etiquetas, estado ideal que te permitirá construir una renovada identidad, ser una persona y profesional realmente independiente y autónoma. Ese anonimato y la necesidad de supervivencia son los que te van a exigir estar en constante alerta y, como se dice popularmente en Colombia, “medírsele a todo”.

        De Mariposa a Oruga



          A Buenos Aires llegué a vivir el 2 de noviembre de 2012 con tres maletas, un morral y  una hoja de vida bastante limitada para mí que soy excesivamente exigente, pero muy completa si se tenía en cuenta que había trabajado como redactora en El Tiempo y El Espectador, siempre empezando en ambos medios como pasante.
En Colombia tenía aquello que algunos designarían como “la vida perfecta”. Contaba un buen trabajo, era redactora comercial de El Espectador,  sección que me permitía no sólo escribir sobre una amplia variedad de temas sino tener contacto personajes relevantes del país y viajar; mi maleta estaba siempre a un lado de la cama por si me daban un viaje imprevisto. 


Aunque tenía una posición profesional que contaba además  con un crecimiento laboral casi asegurado, un día de 2011, cercano a mi cumpleaños número 27  en un evento de Intel que se llevaba a cabo en San José de Costa Rica, entré en una depresión total;  no podía creer que mi única felicidad era el trabajo, me sentía una persona sola, egoísta, no me gustaban muchas cosas de mí misma. Era como si me faltara algo, como si tuviera la necesidad de moverme de esa zona de confort que había gozado desde niña. Quería una transformación. 

Aunque tenía una posición profesional que contaba además  con un crecimiento laboral casi asegurado, un día de 2011, cercano a mi cumpleaños número 27  en un evento de Intel que se llevaba a cabo en San José de Costa Rica, entré en una depresión total;  no podía creer que mi única felicidad era el trabajo, me sentía una persona sola, egoísta, no me gustaban muchas cosas de mí misma. Era como si me faltara algo, como si tuviera la necesidad de moverme de esa zona de confort que había gozado desde niña. Quería una transformación.

Después de meses de buscar explicaciones a este sinsabor, encontré en la humildad de unos indígenas oriundos del Valle del Sibundoy (Putumayo) respuestas que en realidad estuvieron siempre frente a mí pero que mi mismo ensimismamiento y ceguera no me dejaban percatar. Mandé todo al carajo y  empecé a construir una nueva yo, una yo que quería volar, buscar nuevos rumbos, desafíos y ser más libre. Empecé a descartar dentro de mí conductas, patrones e incluso personas que no  me aportaban y me quedé con lo que me permitía ser mejor.

Di un vuelco total a mi rutina: comencé a hacer yoga los domingos, a meditar o al menos a hacer el intento, me inscribí en un diplomado de gastronomía los sábados, cambié mis amistades, dejé de salir tanto de rumba e inicié la respectiva mutación a lo que se conoce como adulto contemporáneo.

Un día de agosto de 2012, posterior a un viaje a Buenos Aires en el que vine a ver a mi pareja,  decidí que este sería el escenario en el que esta nueva yo empezaría su vida. Hablé con Fidel Cano y le pedí ser corresponsal del diario en Buenos Aires, reuní mis ahorros, le pedí a mi hermana que vendiera todas mis pertenencias del apartamento que compartíamos por 11 años, sin mirar atrás le dije adiós a lo que tuve y fui. Dos meses después, en noviembre del mismo año, estaba en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, feliz con mi reducido equipaje y todo un camino por andar.

Hoja de vida reducida a bachiller


Los primeros meses era una turista de Buenos Aires. Disfrutaba yendo a hacer los trámites de mis documentos e indagando más sobre mi faceta de chef amateur y ama de casa, la cual nunca había ejercido en Colombia porque siempre conté con la suerte de tener dinero para pagar una empleada.  A los dos meses encontré un teletrabajo en comunicaciones, consistía en laborar para una agencia contactando periodistas de todo Latinoamérica y Estados Unidos. 

 Este trabajo fue el primer paso en ese desconocido mundo de las comunicaciones, el cual, con el tiempo comprendí que ese aspecto de chupamedias no iba conmigo. Estaba acostumbrada a que me chuparan las medias a mí. Estuve seis meses en esa compañía hasta que llegó la hora de que me contrataran. Por su puesto, hubo voluntad pero no recursos, entonces la dueña optó por decirme que no sabía en qué espacio de la empresa virtual ubicarme, después empezó a ponerle peros a todo lo que hacía. Al final, desistió de contratarme.  

Era la primera vez que me despedían de un trabajo.  Abatida y con el ego por el piso me juré jamás trabajar en comunicaciones. Me volqué a la búsqueda laboral en periodismo y me encontré con una sorpresa: mi hoja de vida era demasiado completa, es decir, tenía una vasta experiencia y lo que las redacciones buscaban era pasantes y recién graduados, maquinitas de producción con acento argentino preferiblemente. 

Me jugaba en contra el hecho de ser extranjera y de tener experiencia. Me deprimí un tiempo, sólo encontré refugio en mi papel de corresponsal. Con los pocos pesos que todavía me quedaban me hice miembro de la Asociación de Corresponsales Extranjeros de Argentina, que hacía eventos semanales.  Durante ese periodo la multinacional mexicana me contrató para llevar a cabo las comunicaciones de prensa en Chile y Colombia. También abrí un blog en el que plasmaba la frustración, la añoranza de mi país, de mi vida de periodista acomodada y de sentimientos que surgía como el miedo a no tener piso económico.

Pasaron dos meses y seguía sin encontrar nada en periodismo. Así las cosas, tuve reformar mi curriculum, recortarlo y reducirlo prácticamente a bachiller. Y en un par de semanas, una conocida me dijo que una amiga suya se devolvía a Colombia, entonces su trabajo de recepcionista en una clínica de cirugía estética estaba vacante. Lo dudé, lo dudé mucho.  Pensaba: ¿Estudié y trabajé tanto para ser una secretaría?, ¡Y de una clínica estética! (poco comulgaba con la idea de idolatrar la belleza, consideraba que era para gente hueca). Era como si estuviera pagando un karma.

Dos días después estaba sentada en la recepción de la clínica, aconsejándole a señoras, señoritas y adolescentes tratamientos para verse lindas. Con el pasar de los meses empecé a conciliarme con mi rol y descubrí que era mucho más que simplemente hablar de belleza. 

Aprendí y sigo conociendo mucho sobre contabilidad, el trato y atención de la gente (a eso lo puedo llamar relaciones públicas), manejo de las redes sociales de la clínica, cada tanto tengo que hacer informes de marketing sobre la competencia y sobre la misma empresa, y lo mejor de todo, es que como es un trabajo de medio tiempo tengo un espacio en la mañana para salir a correr, meditar, buscar incansablemente un trabajo en periodismo, dedicarme a hacer las comunicaciones de la empresa de tecnología, escribir en mi blog e ir a las clases de mi maestría, leer, a veces también me llaman de los noticieros de televisión para que les aporte mi visión sobre alguna noticia del desconocido mundo del narcotráfico, sin dejar de ser nunca una ama de casa, una pareja y una mujer que le gusta verse bien.   

De este modo y con esta vorágine imparable de acciones,  he desarrollado poco a poco la capacidad de ser polifacética, una persona disciplinada y más organizada que no puede descuidar ninguna actividad, dado el caso la balanza se puede descompensar y se corre el riesgo de desequilibrarse y darse un golpe del que puede costar levantarse o perder un trabajo. No digo que nunca me he equivoco, al contrario, me pasa muy seguido, pero el ser extranjera también me ha enseñado a pedir ayuda y a escuchar consejos. 

http://www.quira-medios.com/literatura/alejandra-vanegas-cabrera/

quira-medios@quira.com

domingo, 9 de agosto de 2015

Alfajores faccia a faccia

El ajetreo de una noche imprevista, causada por un capricho de su jefa y la falta de sueño hicieron que Ana Laura Bertone, una votante de capital, no pudiera ejercer la democracia y se convirtiera en la protagonista de una estridente escena de furia en una de las mesas de votación de Palermo el pasado 5 de julio, cuando la ciudad de Buenos Aires elegiría a su intendente.

“Por gente como ustedes es que este país no funciona. Cohíben los derechos de la gente para que gane su candidato. Claro, todo está arreglado para que gane Macri. ¿Saben qué? ¡Púdranse! ¡Púdranse todos!”, vociferó Ana Laura, quien al término de su discurso tiró un par de alfajores que comía desesperadamente a Clara, la presidenta de una de las mesas de votación de Palermo. Una de las golosinas le dio en el pecho y la otra en el mentón. En ese momento, Clara se levantó de su asiento y le dijo con una cordura y paciencia inesperada: “Señora, le voy a pedir que abandone el lugar. Si no tiene su DNI, no puede votar”.

