lunes, 16 de junio de 2014

El cazatesoros

-!Mamá, mamá! me caí en en el hueco, ayuda, ayuda!, gritaba Isabel toda embarrada.

De inmediato, dejó la zanahoria a medio pelar y pegó carrera desde la cocina hacia el patio- ¿dónde está, mija, qué pasó?- gritó la madre con el corazón en la mano.

Aterrorizada en el fondo del pozo, la niña de escasos tres años trataba de aferrarse a la tierra húmeda que se deshacía en sus manos- En el hueco nuevo mamá, el que está al lado del palo de mamón, ¡sáqueme que me da miedo estar aquí!

-Dios, pero, ¿por qué se mete a este jardín?- le dijo la vieja al llegar al borde del hoyo- Ustedes saben que tienen prohibido jugar por esos lados.

-Estaba buscando mi muñeca, no sé por qué está aquí, ¡sáqueme, sáqueme, mamita que hace frío!.

-Aurora, venga con la escoba y me colabora- decía la señora mientras hacía maromas para no resbalarse- Ala, pero venga rápido que la china está asustada y no quiero que se le pegue lo que está ahí.

La flachuchenta Aurora soltó el cuchillo con el que cortaba el lagarto para la sopa y se apresuró hasta el pozo- Uy, este sí que lo hicieron bien hondo- comentó mientras se alejaba de la orilla.

Deje de opinar y más bien téngame para no caerme- le contestó Inés estirándose para que la niña alcanzara la viga- ¡Agárrela duro, mija!.

-Lo tengo fuerte-replicó la niña.

-Bueno, no se suelte, tire, Aurora, tire, aggrr.

Después de tres jalonazos salieron las dos mujeres y la niña disparadas, cayeron en uno de los los tantos montículos de tierra que componían el campo minado de fosas que antes había sido un frondoso minibosque dentro de la casa, esa la misma que antes albergó un convento de monjas Clarisas de clausura.

-Aj, estoy tan mamada de estos agujeros, las invocaciones, los duendes, los juegos, las brujas y todas las maricadas que se inventa Ramón. ¿Por qué a mí Dios? - gemía la mujer con la mirada clavada en el cielo- ¿Por qué no tengo un marido convencional? uno que solo se dedique a trabajar y vaya a misa todos los domingos como Dios manda, ¿alguna vez me darás la razón? ¿alguna vez parará todo este cuento de los tesoros? misericordia, Dios mío, misericordia,- repetía Inés limpiándole la cara embadurnada de lágrimas y tierra a la nena con el trapo de la cocina.

-Tranquila doña Inés, ya se le pasará la fiebre- dijo Aurora sacudiéndose el delantal.

Sí claro, eso pasará- replicó la vieja- pero cuando terminemos todos metidos en un hueco sin fondo.

A las 12. 20 estaba la mesa puesta. Una sopa de arroz sazonada con carne de lagarto, lentejas con papa, carne molida y unos patacones bien crujientes serían el festín del mediodía. Las cuatro niñas se habían limpiado y ya se encontraban sentadas en la mesa esperando a que llegara su padre. Doce y treinta marcaban las manecillas cuando entró a la casa un hombre alto, moreno, apuesto e impecable; había llegado de la calle bastante apurado y ansioso; rápidamente se aseó manos y la cara en el lavamanos contiguo al comedor y besó a cada una de sus hijas, tomó su asiento, el que precedía la mesa, por supuesto.

-Tengo buenas noticias, a la salida del trabajo me encontré con Pedro y Tomás, desciframos el acertijo que nos llevará al tesoro - manifestó con una sonrisa de oreja a oreja.

-Me imagino que eso incluye la apertura de un nuevo pozo,- afirmó Inés mientras se llevaba a la boca una cuchara de sopa cargada con un enorme trozo de papa - ¿o no?- aseveró masticando la bola de comida.

-Pero por supuesto, - saltó Ramón del asiento- sin embargo, este no va a ser un hueco cualquiera este será "el hueco" que nos llevará a la guaca.

-Qué tesoro ni qué nada, los españoles no iban a ser tan pendejos de dejar aquí sepultadas sus joyas. Bueno, de pronto sí, pero si así fuera ya los anteriores dueños los hubieran desentarrado. Tan guevones no van a ser- insinuó la mujer.

