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Michael Carson- Yuxtapoz Mag |
Sábado 20 de febrero. Abrí los ojos y noté que por la persiana se colaban destellos de sol, solté un par de lágrimas recordando que Isa se había ido un día antes y pensé: esto sigue, la vida continúa, estamos en etapa de preparación, ni siquiera he empezado la metamorfosis, vamos!. Me senté y le grité a mi mamá:
-¡Hoy me corto el pelo!
- Sí, mi viejo.
Tengo que aclarar el código familiar, yo soy la mayor de dos hermanas, por tanto, la "más vieja", Isa es la "bebetita".
Habíamos pasado 4 días sin agua por un corte de luz debido al inclemente calor del verano porteño, entonces entre mi mamá y yo nos pusimos a limpiar y organizar el departamento como si estuviéramos preparándonos para una gran fiesta, para una ocasión especial. En realidad lo era, ese día me despojaría de mi cabello, esa parte de mi cuerpo que para mí denotaba la feminidad. Uf, ¡cómo me voy a ver sin ese elemento de mujer? ¡voy a ser una hombre! me decía mientras sacudía el polvo y mi gata, Roxy, mordía el plumero.
- Roxy, ¿me vas a querer con el pelo corto?
Me miró con esos enormes ojos verdes delineados por una línea negra y soltó un "miau" como diciendo yo también tengo el pelo corto, mamá. y aún así soy linda.
Seguimos con los quehaceres mientras escuchábamos música. Antes de las dos de la tarde ya estábamos en la peluquería, al entrar la chica de la recepción me preguntó si quería que algún peluquero en especial me atendiera.
-Gonzalo fue el último que lo cortó, si está, mejor.
Nos sentamos a ver revistas. Al rato sale el chico tímido que me había "peluquiado" en Enero, sí, hacía menos de dos meses había visitado la peluquería para despuntarme el pelo, en aquella ocasión lo hacía porque tenía una entrevista de trabajo y quería verme Ganadora (inconscientemente lo escribí con mayúscula, así lo dejo), así se lo conté a Gonzalo.
-En unos días tengo una entrevista de trabajo y siento que esta vez será la vencida.
-Seguro que sí, tenés facha. ¿Y en el cuello qué te pasó?
- Me operaron, me sacaron un ganglio para hacerme una biopsia, en estos días me entregan el resultado, pero creo que no será más que una pavada. Ahora todo te lo sacan y lo estudian.
Desafortunadamente, o mejor, aún convencida de mi fortuna y muy positiva (hoy, porque hay días que lloro inconteniblemente) acerca de mi situación, mi respuesta no fue acertada, y bueno, ya saben que tengo cáncer.
- ¿Otra vez por aquí? ¿Cuál es el gran evento ahora?
Lo miré y solté toda la historia mientras él me lavaba la cabeza. Esta vez no fue como la anterior, lo sentía tenso, no hablaba mucho, creo que no sabía qué decir, como le pasa a mucha gente cuando se entera de mi condición. Hay quienes reconocen que no me escriben porque no saben qué palabras usar y los comprendo, yo tampoco sabría qué trasmitirle a una persona que está así, hay días que las palabras no bastan, ni siquiera los abrazos o incluso la presencia de alguien.
- Tranquilo, no tienes que decir nada. A veces es mejor así.
- Es muy fuerte todo lo que te pasa. No entiendo cómo me lo contás con esa sonrisa.
- Yo tampoco, a veces me sorprende esta inexplicable alegría y fuerza para aceptar la enfermedad y todo lo que ella ha traído.
- Qué quilombo (lío, caos), yo no sé si podría.
- Lo único que pido es fuerza para seguir adelante.
- Y sí, ni un paso atrás.
- Ni siquiera para tomar impulso.
Después de un baño de crema que no sé para qué me hizo si luego me quitó más de la mitad del pelo, estaba sentada en medio de dos hipsters a quienes les hacía su corte hipster, el mismo que después de muchos movimientos de tijeras, pasadas de máquina, movimientos de cabeza y una cantidad de "¡Pará Gonzalo que me me vas a dejar como un pibe!, tengo ahora. O sea que soy un hipster mujer.