Después de semejante acto todos quedaron perplejos en la sala. Nadie podía creer la escena de aquel domingo 5 de julio en el que los habitantes de la ciudad de Buenos Aires elegirían al jefe de la ciudad, menos Ana Laura, cuya reacción, incluso para ella misma, fue completamente inesperada.

“Yo no puedo creer que esta mujer me lleve a actuar así”, le dijo a su hijo, Franco, al entrar al auto quien la observaba preocupado desde el asiento del copiloto. ¿Qué pasó, mamá?, le preguntó el chico. “Nada que le revoleé los alfajores que tenía a la presidenta de la mesa porque me pedía y me pedía el DNI para votar y no lo encontré. ¿Será que se me cayó anoche mientras buscábamos el arito de la Coca?”, contestó Ana Laura. “¿Cómo que anoche estuviste buscando un arito? No te puedo creer, en serio esa mina te pone mal, te va a enloquecer, te digo. Safaste de pedo, otra te hubiera mandado la cana por loca”.

Ana Laura se tomó la cabeza con sus manos y con las uñas largas se empezó a rascar frenéticamente alborotando sus cabellos rubios. De su cuero cabelludo se desprendió como purpurina un polvillo blanco. “No sabés lo que fue la madrugada de ayer. Ni bien saliste con tus amigos para la fiesta de quince me llamó ”. No terminó la frase cuando de la escuela salió Clara con un par de policías. “Esa fue la mujer, ella me tiró los alfajores en la cara”, dijo señalando el auto de Ana Laura. “La puta madre, lo que me faltaba”.

De inmediato los patrulleros se acercaron al auto, Ana Laura no tuvo más remedio que bajarse y dar la cara. “Buenas noches, señora. La presidenta de la mesa nos llamó porque entre ustedes se presentó un altercado. Me da su DNI”, le pidió el policía. “Sí, buenas noches. Tuvimos una discusión con la señora. Reconozco que todo fue mi culpa, tuve una noche muy complicada y olvidé mi DNI, al no encontrarlo salté en ira y bueno, ya les habrá contado ella que le tiré unos alfajores”, explicó la rubia.
“No podés actuar así, no podés. Es una falta de respeto. Me agrediste”, replicó Clara. Ana Laura se metió las manos a los bolsillos y agachó la cabeza. “Sí, la cagué mal. Les pido que me dejen explicarles. Esto me supera”.

La frivolidad de los ricos

La madrugada del 5 de julio, a eso de las 12 de lo noche, Ana Laura estaba tejiendo en cama en compañía de sus cinco gatos y su perra, Lisandra. Estaba sola. Su hijo Franco,  había salido con unos amigos. En eso la llamó su jefa, Libertad Castrato, una cirujana plástica para la que trabaja como asistente hace más de 7 años.

“Ani, estoy preocupada, mi madre me acaba de llamar a decirme que perdió uno de sus aritos de brillantes, uno que le había regalado mi papá hace 40 años, es carísimo. Cree que se le cayó ayer en la Clínica. La vieja está destrozada. ¿Vos creés que Isaura (otra de sus empleadas, una cosmiatra paraguaya que trabaja para ella hace más de 10 años) esté despierta para que me abra la clínica y me ayude a buscarlo?”, mencionó Castrato en voz baja, como si no quisiera que nadie a su alrededor se enterara.

“Doctora, es de madrugada, seguramente Isaura está durmiendo, además vive lejos”, señaló Ana Laura. “Yo la llamé pero no atiende. ¿Vos me acompañás?”. Ana Laura, que rara vez se niega a sus pedidos, accedió. Se puso una sudadera y una campera. Salió y caminó a la estación de tren, pues su jefa, una rubia porteña de familia adinerada, teme entrar con su camioneta de alta gama a Vicente López. Al llegar a la estación, Castrato la estaba esperando. La asistente se monta al auto y su jefa le dice: “Vos sos de hierro, me hacés renegar pero siempre estás conmigo”.

Ya acostumbrada a este tipo de situaciones, Ana Laura pensó: “otra vez metida en un quilombo sin sentido”. Al cabo de media hora ambas rubias estaban en la avenida Santa Fe y calle Callao, donde se ubica la clínica. Al entrar al lugar se disparó la alarma que despertó a los pocos habitantes y al portero del antiguo edificio de oficinas. De inmediato llamaron de la compañía de seguridad al celular de Ana Laura para avisarle que iban a mandar una patrulla, pues alguien estaba accediendo al centro médico.

Parada frente a la cámara de seguridad, Ana Laura les explicó que quienes entraron eran ella y su jefa, que venían a buscar unos documentos para una operación de urgencia, pues creyó vergonzoso darles la verdadera versión de lo que estaba sucediendo. Recorrieron minuciosamente cada centímetro de los 300 metros cuadrados del centro  y no hallaron nada.

“¿No se le habrá caído en el camino a su departamento?”, dijo Castrato. Ana Laura no pudo evitar que los ojos se le abrieran de par en par y la mandíbula se le descolgara de la cara. “Bueno, fíjemos, ya que estamos”. De inmediato, se volcaron a la helada calle. Hacía 10 grados y las dos rubias estaban casi en cuatro patas buscando el valioso aro. “Espero que el aro le haya costado al menos US10.00 al tipo. Tanto quilombo por un puto aro. ”

Durante la búsqueda, La Coca, la madre, llamaba agitada a apurar a su hija. Con la respiración entrecortada y pesada le decía: “Creo que me voy a morir, me va a dar algo”. “Ya mamá, basta. Estamos buscando, lo vamos a encontrar”, le aseguró Libertad para no alarmarla.

En las veredas no hallaron más que papeles y unas cuantas baratijas que se les caen a las afanadas transeúntes que transitan a diario la comercial avenida. Al no encontrar nada subieron al departamento de la vieja ubicado a tres cuadras de la Clínica, exactamente en Santa Fe al 1632.

La búsqueda continuó en el atiborrado de fotos y antigüedades semipiso. Movieron cada mueble, alfombra, escultura, lámpara. Lo revolcaron todo. Mientras corrían cosas de aquí para allá Castrato lanzaba miradas de sospecha a la mucama, quien tampoco entendía por qué tanto problema por un aro. 

Cada tanto la médica tiraba un comentario ponzoñoso:“ Mhh, tantas veces ha pasado eso de que se te que pierdan joyas, mamá. Y aquí sólo viven vos y la mucama, así que…”, dejó abierta la frase.“En lugar de estar descansando para acompañar a Juli y a Mauricio mañana, tengo que estar buscando algo que yo no perdí ni agarré”, otro de los bocadillos que cada tanto lanzaba Castrato en medio de la escena. Cosa que enfurecía más a Ana Laura y la hacía pensar: “sólo porque tus amigos no ganen, voy a votar mañana, así sea por el candidato más berreta”.

A eso de las 4 de la mañana el dichoso arito apareció bajo una de las tantas cajas de zapatos que colecciona la vieja en su placard. “Aquí está, aquí está- gritaba Castrato mientras saltaba- Yo sabía que estaba aquí, mi viejo (que estaba muerto hace años) me estaba guiando, lo escuché, lo eschuché”.
La hija y la madre se abrazaban y se besaban con júbilo. Las otras dos integrantes de la escena, es decir, Ana Laura y la mucama, estaban absortas ante tan extravagante suceso, incomprensible para dos personas de diferente mentalidad.
   
Infractoras del tránsito

Una vez concluyó la búsqueda, Ana Laura y su jefa iban de regreso a casa por la autopista Panamerica, de pronto, un camión pasó a  alta velocidad. Castrato, indignada, empezó a perseguir al vehículo. “¿Qué haces?, ¿Sos maniático?, ¡Vas a matar a alguien!”, gritaba la médica desde su ventanilla.

Así transcurrieron un par de kilómetros hasta que el camión se desvió y la policía paro a las dos rubias que siguieron por la autopista. “¿Está cargándome? ¿Por qué nos para a nosotras? ¿No vio el camionero que iba como loco? Claro, para a los pagamos impuestos y no a los que se ponen en pedo y se van a las rutas a matar gente, así funcionan las cosas en este país, ¡Es una locura!”.

El policía se hizo el de los oídos sordos y le pidió a la médica el DNI y la licencia de conducir. “Señora, no vi ningún camión, por lo menos, por aquí no pasó. Si tiene la patente puedo avisar a mi compañeros”, le dijo. “¿Cómo voy a tener la patente si estaba preocupada porque no matara a alguien?”, replicó Castrato. “Señora, la paré porque estaba excediendo el límite de velocidad y tenía la cabeza por fuera de la ventanilla, no puede andar así en una autopista. Tengo que hacerle una multa”, contestó el policía.