-Ayyy, Inecita, no me vine a vivir a esta casa que se cae a pedazos y que está llena de espantos porque sí, de que lo encuentro, lo encuentro- partió uno de los plátanos lo remojó en la sopa y se lo llevó a la boca.

-¿Y, por qué estás tan seguro de que acertarán esta vez?- le preguntó la vieja.

-Porque ya no habrán ningún intermediario ni guardián que se interponga. Hablaremos directamente con el supremo.

-¿Supremo?- repitió sobresaltada la vieja atragántándose con la carne- el único es Dios y tu no tienes contacto alguno con él, ni siquieras te aguantas la misa de las cinco los domingos y ahora me vas a venir a decir que hablas con Dios, ja.

-Nada de Dios, yo hablo del otro.

-Ay no, Santímima Virgen! -se persignó- Ramón, me muero. Se desvaneció lentamente hasta caer en el suelo.

Mónica, una de las hijas del medio, alcanzó a sostenerla en sus brazos antes de que se golpeara la cabeza.-¿Si ve papá lo que logra con sus locuras?. Aurora traiga agua y una abanico para reanimar a mi mamá.

Inmediatamente la empleada entró al comedor con un vaso de agua que se desbordaba y el dichoso soplador, levantaron a la mujer y la llevaron hasta una mecedora cerca al patio central de la casa. Las demás niñas no pronunciaron palabra alguna, ya estaban acostumbradas a estas escenas. 

-Terminemos de comer que esto está muy bueno- dijo el padre.

Cuando Inés volvió en sí su marido estaba por salir para retomar la jornada laboral de la tarde- Ramón, mijo, por favor, no vaya a meterse con ese señor, mire que nos puede caer una maldición, nunca nos va a dejar en paz-. 

-Déje de ser cobarde, Inés, no va a pasar nada, solo nos vamos a volver millonarios, además, con lo que usted reza, ya las siguientes tres generaciones de nuestra familia tienen el cielo asegurado- le dio un beso en la mejilla y se fue campante mientras tarareaba una cancioncilla de su propio ingenio- seré mi-llonario, mi- llonario, bi- llonario, tri-llonario, jaja, miiii-llonario.

Esa tarde Inés puso a sus hijas y a Aurora a rezar el rosario después de que terminaron las tareas. Invocaron ángeles, arcángeles, al Espíritu Santo, a la virgen Milagrosa, al Sagrado Corazón. Por los rincones de la casa resonaban las dulces voces de las niñas-San Miguel, San Miguel evita que aparezca él, defiéndenos con tu espada poderosa-.

-Sagrado Corazón de Jesús en vos confiamos, no nos desampares, disipa las tinieblas, haz que Ramón entre en sí - rogaba Inés.

Al terminar con sus plegarias, llegó el Padre Ramiro a tomar la media tarde. En realidad la vieja lo había llamado con la intención de pedirle ayuda, por tanto el tema central de la conversación sería la sesión espiritista de la noche. Al enterarse de todo el cura le dijo que no podía hacer más que bendecir la casa, rezar unos pasajes de la biblia, rociarla con agua bendita y orar por su hogar- Escucha, Inés, ni tu ni yo ni nadie puede hacerlo cambiar de parecer, para eso nos dio Dios el libre albedrío, roguémole más bien para que los proteja.

-Ave María Purísima-, se persignó con cara de angustia.

A la seis de la tarde un grupo de hombres tocaron el timbre.- ¿Quién es?- preguntó Aurora mientras miraba por el ojo mágico. 

-Nos mandó el señor Ramón. 

Inés, parada al lado de la escuálida mucama,  empezó a darle órdenes entre murmullos- Dígales que vengan más tarde, que Ramón no ha llegado. 

La vieja repitió las palabra de la doña al pie de la letra, pero dudosa- Vevevegan más tarde, eeeeel señor Raaamón no ha lleeegado-.

-Sí señora, lo sabemos, pero él nos pidió que fuéramos preparando todo y que usted sabía que vendríamos antes.