Al final agarré mi pelo atado con una liga, me miré en el espejo y comencé de a poco a descubrir mis rasgos, veía una chica distinta, todavía femenina pero diferente. Mis ojos se había hecho más prominentes, el cuello se notaba más largo, mi quijada estaba más delgada y esbelta que nunca, la naríz se había afinado, se manifestaba ante mí otra cara, la de una mujer.
Era curioso el hecho de sentir que entre menos capas y coberturas tenía mi rostro más se revelaba mi interior y más convencida me sentía de mí. Al salir a la calle muchas miradas se clavaron en mí, pero eran las misma de cuando tenía el pelo largo. A la mujer de pelo corto se le ve de un modo distinto como con respeto y algo de misterio.
El lunes siguiente después del corte de pelo, cuando llegué a la clínica le pregunté a Fabiana, quien varias veces llevó su cabellera al ras, acerca de la forma en que los demás miran a la las mujeres de pelo corto.
-Sí, gordi. Puede tener dos connotaciones, una es que les parezca un agresivo porque por lo general son los hombres los que llevan el corto, causa impresión de fortaleza, y otra es que les parezca un poco tabú, algo así como que esconde algo fascinante. Lo cierto es que ya no disimulas nada sos vos.
Cóctel químico #1
El miércoles 24 de febrero fue mi primera quimio. En un principio iba a asistir mi mamá y mi psicóloga, quien finalmente no pudo ir por un inconveniente. Estuvimos sólo mi mamá y yo, las dos igual de ansiosas y nerviosas por conocer ese nuevo mundo.
Llegamos al Fleming a las 9.15 de la mañana porque debía practicarme un examen de sangre que indicaría si mi organismo estaba preparado para recibir el cóctel de medicamentos que comenzarían a curar el cáncer. Me pincharon y, antes de entrar al hospital de día (lugar donde practican las quimioterapias), pasamos por la confitería para desayunar.
Yo me sentía emocionada, no sé si el miedo pasaba también por la exaltación, pero prefería quedarme con ese sentimiento que con el temor. De a poco se hacía real lo que había escrito la noche anterior, me había despedido de la Alejandra cobarde y estaba frente a una mucho más fuerte, creo que eso hizo Buenos Aires en mí.
La espera para iniciar la quimio nos llevó una hora. La sala, que al principio estaba repleta de gente se vació, nosotras fuimos las últimas en pasar. A las 11 de la mañana una enfermera de pelo corto y canoso me llamó por mi apellido: ¡Vanegas!
-Llegó la hora, mamá.
Nos dimos la mano y pasamos. Al abrir la puerta, la enfermera descubrió un mundo inédito: todo era blanco tanto como el cielo, las cortinas que separaban cada cubículo brillaban y se ondeaban al son del viento de los ventiladores, no hacía calor ni frío, todo estaba callado y olía a limpio, a ese aroma que queda en casa cuando termino de desinfectar y todo está perfecto, en su lugar. Tuve una extraña sensación de familiaridad y compenetración con ese lugar a pesar de que nunca había estado en él.
Miraba todo y a todos, en cada cubículo había una persona diferente: jóvenes, viejos, mujeres, hombres, algunos con pelo, otros pelados, unos muy arreglados, otros en ropa deportiva, había quienes estaban animados y sonriendo, también vi gente durmiendo. Yo iba muy bien vestida e incluso maquillada pero con ropa cómoda. Ese día, como cualquier momento importante de mi vida, quise verme bien, así soy yo, considero que como te ves te sientes por dentro.
Llegamos a mi cubículo y la enfermera me explicó qué era cada elemento y cómo iba a ser el procedimiento. Me tomó la tensión y le pidió a mi mamá que saliera un momento porque me iban a infiltrar. Antes de que se fuera le pedí que me tomara una foto con la cara de felicidad porque quería documentar el momento porque las fotos y videos que busqué el día anterior no fueron las más alentadoras, además quería algo propio, genuino.
El pinchazo fue el dolor de la vida, el enfermero agarró fuerte el cateter que me habían implantado apenas tres semanas antes en la mama derecha y sin pensarlo dos veces me clavó una aguja en forma de mariposa.
- Va a ser un pinchacito no más. ¡Quietita!
¿Pinchacito? ¡Vi estrellitas! de todos los tamaños, colores y creo que hasta tenían sabor, después detallaré a qué.