“¡Cómo me va a multar si yo estaba haciendo un bien, este loco se pasó semáforos, casi choco en cuatro ocasiones y por poco atropella a una chica!, ¿Cierto, Ana?”. Ante la gran mentira Ana Laura quedó pasmada. No sabía qué decir o qué hacer, sólo le salió musitar un “Sí”, impotente, sin ganas.
“Ya mismo llamo a Mauricio y le cuento esta injusticia, es ilógico”, gritaba desesperada la médica. “Señora ni Macri, ni Superman, ni Batman ni Robin la pueden salvar de la multa. Cometió una infracción, tiene una penalidad”. Concluyó el policía mientras terminaba de completar el documento.

Entre quejas y protestas regresaron a la estación de tren de Vicente López, donde Ana Laura tomaría un taxi para regresar a su departamento, al que se había mudado para estar más cerca del barrio de su jefa. Eran las 6 de la mañana. Al despedirse de su asistente, Castrato dijo “Bueno, Ana, hubieras puesto un poco de onda así el policía no me hacía la multa. Mirá que por poco llamo a Mauri en plena madrugada y todo por tu culpa”.  Después de estas palabras, Ana Laura no pudo hacer más que cerrar la puerta y despedirse. “Hasta luego, doctora. Qué descanse”.

Posteriormente, Ana Laura se tomó un remis, entró en su departamento, el 8G, y al rato sonó su celular. Era Nico, uno de los mejores amigos de Franco, quien avisó que iban camino al sanatorio De los Olivos porque su amigo se había lastimado una pierna en la fiesta.

Ana Laura pasó todo el día en el sanatorio haciendo los trámites administrativos correspondientes y esperando a que dieran de alta del esguince de su hijo. Cuando finalmente salieron del centro médico se dirigieron a la mesa de votación donde sucedió el altercado con Clara.

“Bueno, eso fue lo que ocurrió. Ustedes me dirán si quieren que vaya con ustedes a la comisaría o si me dejan ir a descansar a mi casa. Sólo necesito eso después de la noche que tuve. Clara, sé que cometí un error y le pido perdón”. Los dos policías y Clara quedaron perplejos, no sabía si reír o llorar con Ana Laura.

Entre tanto, Franco se asoma por la ventanilla del auto y les dice: “Doy fe de que su jefa está loca y le absorbe la vida, además miren mi pierna, está vendada. Yo también tengo sueño, déjennos descansar”. Los patrulleros dejaron ir a Ana Laura y finalmente ella pudo ir a descansar con su hijo. Eso sí, sin haber podido votar contra la fórmula de Macri, Horacio Rodríguez Larreta, quien fue el candidato que obtuvo más del 45% de los votos ese 5 de julio.


lunes, 3 de agosto de 2015

La Chérnobil argentina de los agroquímicos

Al recorrer las calles de este pueblo entrerriano (de 15.000 habitantes) se pueden contar en una misma cuadra hasta 7 casos de cáncer. Los vecinos culpan a las fumigaciones aéreas de agroquímicos que se realizaban sobre los campos aledaños de arroz. Hoy, aunque las aspersiones están prohibidas,  continúan multiplicándose la patología, pues el cereal aún se procesa en las fábricas ubicadas dentro de la población. Las medidas del gobierno han sido insuficientes.

Por: Alejandra Vanegas Cabrera

Once y media de la mañana del sábado 20 de junio cuando un gran cartel ubicado sobre la ruta  nos avisó que estábamos por llegar a nuestro destino: “Bienvenidos a San Salvador, la capital del arroz”. Antes de entrar al pueblo recorrimos casi un kilómetro en el que se podían divisar, a diferencia del resto de verdes territorios de la ruta 18, campos secos de color rojizo oscuro, precedidos de negocios de venta de productos para la agricultura. Desde ese momento nos dimos cuento de que el motivo por el cuál fuimos a ese pueblo estaba justificado tan sólo por encontrarse los cultivos en el mismo municipio. “El pueblo es prácticamente una huerta, ¿cómo no van tener cáncer?”, me dijo mi compañero.

Al bajarnos del colectivo, todo parecía bastante normal, era un pueblo bastante prolijo. En la plaza principal, contigua a la terminal de ómnibus estaban festejando el día de la bandera. Había un grupo de niñas entre los 9 y 10 años (calculo) que estaba danzando vestidas de blanco y celeste. Nos quedamos viendo el espectáculo durante 10 minutos mientras venía a buscarnos Andrea Kloster, quien sería nuestra guía, de un recorrido bastante escabroso.

Cabello rubio intenso, ojos celestes, brillantes y grandes con una mirada amable, transmitían bondad, casi empatía; piel blanca, de unos 1.65 de estatura y 50 años, era Andrea, quien saltó emocionada y nos abrazó ni bien se detuvo la camioneta Honda que era conducida por su marido, Gabriel.
Esta pareja, que está unida hace casi tres décadas, fueron quienes nos contactaron en un grito de auxilio para que viniéramos a conocer la historia de su pueblo natal, ese que hace más de dos años comenzó a ser azotado por el flagelo del cáncer y que hoy está ad portas de dejar de ser la Capital Entrerriana del Arroz para convertirse en la capital del cáncer de Argentina.

Desde que nos montamos al auto, Andrea no dejaba de agradecernos por haber aceptado su invitación. “No saben lo que significa para nosotros que gente de Capital se interese por este problema por el que lucho sola. Todos están enfermos pero nadie se queja, ni dejan de usar los agroquímicos. Parece que les importa más la plata que su propia salud”.

Tras un trayecto de no más de 5 minutos llegamos a la casa de Andrea, ubicada en el barrio Jardín, ubicado en una de las zonas más nuevas del pueblo.  Allí, entres mates y posteriormente, un asado, nos reveló cómo y porqué había iniciado la lucha por esta causa.

Problema de muchos, batalla de una

Hace dos años, estaba en mi casa una tarde de invierno un poco acongojada porque Cecilia, una chica de 36 años, había fallecido de un tumor cerebral dejando tres niñas huérfanas. En eso llega Gisella (una conocida) a buscar unos adornos para una fiesta que tenía (Andrea trabaja como organizadora de eventos), en nuestra charla surgió el tema de la muerte de Cecilia. Ambas coincidimos en que era raro que una mujer de hábitos sanos y deportista haya muerto por esa enfermedad. También hablamos de que los casos de cáncer eran cada vez más frecuentes. Gisella me sugirió hablar con su madre, que es enfermera del hospital de San Salvador”.

Al día siguiente, Andrea se reunió con la madre de Gisella, quien le contó que al hospital estaba llegando mucha gente con tumores, leucemia, cáncer de pulmones, de piel, de próstata e incluso niños con deformaciones y algunas enfermedades no usuales como la miastenia gravis, un mal neuromuscular crónico caracterizado por grados variables de debilidad en los músculos.
La mujer le comentó que en el círculo médico se hablaba de que posiblemente estos males eran causados por las aspersiones de agroquímicos.

Inmediatamente Andrea empezó a hacer una campaña por Facebook para convocar a los vecinos. A los pocos días acordaron una marcha que reunió más de mil personas. “En ese momento me sentí respaldada, la gente había tenido una buena respuesta, lo que significaba que sí estaba pasando algo relacionado con el cáncer y las fumigaciones”.  

La convocatoria de Andrea tuvo tanto éxito que incluso el gobierno de la provincia envió a un representante para verificar de qué se trataba el problema, es decir, si la protesta estaba justificada. El inconveniente fue que enviaron a una joven veterinaria que poco o nada sabía acerca de los agroquímicos y su posible incidencia en los casos de cáncer.

En la marcha también se hizo presente el intendente del pueblo, quien prometió a los asistentes revisar con detenimiento la cuestión y, dado el caso de que las fumigaciones tuvieran una conexión o fueran perjudiciales para la salud, se tomarían las medidas necesarias para conjurar la situación.
Los días posteriores a la manifestación Andrea comenzó a percibir un cierto desinterés de quienes con más empeño la habían acompañado en la manifestación. También se dio cuenta de que “sorpresivamente” algunos habían recibido un puesto burocrático en la intendencia.

“Muchos de los que iniciaron la lucha conmigo hace dos años los compró el intendente con puestos. Y la gente, a pesar de que tiene los familiares enfermos prefieren tomar el trabajo y las prestaciones que denunciar lo que pasa. Parece que les interesa más el dinero. A mí ahora me tildan de loca. ”, asegura Andrea.


El arroz, una mina de oro

Desde 1932 en San Salvador se ha cultivado el arroz. La mayoría de los habitantes y familias del pueblo hacen parte de este negocio agropecuario que ha ido especializando y modernizando con los años. La industria local ha desarrollado una significativa infraestructura de molinos, cooperativas y organizaciones que han alcanzado una producción con altos niveles para la exportación.

De acuerdo con el Sistema Integrado de Información Agropecuaria entre 2011 y 2012 la producción fue de 68.800 toneladas, entre 2012 y 2013 cayó el rendimiento de la industria ubicándose en las 50.630 toneladas, sin embargo, en el 2013 y 2014 volvió a acrecentarse la fabricación del alimento llegando a las 61.350 toneladas.

