domingo, 8 de mayo de 2016

Diario de mi cáncer: Tac tac tac taquicardia




Viernes 29 de abril, desperté y me sentía cansada, de hecho, toda la semana anterior estuve así. A pesar de ser mi "semana buena", es decir,  la que viene después de la quimio, me sentía exhausta, angustiada, con taquicardia sin ganas de nada, me costaba despertarme temprano. Ese viernes no tuve clase, así que decidí recuperar todas las fuerzas perdidas o que había postergado por estar haciendo mi metamorfosis fuera del cascarón y dormí, dormí y dormí.

Me despegué del colchón a mediodía, comí algo a la corridas y salí a pagar la factura del Internet y el teléfono de ese mes que nunca llegó pero los de telefónica sí me quemaron la cabeza toda la semana con que la tenía que pagar en horas. Aboné la deuda, compré frutas y algunas cosas que necesitaba para casa en el supermercado chino y pasé por la librería. Aprovechando la protesta de la Universidad por falta de recursos de parte del gobierno, iba a hacer mi propia objeción desde mi casa, objetaría no por plata sino por falta de idoneidad en la educación a nivel mundial; en ningún colegio, escuela, universidad o institución educativa te enseñan cómo ser un guerrero, una persona íntegra en medio de la tormenta, cómo reconocer las propias faltas, enfrentar los miedos o situaciones adversas, vivir en medio del stress.

Y como eso nunca me lo enseñaron ni tampoco me tocó aprenderlo en casa porque tuve la fortuna de vivir siempre como una princesa en una burbuja, decidí hacer una plano de mi vida para detectar todos aquellos defectos y virtudes, así que compré cuatro carteleras blancas y un marcador negro. Las pegué en una pared blanca donde solía haber un par de cuadros que representaban el cáncer, los cuales saqué a las pocas semanas de haberme enterado de mi diagnóstico. Ponerlas en ese muro blanco era un acto simbólico de valor, era enfrentar a la enfermedad y decirle sé porqué te tengo y ahora lo voy a reconocer para que salgas de mí para siempre.

Lo primero que hice fue pintarme a mí misma pelada, sin un pelo en la cabeza, con las calzas (leggins) negras que tenía puestas y una camisa amarilla. No me pinté de modo real porque creo que no sé pintar bien, pero hice mi mejor esfuerzo y me salió una Alejandra bastante proporcional para lo que esperaba.

Al costado izquierdo del dibujo escribí Pasado, seguido de un subtítulo que versaba: ¿quién eras? Marqué tres etapas de mi vida: la niñez, la adolescencia y los 20 hasta los 32 años, edad que tengo ahora. No fue difícil detectar mis características, al menos no ese día, escribí frenéticamente cientos de palabras seguidas por guiones. Entre ellas aparecían reiterativamente la ansiedad, la impaciencia, la incapacidad de disfrutar el momento, el estar pensando siempre en ¿Qué va a pasar después? ¿Cómo voy a solucionar esto? Era incapaz de disfrutar el aquí y el ahora. ¡Qué pérdida de tiempo!

Para mí, ese defecto fue el peor porque me hacía sentir como enjaulada, psicológicamente presa. Ese sentimiento lo conocía al la perfección, incluso, de niña mi papá me regañaba por eso. Estábamos en la piscina un domingo comiendo un helado y le preguntaba:

-¿Y después qué vamos a hacer, papi?

A lo que siempre me respondía.

-Mi amor, por qué no disfrutas lo que te estás haciendo y te dejas de preocupar por lo que vaya a pasar.

Qué ansiedad por saber qué iba a ocurrir, por controlarlo todo, por organizar las horas de modo tan meticuloso como si los momentos se trataran de cajas que iba acomodando dentro de una gran casa que se llamaba vida, la cual nunca iba a disfrutar porque sólo me estaba preocupando por coleccionar y no por degustar el dulce, el amargo, lo poco, lo mucho, lo feo, lo rico, lo quemado, lo crudo que había dentro de ellas. Era incapaz de descubrir las texturas, de sentirlas, de localizar los olores, de detenerme para darme cuenta de lo afortunada que era por el simple hecho de existir, bueno o malo, ahí estaba y esa era mi vida y se me pasó por estar pensando y ¿ahora qué va a pasar?

Entre mis dedos


Entre mis dedos se perdieron recuerdos de tardes que tal vez debí haber morado más tiempo para aprender, para darme cuenta de lo maravilloso que es el mundo, la gente, mis manos, mis pies, mi pelo, ese milagro que es el cuerpo humano.

Entre mis dedos se fueron conversaciones, palabras y consejos que tal vez me hubieran ayudado a superar esta etapa lenta, dolorosa y parsimoniosa. Entre mis dedos se fueron decisiones mal tomadas que tal vez tuve que haber pensando dos veces.

Entre mis dedos se fueron miradas claves y gestos que me harían entender que el futuro se escribe aquí y ahora, que se desea mientras se va tejiendo con los dedos firmes y la mente y el corazón concentrados en ese camino que se llama vida, que soñar no cuesta nada pero es mejor despertar pronto y comenzar a cimentar conscientemente, ladrillo a ladrillo, las bases de lo que será el futuro.

Entre mis dedos ahora está mi corazón latiendo a mil, lo miro y me siento impotente por no poder pararlo, me duele el pecho, aprieto los dientes, me duele la cabeza, siento que falta el aire. Lo estrecho entre mis manos, cierro los ojos y tomo una gran bocanada de aire, siento cómo se inflaman mis pulmones, cómo se oxigena el cerebro, cómo entra el aire por la espalda y disipa el dolor, lo pesado de esta cruz, cómo se ensancha el estómago y se siente lleno; vuelvo y tomo aire y no escucho nada más que el murmullo del silencio, siento cómo mis dedos se deslizan por las teclas de la compu calientes. Roxy, mi gata más vieja, salta de la cama al escritorio y se sienta en mi regazo, ronronea, me pasa la lengua rasposa por la muñeca, siento su pelaje suave, su pancita tibia sobre mis piernas. Me siento feliz, por fin logro detenerme, parar mi corazón, vivo el aquí y el ahora. Lo que ame, viva y sienta es el momento hoy, mañana seré lo que experimenté este momento.      


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