Al otro lado del portón, ansiosa, Inés, le hacía señas de negación con la cabeza a Aurora- Dígales que la patrona le prohibió la entrada hasta que el señor Ramón estuviera en la casa- Vacilante, la viejita les pidió que esperaran hasta que llegara el dueño- Por favor, eeeesperen en el adén, mi patrón debe estar por llegar.

Los tipos no tuvieron más remedio que sentarse a charlar en el andén- Qué vieja desconfiada, ni porque fuéramos el mismísimo diablo. jajajaja, Bueno, lo vamos a invocar- todos soltaron la carcajada- Qué se joda, pa eso nos pagó el marido.

Ya iban a ser las siete y Ramón no aparecía. La familia tenía la casa por cárcel, pues los hechiceros no se habían movido de la entrada - Aurora, yo creo que mis rezos funcionaron, Ramón se debió haber distraído con algo y se le olvidó esta vaina. 

-¿Será?- la cuestionó con desconfianza la empleada.

En efecto, a la salida del trabajo, Ramón se había encontrado con su hermano menor, al que no había visto hacía unos meses. Se sentaron en la tienda de la esquina del edificio donde trabajaba el Don y, una tras otra, las cervezas distendieron el tiempo. Al rato - ¡Mierda!- se levanta Ramón de la mesa y tira las botellas- ¡La sesión!, camine Fernando, acompáñeme a mi casa.

-Pepepe ro, no puedo, tengo que ir a mi casa, Carmen se enfurece si llego tarde. 

-La llama desde mi casa y le dice que va a comer allá, vamos, vamos. Fabio, anóteme las cervezas en mi cuenta- le ordenó al tendero y salieron literalmente como almas que lleva el diablo.

Corrieron desesperados, las piernas no les daban; cuando llegaron los espiritistas ya se estaban parando para irse- No, don Ramón, ya es muy tarde, usted nos aseguró que a las 8 empezábamos, mire la hora.

-Señores, disculpen, -dijo mientras se acomodaba el traje- en el trabajo no me dejaban salir. 

-Sí claro, ya dijo que le creímos, con ese tufo- aseveró uno de ellos.

-Bueno, ya, vamos a lo que vinimos.

Cuando entraron a la casa no había nadie- Inés! Inés! Aurora, niñas, ¿dónde está todo el mundo?- preguntó el Don.

Desde la habitación principal, se escuchó un grito- Ni yo ni mis hijas nos vamos a prestar a sus artimañas- dijo Inés.

-Dígale que yo tampoco- la interrumpió Aurora.

-Que Aurora tampoco, dice. Que los tipos hagan lo que tengan que hacer y se vayan. Nosotras no los vamos a atender.

-Inés qué escena más ridícula, pero bueno, usted verá lo que hace. Aquí está mi Fernando.

-¿Mijito, usted también se prestó para este sacrilegio?- dijo la vieja preocupada.

-¿Cuál sacrilegio?- preguntó Fernando.

-Nada, nada. No le pare bolas a esa rezandera loca. Señores, acomódense y empecemos de una. Ya me traen un petaquito de cerveza de la tienda, como para entrar en tono.

La habitación principal había sido transformada por Inés, Aurora y las niñas en una especie de fuerte sagrado. Imágenes de vírgenes, de Jesús, palomas blancas, escapularios, velas, santos, santos, santos y más santos aquí y allá hacía parte del bastión espiritual, y claro, todas estaban rezando - Padre nuestro que estás en los cielos, sántificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino...

Afuera empezaron los conjuros. Cantos, plegarias, arengas se hacían cada vez más fuertes, retumbaban en las paredes de la antigua edificación, que parecía ceder con los gritos. Sin pensarlo, los esposos habían transformado su casa en una batalla entre el bien y el mal. Entre sollozos, las niñas continuaban con las súplicas. Inés y Aurora, ya no oraban en un tono prudente, las chillaban y gemían. Así estuvieron durante dos horas.

Agotado, borracho y tambaleándose por el efecto del las cervezas y sin ver resultado alguno, Ramón desistió-Ya no más, me cansé, ustedes no sirven para nada. Esto se acabó, yo me voy a dormir. Hasta luego todo el mundo.

-Pe pero, Ramón, no puede dejar el ritual, así, abierto. 