El 2011 fue un año clave para la industria del cereal en San Salvador, pues se inició la cosecha con un récord de producción que había alcanzado en 2010 las 1,6 millones de toneladas de arroz, así como se habían ampliado los campos del cultivo de 55.000 a 103.000 hectáreas. Incluso el entonces ministro de Agricultura de la Nación, Julián, Domínguez, viajó hasta el pueblo para hacerle un reconocimiento y nombrar como modelo de producción nacional.

El corralito legislativo arrocero

Este homenaje del jefe de cartera Domínguez y la sobreproducción de 2011 fue una sentencia de muerte para los habitantes del municipio, ya que fue ese año en el que empezaron a aparecer con frecuencia casos de la letal enfermedad.  Para la siguiente cosecha (la de 2012) fue el momento en que Andrea inició su lucha y convocó a los vecinos a la protesta que derivó en la sanción de la ordenanza N°1090, que estableció una zona de resguardo ambiental, la cual comprende el casco urbano y un radio de 500 metros.

En este espacio protegido la legislación local prohibió las pulverizaciones y aplicaciones de plaguicidas, agroquímicos y cualquier producto biológico, que se por cualquier medio (ya sea terrestre o aéreo), así como se impidió las limpieza de las maquinarias, los aviones, el equipo de aspersiones, y el vaciado de remanentes de los químicos en los ríos y arroyos de la zona. También fueron removidas (a 3 kilómetros) las pistas de aterrizaje de las aeronaves fumigadoras, que se encontraban antes dentro del pueblo.

Es importante mencionar que la ley municipal controló el área de cultivo, las pulverizaciones y la ubicación de los aeropuertos, más no reconoció ni restringió el funcionamiento de las arroceras que están dentro de la ciudad, las cuales continúan desempeñando sus labores hasta la fecha. Cabe indicar también, que el cereal que viene de los campos contiene importantes restos de los pesticidas, los cuales durante el procesamiento del cereal fluyen como vaho.

El estatuto cayó como un baldado de agua a los productores de arroz, tanto así que la producción decayó en 2010  de los 1,6 millones de toneladas a 68.800  (como se mencionó en las anteriores estadísticas). Los industriales se vieron obligados a reducir su radio de cosecha y  a introducir el cultivo de la soja (que estaba dando buenos rendimientos en otras provincias de la Argentina) para recuperar sus pérdidas.

Es así como entre 2013 y 2014, la Capital del Arroz sustituyó la siembra del cereal por la de la soja transgénica. De acuerdo con la  Bolsa de Cereales de Entre Ríos, entre 2013 y 2014 se registraron 28.900 hectáreas de la oleaginosa y 8.000 hectáreas de arroz en los alrededores del pueblo.

Chernóbil argentina

Después de haber comido, Gabriel y Andrea nos invitaron a dar una paseo por el pueblo. Nos aseguraron que de modo entenderíamos de qué nos estaba hablando. Durante el recorrido observamos campos secos de tierras rojizas (en donde testifica dice Andrea que tiraron tantos químicos que quedaron inservibles), vimos también árboles secos, chicos jugando fútbol en lo que una vez fueron plantaciones de arroz. A pesar de que era feriado las arroceras estaban funcionando a toda máquina mientras la gente transitaba por las calles o estaba descansando en las casas aldeñas.

A Andrea la tiene registrada como la “loca” del pueblo por denunciar ante los medios la situación. Por este motivo, mientras recorríamos la ciudad y ella nos marcaba: “en esta caso murió un señor por cáncer de próstata, en la siguiente una de las nenas tiene leucemia, en la otra el padre tiene un granito que le diagnosticaron como cáncer de piel”, los protagonistas de esta historia no veían con ojos de odio. De hecho pasábamos por un lugar e inmediatamente la gente se escondía en sus casas. Según Andrea, nadie quiere dar testimonio, “ellos prefieren quedarse callados”.

Según las cifras el Observatorio de Mortalidad de Todos por Todos, organismo que trabaja de la mano con la ONG Red de Médicos de Pueblos Fumigados, las cifras de muertes por cáncer de San Salvador son las siguientes: En 2010, se registraron 58 muertes, 27 de ellas fueron por cáncer (46,5%). En 2011, hubo 80 fallecidos, 40 de ellos tuvieron como causa dicha enfermedad. En 2012, de un total de 52, 22 murieron por cáncer, y,  en 2013, la cifra llegó el 32% (de 59 casos, 19 fueron por el letal padecimiento).

Hasta 2013 fallecieron 249 personas y 108 de ellas fueron víctimas del cáncer. Para mediados de 2014 la cifra seguía siendo desalentadora, se presentaron 17 muertes de orden cancerígeno, la mayoría diagnosticados con  tumores cerebrales, leucemia y cánceres, de garganta, boca, colon, pulmón, próstata, tiroides, riñón, en el sistema nervioso central, páncreas, pies, testículos, estómago, laringe, intestino, columna y huesos.


¿Hay salida?

Ante este panorama lamentable la pregunta que surge es ¿Qué se puede hacer? De acuerdo con Patricio Eleisegui, autor del libro Envenedados que hace un análisis  al desarrollo modelo de producción agropecuaria basado en el uso indiscriminado de agroquímicos, la solución estaría en que se realice una estadísticas que den cuenta no sólo de los fallecimientos sino también de los casos de las personas que continúan con vida.

Por otra parte, Eleisegui asegura que la academia debería tomar cartas en el asunto y mediante un estudio probar que, efectivamente, las muertes por cáncer son a causa de los pesticidas. A este punto que recomienda el especialista en el tema de agroquímicos, esta próximo a tener una respuesta.
Damián Marino, científico de la Universidad del Plata y miembro del Conicet, realizó hace dos meses junto con un equipo de académicos un relevamiento de los casos de cáncer, así como también tomaron muestras de suelos, aguas, lluvias y partículas del aire para analizarlos y designar cuál es el elemento químico que está originando el cáncer. El estudio tendría resultado el próximo mes de julio.

Con estos avances y constataciones que haga la academia, dice Eleisegui, el gobierno municipal y provincial debería acceder a retirar las fábricas de arroz que están dentro del pueblo, pues sería el vapor que se desprende de sus procesos los que puedan estar afectando la salud de la comunidad.

Al irnos de San Salvador, comprendimos que la ruta 18, esa que fue más conocida como la ruta de la muerte, nos había llevado aquella mañana al mismísimo infierno, el que vive un pueblo de gente inocente que confió a ojos cerrados en las promesas y los estímulos del gobierno y las multinacionales.  

*Artículo de difusión o reproducción libre siempre que se mencione la fuente.

sábado, 16 de mayo de 2015

El inclemente tiempo y la Magdalena errante

Nikita Kauns (Yuxtapoz Magazine)

El tiempo no tiene misericordia. El reloj corre como un despiadado, como un loco asustado y se lleva consigo minutos valiosos, segundos preciados. Recuerdo que cuando era niña y vivía en Cúcuta me parecía que el tiempo no transcurría rápido. Todo pasaba como en cámara lenta. Los momentos eran más largos, las clases en el colegio eran interminables, las tardes en casa de mi abuela esperando a que mi mamá y mi papá salieran del trabajo parecían un día entero.

Ante esa calma yo vivía ansiosa, tratando de llenar mi tiempo. Me inventaba juegos para quemar las horas. Por ejemplo, a veces me armaba un escritorio, juntaba las mesas de mi casa, juntaba papeles y una caja (a la que le pintaba letras para que se pareciera a una máquina de escribir) y jugaba a la escritora. Cuando miraba el reloj blanco de plástico recargado de detalles (que todavía existe y funciona perfectamente) no había pasado más de media hora. "Todavía falta para que pasen por mí", pensaba.

No sé cuál era la ansiedad porque se fueran los minutos, pero siempre estaba angustiada por llenar las horas con alguna actividad . Hoy las cosas son diferentes. Ya no tengo que inventar actividades, al contrario, tengo tantas cosas qué hacer que siento que el tiempo no alcanza. Y frente a eso protesto.

La protestadera

Me quejo porque estoy haciendo todo a las apuradas, porque quedarme veinte minutos más en la cama viendo un capítulo de Friends significa no poder adelantar la nota para el diario o hacer una gacetilla para la empresa de tecnología en la que hago las comunicaciones o, al menos, se me reducen los minutos para llamar a la chica de marketing que nunca me pasa a tiempo la info para armar el comunicado.

El mes pasado empezó una nueva etapa en mi vida que desde hace meses estaba esperando: El momento pegar de vuelta el salto al mundo académico de los estudios superiores. Inicié mi tercer posgrado y, por ahora, el más importante: una maestría en periodismo.