No podía dejar de ver el aguijón enterrado en el seno.
-No respires encima de la aguja, si lo haces tenemos que volver a esterilizar la zona, decía la enfermera.
Y yo volvía a verme.
- Sos necia, ¿no?
Giré la cara del otro lado para poder hablar.
-¡Mucho! y voyerista además.
Ambos soltaron la carcajada.
-Ahora te va a pasar el suero.
Llamaron a mi mamá y empezó todo. Por el suero empezaron a desfilar distintos medicamentos, corticoides para evitar una reacción alérgica, antihistamínicos para el dolor y luego el compuesto ABVD (adriaminicina, bleomicina, vinblastina y dacarbicina). Después de los corticoides caí rendida, sólo me despertaba cada vez que venía la enfermera con un nuevo químico para infiltrarlo en la bolsa del suero. Abría los ojos y miraba a mi mamá
-¿Cómo estás?
Me preocupaba verla ahí sola y callada, tratando de adivinar qué decían los personajes de la comedia romántica que veía, pues el volumen de la tele debía estar muy bajo para que no molestara a nadie.
En un principio habían dicho que iba a tardar 1 hora, sin embargo, salí a las 2 de la tarde del Fleming, estuvimos 5 horas. Después de que se vaya mi mamá no sé quién va a tener tanto tiempo para acompañarme, pensaba. No le dije nada a ella porque sé que eso le preocupa más que a mí.
Salimos y tomamos un taxi a casa.Llegué y me tiré rendida en la cama. Escuchaba que mi mamá movía ollas en la cocina, al rato me dijo que fuera a comer. Yo no sentía hambre pero tampoco me sentía llena, así que comí y me comí todo. No podía creerlo, era la primera vez en muchas semanas que vaciaba un plato.
Regresé a la cama y me quedé dormida hasta las 19 horas, momento en el que mi mamá empezó a moverse como un ratón por la habitación buscando cosas entre las maletas.
-¿Adónde vas?
- A misa.
- Voy contigo.
Se sorprendió.
Fui a misa y además me confesé. Fue la tercera vez en este mes que lo hice. Pero esta vez en lugar de contarle al padre mi ya tan trillada situación, reconocí todo lo que creía que estaba obsoleto y no servía en mí. Esta necesidad surgió no sólo a raíz de la enfermedad sino también debido a conversaciones que he tenido con diferentes amigas.
A veces las mujeres sentimos la necesidad de controlar todo, de que todo esté perfecto en nuestro hogar, funcione en el horario acostumbrado y bajo nuestras reglas y maneras, sin embargo, por estar tan centradas en nuestros puntos de vista olvidamos también que el otro u otros tienen sus libertades y tiempos para procesar la información, para actuar y hacer las cosas a su propio modo, entonces cuando en lugar de llegar a un espacio de diálogo y respeto cada uno empieza a imponer sus formas, la situación termina siendo una bomba de tiempo que amenaza con exterminarlo todo.
Consideré importante contarle al cura que ya estaba desgastada y vieja la necesidad de un otro a mi lado que no quería lo mismo que yo, de estar luchando por una idea que sólo era mía, que endiosé y traté de construir con tantas ganas y amor que tal vez no me di cuenta de que quien estaba a mi lado no compartía la misma idea o no era capaz de perdonar mis errores; insistir era en vano y continuar con ese dolor a cuestas me partía la espalda.
-Cada cual decide dónde estar, qué escuchar, qué ver y determinar su destino, dijo.
Le pregunté también si amar, perdonar, guardar secretos en el corazón y decirle a alguien "No te dejes en este momento" tirando de su pantalón, era un crimen porque en el último mes me tildaron de obsesiva por haberlo hecho y nadie, incluso algunos familiares, salió a defenderme.
-Vos amá y perdoná, hasta setenta veces siete.
Caer y levantarse una y otra vez
Los días subsiguientes no fueron fáciles pero les puse ganas. El jueves mi nariz era un extractor de olores hiperpotente que podía percibir aromas 10 cuadras a la redonda, también tuve un dolor de cabeza insoportable que con el paso de las horas se hacía más intenso.