-Qué abierto ni qué cuentos, aquí no invocamos ni un peo. Adiós.

Los cuatro hombres se levantaron del círculo y recogieron unas calaveras, borraron a medias una estrella pintada con sangre de un cordero y pusieron entre un bolso las velas rojas y negras. Al salir de la casa uno murmuró- Ojalá la señora siga rezando la contra porque donde se les aparezca el patrón no se lo van a sacar más de encima, ella fue la que nos saboteó todo, vieja guevona. 

Fernando se encargó de acompañarlos a la puerta. a su regreso se sentó en la misma sala donde estaban invocando. En ese momento salió Aurora de la habitación principal-¿Ya se fueron los diablos esos?- preguntó. 

-Sí, Aurora, tranquila- dijo Fernando acomodándose en la silla.

-Esta vez al señor Ramón se le fue la mano, esto parecía una batalla de ángeles y demonios. 

-No pasó nada, Aurora. Váyase a descansar- le ordenó, luego destapó una cerveza, se tomó un trago, suspiró y se acomodó en el sillón y se quedó pensando en lo que había acabado de pasar con la mirada perdida. 

-Bueno, ¿usted no va a comer nada, don Fernando? 

-No, yo estoy bien así, sobró medio petaco.

Pasada la medianoche todos dormían, de repente se escucha un voz potente- Aquí estoy, qué quieren?

Inés y dos de las niñas fueron las únicas que se despertaron ante el estruendo- ¿Quiiiiiién eeeees?- preguntó temblorosa. 

-¿A quién invocaron?

Se le totearon lo ojos a todas. Inés suspiró - Ssssjaa, con todo respeto, señor, el que lo llamó fue mi marido, yo no tengo nada que ver en esto. 

-Bueno, siendo así condenaré al que me convocó y se retiró, yo sé qué es lo que quiere, soy el maestro del placer, lo que me pida será concedido. Sin embargo, por no haberme atendido será castigado.  Lo tentaré de noche y de día, siempre con más, pero no tendrá nada y a cambio debe darme la vida de un inocente. 

-Yo yo yo yoo no me quiero meter en eso, es tema de mi marido- replicó la vieja frunciendo el seño. 

-Por estar a su lado conocerás a quién he de elegir entre su descendecia. Un no nacido será quien pague las consecuencias. Será tentado, lo enloqueceré con la lujuria, me interpondré en su camino, pues él es el encargado de liberar las puertas del cielo para esta familia, jajaja, entre carcajadas se fue desvaneciendo su voz. 

-Ave María purísima- se persignó la mujer, a quién le fue imposible conciliar el sueño durante el resto la noche.

Al otro día Fernando estaba tirado en la sala. Inés, indignada por lo que había pasado la noche anterior, lo levantó a empujones- Vaya para su casa, Fernando, su mujer lo está esperando. 

-¿Quuéee?¿mi mujer? ¿dónde? no, ¿dónde estoy?.

-¿Se tomó solo el resto de las cervezas?- preguntó la vieja- pero, ¡qué vagabundería!, esto lo va a saber Carmen. 

-Noo, no me las tomé solo, me ayudaron los que vinieron después. 

-¿Quiénes vinieron después? ¿de qué habla? 

-De la gente esa, el abogado y los otros señores, que no me acuerdo bien quiénes eran pero, qué lindo la pasamos. 

-Usted está loco, aquí no entró nadie más, el único que apareció fue el que llamaron y bien caro la vamos a pagar.

En eso apareció Ramón sosteniéndose la cabeza del dolor producido por el guayabo- Estos bobos no sirvieron para nada, ¿no? qué manera de perder plata y tiempo.

-Se equivoca, Mijo, aquí estuvo el que llamaron. Yo fui la que lo sintió. Ahora la familia cargará con una condena. A ver si averigua en vida cómo sacárnosla. 

El viejo quedó perplejo- Pepepero ¿le dijo algo del tesoro?.

-Olvídese de eso, nunca veremos una moneda de oro, más bien póngase a buscar entre sus amigas brujas quién lo puede ayudar a revocar una condena y piense cómo le va a decir a su primer nieto que gracias a sus inventos nació con una maldición.