Con esta oportunidad no sólo pretendo abrirme camino en las redacciones argentinas sino también es una prueba, un regresar, un bajar de la montaña (en la que estuve aislada y ensimismada hurgando en mi interior a ver qué debía cambiar o afianzar) para enfrentarme de nuevo al mundo como una persona nueva. Y adivinen qué: ¡Ha sido un desastre!

¿Por qué mi regreso ha sido un caos? porque no puedo con todo y me siento desbordada, abrumada, histérica. No puedo disfrutar nada. Siempre estoy mirando el reloj a ver cuánto tiempo me queda para leer unas fotocopias de la facultad, para redactar una nota, para hacer una llamada, para mandar un correo, para limpiar mi casa, para bañarme, para irme a yoga, para cocinar, para compartir con mi novio, para hablar con mi mamá por Skype.

El día del apocalipsis

Hace unos días todo colapsó.  Me peleé con mi novio (quien, con toda razón, estaba harto de mi inconformismo e histeria), salí sin plata de casa y ningún cajero a la redonda servía como para sacar unos pesos, llegué tarde a mi terapeuta y tuve que pagar como si hubiera hecho toda la sesión, hice esperar un montón a un compañero de la facultad que me iba a entregar unas copias, después me regañó mi jefa por llegar tarde al trabajo y todo así.

En un momento me encontré corriendo y llorando desesperada detrás de un colectivo, cuyo conductor no tuvo piedad. Finalmente opté por tomarme un taxi .

Lloré en el terapeuta, lloré en el taxi, lloré cuando vi a mi compañero, también lo hice post reto de mi jefa. Lloré, lloré y lloré en todos lados y a toda hora, tal Magdalena errante.

Terminé con la cara deformada, hinchada y roja de tantas lágrimas por la frustración que me producía la incapacidad de sobrellevar todo y disfrutarlo, siendo que son todas cosas que me gusta hacer.

Creo que mi intento de querer devorar el mundo de un bocado fue fallido. "Ser multifacética no es lo tuyo, Aleja"- me dije frente al espejo del baño de mi trabajo mientras contemplaba dos lágrimas que se derramaban por mi rostro.

Me sentía derrotada, enclenque, desahuciada, incapaz. No tenía ganas de hablar con nadie, ni que nadie me viera.

Cuando salí del trabajo pasé por mi casa, me cambié y con las últimas fuerzas me fui a mi clase de yoga. Creo que no había sido un buen día para ninguno de mis compañeros, pues cuando el yogui nos preguntó cómo estábamos todos respondimos con una queja. Al final de la interpelación dijo: "qué bueno que están aquí".

El yoga de la vida

A principio de la clase (como en cualquier rito de tipo espiritual) se ofrece algo (una situación, una persona, un sentimiento, una frustración) a la práctica. Y bueno, yo tenía muchos motivos que, tras reflexionar, reduje a uno solo: La imposibilidad de aceptar la realidad tal como es.

Asana tras asana fueron pasando varias imágenes del día por mi cabeza: yo llorando, yo corriendo de parada en parada del autobus, yo viendo el reloj, yo llamando a mis amigos para quejarme del día de porquería que tenía, yo culpando a mi novio, yo negándome, yo resistiéndome, yo histérica, yo frustrada.

"Montaña. Respiren tres veces. Tabla, tomen aire. Cobra, aspiren. Montaña, respiren tres veces. Salto. Padahastasanam (Tocamos los dedos de los pies), aspiren. Pranamasanam ( parados con las manos en el pecho), suelten el aire. Hasta Utiasanam (doblados hacia atrás con los brazos estirados y manos juntas), aspiren.

Cada elongación, cada dolor, cada respiración, cada repetición, el cansancio, el calor y la agitación me iba haciendo entender poco a poco: la vida es como una clase de yoga, hay momentos en los que duele, hay momentos en los que somos más flexibles, hay momentos en que nos resistimos, nos sentimos, exhaustos, agobiados, pensamos en que no vamos a poder llegar, continuar, aguantar, soportar, llevar la carga.

Sin embargo, siempre hay un no sé qué que nos anima a continuar, a luchar, a resistir un segundo más, que nos guía a un destino predeterminado, necesario, no casual, donde encontraremos la respuesta, veremos todo más claro y nos daremos cuenta de que esto es una carrera imprescindible, que no se puede postergar y que cada vez va a tener más obstáculos, más pruebas, hasta que al fin llegue el merecido descanso, la recompensa.

No hay pago sin trabajo, no hay gratificación que no exija esfuerzo, así que no queda otra que disfrutar lo poco o mucho que se tiene, porque de todo y de todos se aprende, el pasado no va a regresar y el futuro está por construirse . Esta vida es sólo una y no sabemos cuándo ni cómo va a terminar. Así que hay que aprovecharla y sacarle el jugo (una enseñanza) a cada instante.

lunes, 6 de abril de 2015

Lo que el viento se llevó, lo trajo de nuevo y lo transformó

Candice Tripp- Yxtapoz Mag.
-¿Me escuchas? Dime ¿Me oyes?

Escucho mi voz, pero no es la misma de ahora, es más aguda, minúscula, como cuando era niña. Miro mis brazos y y son más pequeños, pero reconozco que son  míos porque el derecho tiene marcados la tierra y la luna (un par de lunares que tengo y a los que me gusta llamar así). Siento las mejillas calientes. De pronto, brotan un par de lágrimas de mis ojos, las dos al tiempo; son como una cascada, se derrama sin parar, enjuagan mi rostro, lo queman, lo hacen arder. Me cuesta respirar, mi nariz está tan tapada por los mocos que casi no pasa el aire.

Cuando termino de reconocer mi cuerpo me pregunto: ¿a quién le hablé? Aparece Él frente a mí. Es tan extraño pero tan cercano, tan bello, pero tan serio. Brilla, destella una luz blanca, penetrante, deslumbrante, translúcida, pura. Mi corazón reboza de alegría.

-Tanto tiempo.

Él sólo brilla, brilla y sonríe. No musita palabra.

Me duele el pecho, me miro y me percato de que una luz roja, incandescente, titila entre mis pulmones. Parece que el dolor hubiera cobrado un tono perceptible a mis ojos para alertarme de su presencia. Vuelvo la mirada hacia él.

-Nadie entiende, nadie escucha de verdad.

Él sólo brilla, brilla y sonríe. Luego toma mi mano y siento la suya tan real, tan cálida, tan fuerte. Su piel es lisa, perfecta y morena. Lo agarro impetuosa, como si se me fuera a escapar, como si no quisiera dejarlo ir. Su calidez me trasmite paz.

-"No me sueltes, me siento sola, sola y confundida".

Él sólo brilla, brilla y sonríe. Dirijo mi mirada hacia su cabellera. Cada hebra de pelo es larga, se nota que es sedosa, deslumbrante, libre. Flota, flota en un aura blanca casi transparente.

 - No sé qué hacer. Estoy encadenada.

Bajo la cabeza arrepentida, inmediatamente mis ojos secretan más lágrimas. Él aprieta mi mano como pidiéndome que vuelva la mirada arriba, a sus ojos . El corazón quiere salirse de mi pecho.

Él sólo brilla, brilla y sonríe.

Dirijo la mirada a sus ojos, los veo profundos y negros, puedo divisar el universo entero en ellos. Pasan cometas y estrellas fugaces. Los planetas están suspendidos en un aura oscura, hay polvo fulguroso y, más al fondo, se divisan diversas galaxias de color rosa, amarillo, azul, violeta, rojo.

Esa visión infinita, extensa y sublime me tranquiliza, me transporta a ese lugar perenne. Allí me quedo suspendida en el tiempo y el espacio. No escucho nada, todo es calma. Serenidad.

Paz. Sociego. Quietud. Claridad.

De repente, un sonido estrepitoso me saca abruptamente de mi ensoñación. Regreso al mundo real: Mi vecina hace sonar de manera escandalosa y vulgar sus tacos contra el piso. Ta ta ta ta ta ta ta ta ta. Va a la cocina, otros diez ta, regresa a la habitación. De nuevo, ta ta ta ta ta ta ta, da vueltas en el cuarto. Doce ta, va hasta la puerta, abre y llama el ascensor. Veinte ta, regresa a la pieza. "Seguro algo se le quedó", pienso.  Después, otros no sé cuantos más ta. " no sé qué hace".Un portazo me advierte su salida final.

Mientras pasa todo el alboroto de aquella ecuatoriana desordenada y desaliñada (lo sé porque más de una vez he tenido que cruzármela en el ascesor. Incluso he ido a su departamento para pedirle que no se exceda en decibeles y de paso recordarle que vive en sociedad),  me doy cuenta que tengo las manos apretadas, como si  de verdad hubiera estado agarrando a alguien. También huele a flores, a jazmines, violetas y lavanda, todo junto. El aroma colma la habitación. Pego un brinco de la cama y salgo a buscar algo o alguien, Estoy agitada. Me asomo al living, lo reviso de punta a punta y no hay nadie. El olor permanece. Me cercioro de que en una luz entra a la cocina, corro tras ella y desaparece, vuelvo al living y luego a la habitación. Me siento en la cama con el corazón latiendo a mil, desconcertada, cansada.