Sólo lloraba y lloraba, no podía parar. Lloraba porque se paraba una paloma en la ventana, lloraba y abrazaba a Roxy, lloraba y hablaba por chat, lloraba, lloraba y lloraba porque sí y porque no. A las 17 horas vino a visitarme Melisa, una compañera de la universidad, salimos a tomar un café y me comí una torta del tamaño de México repleta de merengue italiano. Placer.
El viernes el olfato continuaba sensible, ahora podía oler lo que servían en la casa Rosada y sentía nauseas, repulsión. Limpiamos el depto con mi mamá y le dije que me sacara de ahí, así que nos fuimos al centro comercial, almorcé un buen tazón de noodles y entramos a ver una peli. A la noche vino Marisa, una amiga dermatóloga; le hice fríjoles y patacones, quedó encantada con la comida colombiana, luego fuimos las tres a comer un helado.
No sé cómo me despegué de la cama el sábado, en realidad no tengo idea porque tenía la cabeza partida al medio, todas las ideas y sentimientos se desparramaban desordenados por doquier. Agarré cinta me uní la cabeza, me bañé y fui con mi mamá a arreglarnos las uñas. A las 15 horas estábamos de vuelta en casa, comimos los fríjoles recalentados (manjar) y nos acostamos a tomar una siesta.
Exorcismo
A las 17 horas de ese mismo sábado me desperté asustada, un martillo me golpeaba la cabeza y me repetía sin cesar una idea, una sóla idea, me la clavaba con un clavo y la martillaba ininterumpidamente. Ta, ta, ta, ta, ta.
-Mami, me voy a volver loca. Salgamos ya de aquí.
En la semana me había llamado al trabajo una paciente que es evangélica, quien al enterarse de mi situación oró por mí y me invitó a su culto. Me insistió tanto y por tantas semanas que no pude negarme, al fin y al cabo ¿qué podía perder? todo suma.
Llegamos a la iglesia Rey de Reyes y Catherine nos estaba esperando. Días antes le había contado sobre la invitación que me había hecho la paciente y casualmente me dijo que una señora la había invitado a ir una tarde que estaba en el parque con Antonia, así que se unió al plan.
Había una fila que daba la vuelta a la manzana y el culto ya empezaba, nos colamos y entramos con el gentío. La iglesia era enorme, pisos y pisos de sillas y en el centro un escenario muy colorido. Cathe me advirtió que los pastores estaban sanando a un lado de las tablas.
-¡Vamos! yo quiero que me exsorcisen.
Nos paramos en la fila y cuando nos llegó el turno el pastor empezó a soplar a Cathe mientras me preguntaba:
- ¿Por qué estás aquí?
- Porque tengo cáncer y mi vida es un caos.
Sopló a Cathe y le dio un empujón. Ella se resistía a caer.
- ¿Dónde está el cáncer?
- En los ganglios del cuello y el pecho.
- ¿Vos creés que yo te puedo sanar?
Lo miro fijamente a sus ojos y le digo:
-Todo es cuestión de creer.
Cathe se da media vuelta y se va.
El pastor pone la mano en mi cabeza y empieza a gritar:
-¡Fuera cáncer!.
Grito tres veces y me empujó. Yo no me caí como las demás personas quienes ante los gemidos se desplomaban en los brazos del ayudante del pastor, pero sí me quedé aturdida. Subí las escaleras y senté con las chicas.
- Qué mal aliento tenía ese tipo, comentó Cathe.
Todas soltamos la carcajada.Las dos horas y media se nos pasaron tras varios cantos y alabanzas, al final quedamos convertidas en la Maude Flanders.
Todavía no puedo creer todo lo que me ha pasado y continúa ocurriéndome. Hace un rato le contestaba un mail a una amiga contándole lo largos que se hacen los días y lo fuerte que es todo, lo que cuesta vivir cada momento, cada sentimiento, el despojarme de lo obsoleto e incorporar lo nuevo y beneficioso, el dejarme llevar por el destino e ir resolviendo de a poco, con tanta tranquilidad, claridad y determinación los problemas y obstáculos que se presentan. Tampoco entiendo cómo a veces sonrío y encuentro tanta paz y cómo voy comprendiendo que la razón sólo procura golpearte contra el mundo y que es el amor y lo divino el único sosiego del corazón.