Me tiro unos minutos para pensar en lo que acabo de soñar. ¿lo soñé o lo viví? me pregunto como una tonta, porque para vivirlo debes tener lo ojos abiertos y estar en este tiempo y espacio terrenal. No sé si tenía los ojos abiertos, es más, no estaba aquí, pero era tan real, tan vívido: Él, mis sentimientos, las lágrimas, el resplandor y ahora ese olor.

"¿Tu hueles eso también?" le digo a Roxy (mi gata) que está sentada con cara de dormida en una esquina de la cama. Ni "miau" dice, sólo permanece con cara de culo, de "me despertaste".

Me sentía cansada, muerta. Era miércoles y el fin de semana anterior habíamos estado de viaje con mi pareja. Fue un viaje corto, de trabajo y familia más que de placer. Sin embargo, esta breve travesía que cerró un ciclo. Se trató de un fragmento de tiempo que me hizo dar cuenta de que la anterior yo no puede coexistir con la nueva yo, pues esa vieja yo es egoísta y limitada, por tanto, no congenio más con ella. Por otra parte, la nueva yo, ya abrió las alas para levantar vuelo.

Las dos YO

En días pasados me sentía abrumada por un ciclo de visitas familiares que se extendió por tres meses. Casi cada semana recibíamos en casa a alguien: mi papá, mi hermana, su hermana, su mamá, su primo, la esposa de su primo y así. Fue lindo, no lo puedo negar, pero te das cuenta también de que las relaciones no son las mismas; ahora se han transformado y por la distancia se te ha olvidado un poco lo que es ser hermana/o,  hija/o y familiar.

En esos días que ellos estuvieron, los horarios ya no eran los míos, tuve que ajustarlos a los de ellos, a sus necesidades. También me encontré con que muchas de tus perspectivas divergen con las de ellos. Es como si dos mundos que un día fueron uno se reencontraran de nuevo y comenzaran a buscar una nueva forma de relacionarse.

Ahora soy diferente: independiente, disfruto de mi soledad y privacidad.

Esa presencia familiar también logró otro efecto: Mis más profundas raíces se retorcieron, es decir, los cimientos de lo que fui sufrieron un exabrupto y quedé como desnuda a la intemperie con defectos y virtudes.

Cada situación que compartía con ellos me hacía quitarme una prenda y a reconocer valores que quizá estuvieron ocultos o perdidos en otra dimensión de mi ser: hablar hasta por los codos me hizo libre; recordar cientos de anécdotas con lágrimas de alegría ( y otras de nostalgia, por supuesto, porque soy una llorona empedernida) me aliviaron la carga; comer y cocinar como nunca me recordó lo que es el servicio, correr para cumplir con mi trabajo me enseñó acerca de la responsabilidad y la constancia; vivir con dolor de espalda y tener una sonrisa para ellos me aleccionó sobre la paciencia; compartir mi espacio y mi novio evocó la bondad, fraccionar mi corazón para darle algo de amor a todos me mostró que siempre se puede dar más.

Pronto me olvidé de mi soledad, de mi egoísmo. El hecho de transformar mil veces el futón de la sala en una cama me instruyó acerca de la persistencia. Y al final, cuando armaron sus maletas y se fueron lloré al verlos partir.

Lloré vi la necesidad de que esa "otra yo" se fuera. Esa que está acostumbrada a ser el centro de atención, esa que patalea porque ante un clóset lleno de ropa no sabe qué usar para salir al supermercado, esa que no es capaz de entender que el otro es otro justamente porque tiene un punto de vista diferente, un sentir distinto, una realidad divergente que le otorgó una manera de actuar, expresarse y de dar lejana a la mía.

Soltar esa otra yo no es ni ha sido un proceso fácil. Llevo cuatro años dándome cuenta que hay mucho que no está bien en mí y enfrentarme a una soledad consciente fue lo que me permitió darme cuenta de ello. Haber identificado el problema fue el primer y más largo paso porque no sólo me resistí física y mentalmente sino porque traté de justificar mis errores y en ese camino herí a muchos y me saboteé yo misma en repetidas ocasiones.

Ahora estoy tratado vehementemente de deshacerme de esa yo maligna. Para ello debo mantenerme consciente, sobria, debo ser muy cautelosa para identificar cuándo estoy siendo víctima de la otra yo y suicido a la yo esencial, esa yo que puede volar y mantenerse suspendida junto con las estrellas.

Cuando llega ese malestar me digo: "Qué limitada soy (porque  me encanta hablarme, retarme, regañarme y reflexionar en voz alta).Estoy aquí haciéndome lío por una foto, por un pago, por si el otro hace o no, por un trabajo, por unos dólares, por una medicación, por si me dicen la verdad o me vienen con mentiras como si no hubiera nada más que este mundo, que este cuerpo, que estas cuatro paredes en las que vivo".

Si hay algo que he aprendido en estos cuatro años y medio de búsqueda es que la vida va mucho más allá que una casa, un auto, la ropa, sumar títulos o lo que los otros hagan, nada de eso te hace feliz si adentro estamos vacíos, si no hay servicio, si no hay amor, si no hay pureza, verdad, honestidad y algo de magia, si no desarrollamos ese yo esencial que crea, que sueña, que construye, que reemplaza lo negativo por pensamientos bellos para creces hasta llegar más allá de las nubes.

sábado, 14 de marzo de 2015

Fea y miserable

Lauren Marx's - Atrofhying Animal Universe. Yuxtapoz Magazine.
Es un día común. No pasaba nada extraordinario, por lo menos no hasta medio día, momento en el que normalmente me visto para ir al trabajo después de una larga mañana de meditar, correr ( si es el día de ejercicio); limpiar mi casa (eso ocurre todos los días porque soy una maniática de la limpieza, sin embargo no gano lo suficiente para pagar una empleada que me ayude); trabajar (soy freelance, por lo tanto debo tener más de un empleo); ver noticias, Facebook, Twitter, Instagram, Pinterest y todas esas aplicaciones que le quitan tiempo a uno pero que es necesario usar, de otra manera, no se es de este mundo y se complica tener un tema de conversación decente con el entorno. Ah, y por supuesto, sentarme frente a una hoja en blanco para llenarla con algunos pensamientos, ideas, quejas, lo que salga.

Tres cosas cambiaron mi normalidad este día. Una fue la picadura de un mosquito podrido en una pierna que me causó una herida que supuró todo el tiempo un desagradable líquido amarillo obligándome a limpiarla cada rato (un asco). La segunda fue que no encontré mis tradicionales polvos (de maquillaje, aclaro porque la palabra es usada en la jerga popular para designar otro tipo de sustancias, viscosas para ser más exacta). La tercera y más grave de todas es que mi jefa regresó después de una estancia de un mes en Estados Unidos, por supuesto llegó a inspeccionar el trabajo que desempeñamos sus únicas y exclusivas tres esclavas permanentes.

Las primeras dos situaciones aunque simples y cotidianas fueron suficientes para hacerme sentir un espanto a nivel físico, es decir me veía fea en el espejo, en las vidrieras que encontré camino al parque, en cualquier objeto que tuviera un reflejo lucía pavorosa.

Pensé en varias razones para explicar mi estado: No había descansado bien estos días pensando y llevando cabo el incansable e ingrato "gran proyecto" de cumplir mis objetivos propuestos para el 2015 (entre los que están encontrar un trabajo estable acorde con mi carrera, que amo, sépanlo, la amo porque me hace feliz sentir esa adrenalina de plasmar una genialidad o estupidez en el papel que deba quedar perfecta a pesar de escribirla a contrarreloj;  iniciar una maestría y la última y más importante: dejar de ser tan pendeja, inmadura, impaciente, loca y empezar a ser adulta de una vez por todas).

Puede que el hecho de decir "me siento fea" suene rídiculo (más para los hombres) pero es una cosa verídica, hay días en que nosotras no nos sentimos igual. Vernos al espejo es un drama porque uno se ve gordo, desproporcionado, algo así como la versión femenina de Quasimodo. De hecho Fiona, la novia de Shrek, es Miss Universo a nuestro lado.

La que está en el cristal es la misma, sin embargo, hay algo que no cuadra, que está deforme, fuera de lugar, como con una manchita negra sobre la foto, una porquería que te percude la cara y nada de lo que hagas te hace lucir bien; ni siquiera un kilo de maquillaje (ojo, eso lo disimula un poco pero adentro sigue existiendo ese ser hediondo).

Cuando me vestí cambié tres veces de vestido. Intenté ponerme un pantalón pero fue más frustrante porque aquí en mí casa tenía el aire acondicionado a toda marcha y el clima estaba perfecto, pero afuera era un infierno, el termómetro de Clarín me avisaba que hacía 30 grados, me dio por acercarme a la ventana y tenía baho; después me asomé y entró una oleada húmeda y pegajosa de calor, no, miento, era peor,  como la versión maligna y diabólica del calor. Entonces descartado pantalón.

Me dirigí de nuevo al espejo y aparece otra vez la tía gorda de Gasparín. Me digo: "Hello, disaster girl". Miro la hora y me vuelvo a ver mientras afirmo (en la mente, porque si digo que hablo sola me tildan de loca): "Ay Dios, voy a llegar tarde y si me demoro un segundo puedo caer en la horca, literal. Ya amenazó a Francisca, yo no puedo caer entre su círculo de empleadas más odiadas. No puedo ascender del tercer puesto al primero".

Para complicar más la escena mi imperfecto y angustiado ser evoca que en la noche se va a reunir con una persona que le va a dar su posible siguiente tema para escribir en el diario, de manera que debo ir más decente aún. De pronto llega una revelación muy tarada que me perturba en mayor medida, se trata de aquellas palabras de Mirta Legrand (una diva argentina de muy muy avanzada edad): "Como te ven te tratan. si te ven mal te maltratan". Pienso: "es increíble que me deje afectar por los dichos de esta vieja".

Parada en medio de un melodrama que yo misma había creado y estaba protanigonizando tan bien (tanto que habría podido ganarme un Óscar de lo trágica y desaforada que estaba siendo), una vocecilla minúscula decía a lo lejos "Esto es lo que hay, respira hondo y sigue". Algo se activó, le di un click a un botón borroso que se escondía en lo más profundo de mi cerebro y en cuestión de instantes me vestí, saqué la tarta que tenía calentando en el horno y me senté a hablar un rato por Skype con mi mamá.

Le conté a la viejis (así le digo) lo que me pasaba, y ella, tan amorosa como siempre, me aseguró que me veía como una princesa y yo, sintiéndome como Celia Cruz con esos polvos oscuros que había comprado por equivocación, le agradecí, pero pensaba para mis adentros "Ella nunca me va a decir que estoy fea, es mi mamá".

Proseguí con mi faena matutina, fea y todo me enfrenté a la calle. Parecía que todo confluyó para desmentir mi sensanción de horrorosidad. Uno: a la salida me encontré con unos albañiles que arreglaban la acera (verada) quienes, por supuesto, como buen albañil me piroperon. Dos: me monté al colectivo y el conductor no me cobró $3.25 sino $0.05 (eso, en el lenguaje de colectivero significa que eres bonita). Tres: a mi lado se sentó una señora muy pero muy gordita y, me da pena decirlo, pero parecía un tipo. Pensé: "tan fatal no soy".

A lo largo de la tarde otras cosas pasaron, cosas que hicieron que la percepción se diluyera. Por ejemplo: mi jefa me jodió tanto que mi malestar se transformó en fastidio por ella y contra ella. Otra cosa: la persona con la que me encontré en la noche me tiró un datazo que me encantaría investigar.

Me voy a atrever a decir que lo que me ocurría era algo interior, sí, tenía una incomodidad que se fue revelando de a poco y cuando la saqué a flote, lloré e hice mi catársis en esta hoja todo fue claro: lo que te ocurra a nivel profundo se va a reflejar en tu exterior. Expusarlo, vomitarlo, desterrarlo es la mejor forma de tornar la infelicidad en paz, puede que nada cambie, pero al menos estas siendo honesta y sincera contigo y de eso depende tu tranquilidad y la alegría. He dicho.


jueves, 5 de marzo de 2015

feminidad a flor de piel




Despierto. Hiede a hastío, me fastidia el hecho de tener que levantarme. Detecto que algo no anda bien dentro de mí. Intranquilidad. Somnolencia. Recuerdo una pesadilla, una especie de león deformado me perseguía. Me levanto de la cama y como por ósmosis voy hasta la cocina a poner la tetera para calentar el agua.

En el camino, miles de ideas se estrellan entre sí como los carritos chocones de la ciudad de hierro (parque de diversiones errante). "¿Qué me molesta?" no encuentro respuesta. Continúan atiborrándose los pensamientos en mi mente: El trabajo, todavía no encuentro uno que me haga feliz; yo, mi incapacidad de disfrutar las cosas tal como están;  mi familia: mi papá que no sale de su ensimismamiento, mi abuela a quien se la está tragando un cáncer. "Cállense", les digo, es lo que hay. Canto un mantra. "Hare Krishna, hare Krishna, Krishna, Krishna, hare, hare, hare Rama, hare Rama, Rama, Rama, hare, hare."

Él me ve mi cara de culo. No dice nada. Me hace un sonido insoportable con la boca, me molesta. Insiste, insiste, insiste. Al final me saca una sonrisa. Pienso: Esas salidas me enamoran más, maldito. Desayunamos.

Tiro una genialidad de esas que nadie quiere oír a esa hora:

- ¿Qué mierdas debo hacer para conseguir un trabajo como la gente en periodismo en esta ciudad? Él se siente aludido. Se va.

Me quedo sola con esa vorágine de insatisfacción en mi cabeza. ¿Qué me pasa?. No hay respuesta en esa nube colmada, negra y lluviosa que está en mi cerebro.

Prendo un incienso de lavanda a ver si me relajo un poco. Enciendo la lamparita de la virgen de Guadalupe versión cómic que me regaló mi abuela, la que está enferma. Me acuerdo que la última vez que hablé con ella me dijo que no se sentía bien. "Se le está apagando la vida", pienso. Me enojo más.

Canto otra vez el  Hare Krishna mientras paseo por mi casa con el incienso. Por un momento todo se aclara. Paz.

Abro una flor de loto que tengo sobre la mesita de centro, esa que me regaló una amiga que estuvo en Tailandia el año pasado. Concibo que algún día debería convertirme en monje, algún tipo de monje asiático y recluirme en un templo a meditar el resto de mi existencia. Sé que lo haré, al final de mis días, cuando ya me haya redimido un poco y haya hecho mucho en este mundo banal, lo haré.

Durante la meditación no pude concentrarme. Cambié tres veces la música, vino la gata a interrumpirme: quería apropiarse de mi regazo, robarse un poco de mi paz. "Chite, Roxy". Después me dolía la espalda, me picaba la nariz. "Ayuda, ayuda con esta sinsazón de mierda, por favor. Por qué me siento perdida, desahuciada, histérica, sin cordura ".

Respiro profunda y lentamente. Me extremece un escalofrío.

-¿Dios?.

Agarro el Bhagavat Gita. Canto: Om namo bhagavate vasudevaya (mantra que pide protección y sabiduría divina a través de las escrituras). Leo en voz alta porque así lo veo, lo escucho y lo repito como para que nunca se me olvide: Capítulo 2. Así nacen el apega, la lujuria y la ira. Verso 71: "Solamente puede alcanzar la paz verdadera una persona que ha renunciado a todos los deseos por la complacencia de los sentidos, que vive libre de deseos, que ha renunciado a todo sentido de propiedad y que está desprovista del ego falso".

Quedo atónita. "Estoy jodida".

En mi cabecita una voz dice: "Si deseo, me apego, si me apego me conquista la lujuria, si me conquista la lujuria deliro hasta encontrar lo que quiero, si no lo obtengo pronto me da ira porque no quiero perderlo. Entonces, no debo desear." Suspiro. "Qué difícil".

Después se me complica todo aún más cuando leo la Biblia. Cartas de Pablo a los Romanos: "Ten presente la bondad y la severidad de Dios: severidad para con los caídos y bondad para contigo, con tal que permanezcas en esa bondad, pues de lo contrario tu también serás cortado".

Otra vez la vocecita: "entonces no puedo cometer ningún error, es decir, no puedo desear, apegarme y mucho menos dejarme embargar por la ira. Esto es imposible, no deseo nada, sólo me gustaría saber el motivo de mi sufrir". Me enojo.

Terminé mi meditación y activé plan dos: ejercicio.

Fui a correr a ver si podía despojarme un poco del hastío, si lo transpiraba, lo dejaba pegado en el cemento o lograba contagiárselo a los otros deportistas del parque o quizá a la gente y los militares que durante toda la hora de mi entrenamiento estuvieron con la mirada clavada en la bandera argentina que estaba siendo izada.

Era tanto mi fastidio que ni me tomé la molestia de pararme a preguntar qué estaban haciendo.

Plan 3: bañarme. "Qué placer el agua fría". Sin embargo el bienestar desapareció una vez salí del baño y me empezó a picar todo. "Ya está, no tengo remedio".

Camino al trabajo me tropecé unas tres veces, casi me atropella un carro porque no me fijé que el semáforo había cambiado a rojo. Buenos Aires estaba como una olla de presión a punto de pitar del calor que hacía. Al fin llegué al trabajo. Abro la puerta, aire acondicionado. Se apacigua mi molestia. Fresco.

Saludo a mis compañeras y percibo mala onda. "Ah, no soy sólo yo, al parecer es el género". Me siento un poco aliviada. Una me dice que su hija le "hincha las pelotas" (no sé cuáles porque es mujer, pero así se dice en Argentina cuando alguien/algo te molesta). Otra de mis compañeras estaba con los ojos encharcados.

-¿Por qué lloras?

- Estoy indispuesta.

-Yo no sé qué me pasa a mí, pero debe venir por ese lado, estoy hastiada de todo.

-Ya somos dos. Giña el ojo.

El resto de la tarde fui una especie de autómata. Contestaba el teléfono y prendía una grabación, un modo piloto que me permitía hablar con la gente, responder correos, hacer favores, resolver problemas.

"Esos días"

Tipo 4 de la tarde pienso: "Vamos a ver qué dicen entre mis amigas".  Abro el chat de whatsapp. Escribo: malparidez existencial. En seguida salta un mensaje. "Bienvenida a mi mundo".  Al rato: "Al mío también".

Toda la tarde estuvimos intercambiando mensajes de ese mal que cada mes nos aqueja a las mujeres. Ese que a veces nos hace tan mal que incluso ha llegado a acabar con relaciones (no sólo de pareja), trabajos, proyectos y todo lo que se le cruce a uno en el camino por "esos días".

Es un deshaucio inexplicable, un hastío constante, una hormona que segrega ponzoña  y en una milésima de segundo nos deja desarmadas: odiamos, reímos, lloramos, gritamos, amamos, nos desquiciamos, nos sentimos inseguras, nos volvemos paranóicas, somos capaces de rasguñar, de morder, nos volvemos una especie de Godzilla, bajamos al mismo infierno y volvemos. Entonces, justo cuando estamos a punto de desatar la tercera guerra mundial, algo, un no sé qué que viene de no sé dónde nos hace volver a nuestros cabales y sentir vergüenza al punto de darnos ganas de querer que la tierra se abra y nos trague.

Esta escena dantesca puede ocurrir en tan sólo minutos, así como puede repetirse varias ocasiones en un mismo día o semana, todo depende del comentario y la situación en la que estemos. Puede ser un episodio cualquiera de la vida cotidiana, pero "esos días" no vemos las cosas como normalmente lo hacemos, nuestra vida se convierte en un capítulo de Corín Tellado.

Y ni se te pase por la cabeza que tu pareja, marido, hermano o incluso amigo te puede entender, no. Este es un tema que le incumbe y entiende sólo el género femenino y por lo general es el género masculino el que es víctima y victimario de ese estado incisivo bipolar.

Yo creo que ni la madre Teresa de Calcuta puede negar que en su vida tuvo un momento Linda Blair. Es una cosa que lo supera a uno, se le sale de las manos, es como si una loca endemoniada viviera dentro de nosotras y por "esos días" quisiera salir a mostrarse en todo su esplendor.

Todo el mes puedes meditar, ir a yoga, al gimnasio o practicar cualquier deporte, rezar el rosario, ir a un grupo de oración, cantar mantras, ver a un psicólogo,  participar de obras de caridad, ser un terrón de azúcar, un ser de luz paciente, amoroso y tierno, sin embargo, "esos días" somos otras. No importa qué hagamos ni con quién estemos.

"Volver a lo básico"

Con mi psicóloga he hablado mil y una vez de esta situación. De cómo manejarla, salirme por la tangente, de cambiar el escenario, de pensar en el final del episodio antes de meter la pata, de tomar aire y retenerlo para evitar musitar una barbaridad, de bajar de las tablas y convertirme en una espectadora objetiva del acto.

De a poco de aprendido a controlarme, pero no puedo negar que todavía esta otra demente que vive en mi trata de traspasar mi voluntad como si fuera un colador.  Tampoco puedo desestimar mis esfuerzos y la plata que he invertido en mi tratamiento, así como la pericia, dedicación y amor de las personas que me asisten y aguantan cada día.

He mejorado, ya soy una pisca más consciente del momento en que King Kong empieza a rugir desde su jaula. Cuando eso empieza a pasar, cuando da el primer grito, tun, activo modo reflexivo: pensar en el final de la situación (¿cómo quiero que acabe la noche? ¿la cena?¿el fin de semana? porque desafortunadamente ellos llevan una lista donde se anotan mentalmente todas la embarradas y seamos francos, uno nunca se olvida del moco), ser más contemplativa con los actos y las palabras y, lo más importante, el tiempo libre lo aprovecho en acciones creativas o de servicio, es decir, mantén la cabeza ocupada y construye no destruyas.

Ese día de mierda tuvo como conclusión el "volver a lo básico". Con mis amigas empezamos a recordar qué nos hacía felices cuando éramos niñas y adolescentes. Dedujimos que una buena canción que nos trajera buenos lindos podría salvar la patria. Al final de la jornada terminé buscando en youtube canciones de las Spice Girls (aclaro que tenía 11 años cuando estuvieron de moda) y bailándolas al mejor estilo de Jennifer Garner en 13 going on 30. Ah, y después de la sesión de baile me di un resfrescante baño con agua de ruda en la bañera ( recomendado de mi hermana, pues según ella ayuda a espantar/calmar las malas energías).

Parece ridícula la rutina, pero funcionó. Domé a la versión femenina de Hulk.


lunes, 23 de febrero de 2015

Locura insensata o cantar bajo la lluvia

No sabía si titular esta nota "La actitud todo lo puede" o "La cara lo dice todo", me sonaba todo muy a autosuperación, y no quiero sonar como Deepack Chopra, sólo quiero contar algo que me pasó.

Ya hace casi tres meses inició el año y con él aparecieron nuevos proyectos, ideas, promesas, toda esa explosión de creatividad que surge por saber que tenemos 365 días por delante para hacer lo que queramos (o seguir en las mismas).

Y así como llega la vorágine de propósitos también se hace necesario el hecho de realizar trámites para llevar todo a cabo. El problema es que con ellos aparece la madrugada, la irritación de hacer filas, el desencanto de lidiar con los empleados públicos o privados(esas pobres personas que están día a día atrapadas entre papeles y ventanas minúsculas); así como con todos aquellos "papeleo- habientes" que están igual de desesperados que uno.

Es realmente todo un tema todo eso de los preparativos administrativos. Ni una hora de meditación, ni recitar el "Hare Krishna" 108 veces, o rogarle a Dios Padre, a los astros, la Pachamama que te ayude a tener paciencia  puede salvarte de querer explotar en mil pedazos; especialmente cuando te cierran el banco en la cara cinco minutos antes de la hora prevista y ves del otro lado del vidrio al vigilante (o portero del banco) haciéndote la seña de se acabó, estamos cerrados, a full,  trágate tu orgullo y vuelve mañana para aguantarte la cola.

Sales del banco y, lo que parecía ser un hermoso día veraniego con pájaritos revoloteando en el cielo y gente que danza en lugar de caminar en las calles, termina lleno de nubes y con una tormenta peor que tuvo que pasar Piscina Molitor en Life of Pi, Sí, esta tormenta es más dramática porque justo ese día te hiciste el brushing antes de salir para ir decente a hacer el trámite, te peleaste con tu novio y sabes que debes llegar a entregar algo urgente en el trabajo.

Todo va más lento. Los pies pesan, las gotas se hacen más grandes, correr no sirve de nada, ya estás empapada.

En el ojo de la borrasca

Así las cosas, tienes dos opciones: llorar y actuar como una loca insensata o aplicar el "Singing in the rain" de Gene Kelly. Esta bien, no te acabaron de dar un beso después de una cita soñada, pero el resto depende de ti.

Que el día termine en un desastre peor (puedes meter la pata en un charco podrido o resbalarte y rebotar contra el mundo) o que regreses al trabajo sintiendo la dicha de estar viva(o), de poder sentir el agua en la piel, de tener un lugar a dónde llegar y secarte, de saber que alguien que te está esperando, alguien que te extraña de lejos. Poder respirar, confiar en que después de la tormenta siempre llega la calma, que lo que estás haciendo es para construir tu vida, tu felicidad; eso hace valer todo la pena.

Dos días después volví a hacer el trámite. Era un viernes espectacular: cielo azul, ni una sola nube, anteojos de sol, música. Llegué antes a hacer el trámite, tuve que esperar (como dos horas), sin embargo no me hice drama. Vino mi cuñado a acompañarme un rato y almorzamos frente al Obelisco. Un momento sublime.

Así que no nos enredemos en el aquí, el problema, la molestia. Evolucionemos, avancemos, el futuro es el objetivo. Y si nos caemos, a levantarse, que de eso se trata la vida.